La opción más probable para el volcán de La Palma es que mantenga una erupción continuada no explosiva
La vuelta a la normalidad se demorará más allá del final de la expulsión de lava y estará condicionada por los daños en infraestructuras, el riesgo de recurrencia, los niveles de gases tóxicos y las cenizas acumuladas
El equipo que coordina los dispositivos de actuación y análisis del volcán de La Palma trabaja con todos los escenarios posibles: desde los más destructivos a los menos lesivos. Sin embargo, el comportamiento actual y la historia de la zona indican que el más probable es una erupción continuada no explosiva que se prolongará semanas. La más larga conocida fue en 1585 y duró 84 días; la más corta, la de 1971, se mantuvo 25 días. En cualquier caso, la vuelta a la normalidad para los más de 6.500 vecinos desalojados no será inmediata tras la interrupción de la expulsión de lava. Habrá que esperar a que se enfríe y se estabilice el terreno afectado, y a analizar los daños en infraestructuras, los riesgos de recurrencia, los niveles de gases tóxicos y las cenizas acumuladas, entre otros parámetros.
Raúl Pérez, geólogo, sismólogo e investigador del Instituto Geológico Minero de España (IGME), que forma parte del equipo de seguimiento de la erupción de Cabeza de Vaca en La Palma, valora que la velocidad de la lava en su camino al mar haya disminuido y que la apertura de una nueva boca eruptiva en las cercanías del pueblo de Tacande, en El Paso, haya seguido la misma tónica que las anteriores: “Los terremotos que la acompañaron nos están diciendo que el magma sigue buscando caminos nuevos para salir, pero con el mismo estilo eruptivo: sigue saliendo lava, fluyendo a favor de la pendiente y sin erupciones explosivas”.
Este comportamiento es similar al registrado entre el 26 de octubre y el 18 de noviembre de 1971 en el Teneguía, donde solo una persona falleció por exposición a gases tóxicos tras eludir el cordón de seguridad (se sospecha que pudo ser también la causa de la muerte de otro hombre en el hospital, aunque no está confirmado oficialmente). En aquella ocasión, la lava no afectó gravemente a zonas pobladas y llegó al mar, donde generó una nueva superficie de dos millones de metros cuadrados.
Estamos encontrando características que son bastante convergentes con las erupciones históricas en la zona de Cumbre Vieja: las coladas (mantos de lava) salen a favor de la dorsal y el magma utiliza la fracturación del terreno para encontrar un camino de escape más fácilRaúl Pérez, geólogo, sismólogo e investigador del Instituto Geológico Minero de España
En este sentido, el experto del IGME en riesgos geológicos explica: “En teoría, cualquier vulcanólogo diría que ninguna erupción es similar y todas tienen su particularidad. No obstante, estamos encontrando características que son bastante convergentes con las históricas en la zona de Cumbre Vieja: las coladas [mantos de lava] salen a favor de la dorsal y el magma utiliza la fracturación del terreno para encontrar un camino de escape más fácil. Esto, de alguna manera, puede ayudar a que las explosiones no sean más violentas porque, si ya tienes un camino hecho con fracturas extensionales, es más probable que, cuando salga la lava, tenga un comportamiento menos violento”.
Ana Crespo Blanc, catedrática de Geodinámica de la Universidad de Granada, coincide con Pérez en que el vulcanismo de la zona permite pensar en que el escenario descrito sea el más probable: “En principio, esperamos que pase lo mismo que las otras veces en los últimos siglos: erupciones que duren de un mes y medio hasta dos o tres meses y luego, cuando haya bajado la presión la cámara magmática, se habrá acabado”.
Conocer ese elemento clave aún tardará. El control geoquímico es fundamental para conocer la presión dentro de la cámara magmática, la que empuja el magma hacia el exterior. Pero Crespo, geóloga formada en la Universidad de Lausana (Suiza) y Sevilla, insiste en que, teniendo en cuenta las erupciones anteriores en la zona, “lo más probable es que se produzca una acumulación de lava que llegue hasta el mar, donde se enfriará y puede que amplíe incluso el tamaño de la isla”.
Descartados los escenarios más catastróficos
Los científicos rechazan los escenarios más catastróficos, como el que defendieron Steven Ward, de la Universidad de California, y Simon Day, del University College de Londres, hace 20 años en Geophysical Research Letters: “La evidencia geológica sugiere que, durante una futura erupción, el volcán Cumbre Vieja en la isla de La Palma puede experimentar una falla catastrófica de su flanco oeste, dejando caer de 150 a 500 kilómetros cúbicos de roca en el mar. Utilizando una estimación geológicamente razonable del movimiento del deslizamiento de tierra, modelamos las olas de tsunami producidas por dicho colapso. Las olas generadas por la ejecución de un bloque deslizante de entre 500 y 150 kilómetros cúbicos a 100 metros por segundo podrían transitar por toda la cuenca atlántica y llegar a las costas de las Américas con una altura de hasta 25 metros”.
Es conveniente no alarmar a la gente. El peor de los casos sería que se vaciara totalmente la cámara magmática y colapsase, pero no es el caso de La PalmaAna Crespo Blanc, catedrática de Geodinámica de la Universidad de Granada
Crespo Blanc rechaza sin dudas ese escenario y advierte: “Creo que es conveniente no alarmar a la gente. El peor de los casos sería que se vaciara totalmente la cámara magmática y colapsase, pero no es el caso de La Palma. Sería una erupción muy grande que involucraría a toda la isla y, obviamente, no es el caso aquí. Lo previsible sería que, una vez transcurrida la actividad que ha surgido ahora mismo, todo fuera volviendo a la normalidad”.
El geólogo Raúl Pérez también descarta el escenario descrito por Ward y Day: “La erupción no está acompañada de fenómenos de una elevada violencia. Dentro de lo que es el vulcanismo, el fenómeno que está ocurriendo es pequeño. Para que hubiera un colapso de la caldera, los volúmenes que tendrían que estar involucrados serían enormes y no es el caso. Ese escenario no se está contemplando porque no hay indicadores de que se pueda dar, ni por los volúmenes que se están estimando ni por las características eruptivas”.
En este sentido, por erupciones similares, se puede pensar en un escenario en el que se prolongue más de lo previsto la expulsión de lava, pero según Pérez, “se tendrían que dar unas condiciones tan especiales que no están previstas”. “Sí se tiene en cuenta”, según relata el geólogo, “la posibilidad de que una pequeña interacción del magma con el agua pueda producir alguna explosión”.
Vuelta a la normalidad
La previsión apunta a que el final de las erupciones marcaría el posible inicio de la vuelta a la normalidad. Pero esta no será inmediata ni se conoce cuándo ocurrirá. En este sentido, el geólogo del IGME señala: “Aunque no haya lava, para nosotros, el fenómeno continúa. Se puede seguir acumulando, aunque no tenga salida en superficie”.
Para evaluar qué zonas quedan fuera de riesgo se vigilan los mapas de movimiento de lava y la previsión del mismo hasta que complete su recorrido, según los datos del Instituto Geográfico Nacional. Raúl Pérez añade: “Después habrá que ver qué infraestructuras están cortadas y la composición de los campos de lava y la ceniza, que puede incluir elementos tóxicos que han caído sobre cultivos y acuíferos. Estamos preparando un estudio de impacto. Y el campo de lava se tiene que enfriar y estabilizar, tenemos que saber si se están formando tubos volcánicos por debajo y si el terreno afectado es estable. Va a durar mucho tiempo, no sabría decir cuánto, pero la vuelta a la normalidad no será inmediata”.
Los mapas de peligro, que marcarán las posibilidades de vuelta a sus hogares de los 6.500 desalojados, revisan el riesgo que representan las coladas de lava, las cenizas, los flujos piroclásticos, las emanaciones de gases, lahares o flujos de lodo, deslizamientos de ladera y tsunamis. Para elaborarlos se tienen también en cuenta la actividad sísmica, la deformación del terreno, las concentraciones de dióxido de carbono y azufre y las temperaturas con el fin de prever otras erupciones o nuevos centros eruptivos.
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