Los siete peligros de la erupción del volcán de La Palma
La lava, los gases y las cenizas constituyen los riesgos más inminentes por la actividad del Cabeza de Vaca
Juan Acosta Rodríguez, un vecino de Las Indias, fue la única víctima mortal oficial de la anterior erupción volcánica en La Palma, la del Teneguía o Cumbre Vieja, el 26 de octubre de 1971. Perdió la vida por inhalación de gases tóxicos en la zona de Los Percheles. Y se sospecha que esta misma causa estuvo relacionada con la muerte del fotógrafo Heriberto Felipe Hernández, de Santa Cruz de La Palma, quien falleció en el hospital con síntomas de intoxicación tras haberse aventurado en varias excursiones a la zona. Ambos fueron víctimas de uno de los siete peligros principales identificados por el Instituto Geográfico Nacional (IGN) tras la erupción de un volcán: coladas de lava, cenizas, flujos piroclásticos, emanaciones de gases, lahares, deslizamientos de ladera y tsunamis.
Coladas de lava. Es el manto de lava fluida producto de una erupción efusiva. Cuanto más viscosa, menor distancia recorrerá, pero ganará en altura. Si es más fluida, el manto, de menor espesor, puede ocupar grandes extensiones. Mariano Hernández Zapata, presidente del Cabildo de La Palma, explicó: “Una colada de lava con una altura media de seis metros se come literalmente viviendas, infraestructuras y cultivos que va encontrando en su camino hacia la costa del valle de Aridane”. Este lunes más de un centenar de casas habían sido arrasadas por los efectos de la erupción del volcán iniciada el domingo en la isla canaria. Los científicos que estudian su evolución prevén que la colada de lava entre en el mar en la costa de Tazacorte, posiblemente en Playa Nueva, en Los Guirres.
Cenizas. El Plan de Emergencias Volcánicas de Canarias (Pevolca) ha advertido de que las cenizas procedentes del volcán Cabeza de Vaca pueden causar “lesiones en las vías respiratorias, los ojos y las heridas abiertas, así como irritación en la piel”, por lo que recomienda no exponerse a ellas. Según explica el IGN, “durante una erupción explosiva se emite a la atmósfera una mezcla de gases y piroclastos [fragmentos sólidos de material volcánico expulsado]”. Las “bombas volcánicas” son los fragmentos más grandes, con trayectorias balísticas desde el centro de emisión, pero tienen un alcance menor, de pocos kilómetros. El resto de las partículas son elevadas por los gases volcánicos y generan la pluma, que puede conformarse como una columna convectiva de decenas de kilómetros. Cuando la densidad de los gases y partículas es igual a la de la atmósfera circundante, comienza la “lluvia” de cenizas, que es dispersada por los vientos y las turbulencias y puede cubrir áreas enormes, de miles de kilómetros cuadrados y hasta metros de espesor. En este sentido, el vulcanólogo y director del grupo Geociencias Barcelona, del CSIC, Joan Martí explica: “Si se generase alguna fase explosiva de más intensidad, las cenizas podrían recorrer un área mayor y afectar, por ejemplo, al aeropuerto: pero para eso hay que esperar a ver la evolución”.
Flujos piroclásticos. Si la pluma generada por una erupción explosiva no tiene la energía suficiente o una densidad menor que la de la atmósfera circundante, se produce un colapso que genera flujos densos de una mezcla de gases y partículas sólidas a muy alta temperatura (hasta unos 700º celsius) que se desplazan a grandes velocidades (hasta unos 550 kilómetros por hora) denominados coladas piroclásticas. Cuando estos flujos son más diluidos, presentan un movimiento más turbulento y se denominan oleadas piroclásticas. El conjunto de flujos que incluye coladas y oleadas piroclásticas junto con casos intermedios se denomina flujo piroclástico.
Los gases pueden provocar dolor de cabeza, asfixia, vómitos e irritaciones de ojos y piel, además de dañar las cosechas y las estructuras metálicas. Estas emisiones pueden causar la contaminación del aire y el agua y tener un alcance de cientos de kilómetros
Emanaciones gaseosas. El volcán de La Palma ha emitido ya a la atmósfera entre 6.000 y 9.000 toneladas diarias de dióxido de azufre (SO₂), según el primer cálculo del Instituto Vulcanológico de Canarias (Involcan). Los gases que inicialmente se encuentran disueltos en el magma se separan de este durante la erupción y se inyectan a la atmósfera a altas temperaturas y velocidades. Además de ser emitidos de forma violenta, los gases pueden escaparse por pequeñas fracturas o fisuras del edificio volcánico y alrededores de forma más o menos continua, dando lugar a lo que se denomina fumarolas. Algunos gases como el dióxido de carbono pueden escapar por difusión a través del suelo en extensas áreas alrededor del edificio y generar una nube que se mueve a la altura de unos pocos centímetros, en función de la topografía, hasta que se diluyen en la atmósfera. Los gases lanzados al aire pueden generar lluvia ácida al unirse al agua de rocío o a la procedente de precipitaciones. Pueden provocar dolor de cabeza, vómitos, asfixia e irritaciones de ojos y piel, además de dañar las cosechas y las estructuras metálicas. Estas emisiones pueden causar la contaminación del aire y el agua, y tener un alcance de cientos de kilómetros. El Instituto Portugués del Mar y de la Atmósfera (IPMA), cree que las cenizas, el dióxido de carbono y dióxido de azufre procedente del volcán español podrían llegar al archipiélago luso de Madeira, “aunque el impacto previsto para esta región”, según aclaran, “no se corresponderá con una situación crítica”.
Lahares o flujos de lodos. El IGN advierte también ante estas avalanchas de material volcánico no consolidado, especialmente cenizas, movilizadas por agua procedente de lluvias, fusión de glaciares, desbordamientos o deshielo. Su comportamiento es similar al de las riadas, se canaliza por los barrancos e incorpora todo tipo de materiales que arrastre a su paso, lo que aumenta su poder destructivo. Estos flujos pueden producirse durante la erupción o meses después, tras una lluvia torrencial, según señala el centro geográfico, por lo que se deberá tener en cuenta este peligro durante mucho tiempo tras el suceso de La Palma.
Deslizamientos de ladera. La superposición de materiales duros y blandos de los edificios volcánicos da lugar a una estructura que puede resultar inestable y producir el colapso de una parte del edificio. El agua o la intrusión de un gran volumen de magma puede causar estos movimientos.
Tsunamis. Las olas gigantescas pueden generarse por los mencionados deslizamientos de ladera de un gran edificio volcánico, por flujos piroclásticos masivos o por una erupción submarina. Estas olas pueden alcanzar varios metros de altura y penetrar decenas o centenares de metros desde la orilla del mar.
Recomendaciones
Tras la erupción del Caveza de Vaca en La Palma, los riesgos más inminentes son los generados por los flujos que proceden del volcán (coladas de lavas, flujos piroclásticos y lahares), los gases y las cenizas, que pueden incluir gases peligrosos como el flúor.
Ante los primeros, se recomienda evitar aproximarse a la zona afectada y circular por los cauces de barrancos o partes bajas próximas al volcán. Ante la presencia de ceniza, El Plan de Emergencias Volcánicas de Canarias pide permanecer en los domicilios, salvo en caso de peligro de derrumbe el techo por acumulación de la misma, vestir camisas de manga larga y pantalones largos, usar gafas protectoras y mascarillas de polvo, o en su defecto un paño húmedo sobre la boca.
Se aconseja permanecer en áreas cubiertas, evitar el ejercicio al aire libre, cerrar puertas, ventanas, la ventilación de la casa, chimeneas, calefacción y sistemas de aire acondicionado así como limpiar el polvo con frecuencia y depositar la ceniza acumulada en bolsas de plástico en contenedores. Nunca al alcantarillado público.
Del mimo modo, se recomienda retirar la ceniza acumulada de los techos planos y de las canaletas de lluvia, mantener tapados depósitos y cisternas de agua, evitar que la ceniza haga contacto con los alimentos, lavar bien frutas y legumbres, no consumir alimentos al aire libre y limpiar arbustos y plantas y sacudir los árboles si es posible.
Solo se debe conducir en caso de necesidad y, en ese caso, no superar los 40 kilómetros por hora para limitar el efecto de la acumulación de cenizas en los sistemas del vehículo que puedan obstruirse.
En el improbable caso de tsunami, se recomienda evitar las zonas bajas y estar atento a la información que proporcionen las autoridades.
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