Causas y consecuencias de la erupción del volcán de La Palma
La erupción que se está desarrollando no debería implicar riesgos más allá de los propios relacionados con el emplazamiento de las coladas de lava
La erupción volcánica que se inició ayer domingo a las 15.12 en la isla de La Palma es una más de las erupciones históricas que se han ido sucediendo en este archipiélago volcánico y de las que sin duda continuará habiendo en los próximos años. Al igual que ocurrió con la erupción de El Hierro, hace ahora 10 años, esta nueva erupción tiene características muy similares a todas las erupciones históricas que se han sucedido en estas islas. Es decir, se trata de una erupción de tipo estromboliano, iniciada a través de una fractura y con emisión de lavas, piroclastos y gases, y cuya duración puede variar, por lo general, de unas pocas semanas a unos pocos meses.
La causa de la erupción la debemos buscar en la acumulación de magma (roca fundida) en la base del edificio volcánico de La Palma (entre 6 y 8 kilómetros de profundidad), magma que proviene del manto terrestre, generado en una zona que llamamos astenosfera y que se localiza a unas pocas decenas de kilómetros de profundidad. En esta zona, las condiciones de presión y temperatura hacen posible que la roca que allí se encuentra se pueda fundir parcialmente, generando así el magma. Este líquido de composición silicatada, que contendrá restos de roca, cristales en suspensión y gases disueltos, tiene una densidad menor que la roca de su entorno. Dada la diferencia de densidad con la roca encajante, cuando el magma se acumula en cantidad suficiente, tiene tendencia a ascender (por flotabilidad) hacia zonas más superficiales aprovechando fracturas ya presentes en la roca o que el mismo empuje del magma puede crear. De esta forma, ascenderá hacia niveles de menor presión y temperatura, e incluso podrá acumularse en niveles intermedios en zonas de contacto entre rocas de distintas propiedades.
Cuando el magma se acumula en cantidad suficiente, tiene tendencia a ascender hacia zonas más superficiales aprovechando fracturas ya presentes en la roca
Estas zonas de acumulación, que llamamos reservorios magmáticos o cámaras magmáticas, permiten al magma profundo irse acumulando más cerca de la superficie, lo cual generará una sobrepresión que irá deformando y rompiendo las rocas de su alrededor. Esto se traducirá en un incremento de la sismicidad y de la deformación del suelo que miden los equipos de vigilancia volcánica. Del mismo modo, al abrirse fracturas, también se liberan gases procedentes del magma y que también serán registrados por estos mismos equipos. Así es como podemos conocer que el volcán se está preparando para una nueva erupción. De hecho, en el caso de esta erupción de La Palma, este proceso preeruptivo se inició el día 11 de septiembre con un incremento muy notable de la sismicidad y de la deformación del suelo, así como de la emisión de gases magmáticos, que se ha mantenido hasta el día de hoy. Esto ha permitido anticiparse a la erupción y tomar las medidas necesarias para su prevención y la reducción de los posibles riesgos asociados.
La erupción que se está desarrollando no debería implicar riesgos más allá de los propios relacionados con el emplazamiento de las coladas de lava, que están totalmente controladas por la topografía, y de la acumulación de piroclastos alrededor de la boca de emisión, los cuales acabarán formando el edificio volcánico correspondiente. También gases volcánicos, como los derivados del azufre o el propio CO₂, están presentes y deben ser tenidos en cuenta por el peligro que representan, aunque se encuentran restringidos en las mismas zonas que los productos anteriores.
La duración de la erupción dependerá de la cantidad de magma disponible para ser expulsado al exterior, lo cual determina el exceso de presión que se ejerce desde la cámara magmática, cesando esta cuando la sobrepresión vuelva a equilibrarse con su entorno. Las erupciones anteriores similares a la actual han tenido duraciones de entre pocas semanas a pocos meses.
Joan Martí Molist es director de Geociencias Barcelona, CSIC
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