Por qué debemos reducir la ignorancia nutricional (y el consumo de carne)
El autor denuncia los intereses que generan desinformación científica sobre el efecto en la salud de las carnes rojas y procesadas
La duda es vital en ciencia. De ella nace el principio de precaución, que persigue evitar la promoción de actividades (como el ayuno intermitente) hasta que no estemos seguros de que sus beneficios superan a sus potenciales riesgos. Pero la duda también es un producto fantástico para quien quiere promoverla: su existencia puede significar la diferencia entre vender un producto o no hacerlo para un “nutrido” grupo de consumidores a los que el factor salud influye en sus decisiones de compra.
Los nutricionistas nos topamos a diario con mensajes mediocres, interesados y torticeros sobre alimentación. Aunque no hace falta ser nutricionista. Laura Carosi, reputada periodista especializada en nutrición, denunciaba hace unos días una publicidad de un vino “sin azúcar”, que tiene tanto sentido como quitarle importancia a un pellizco porque nos lo han dado con las uñas pintadas.
La mayoría de tales mensajes exentos de principios proceden de empresas más interesadas en nuestro bolsillo que en nuestra salud, pero muchos los hallamos en medios de comunicación. En una investigación de Benjamin E J Cooper y sus colaboradores (Public understanding of science) se constató que entre el 68% y el 72% de los consejos nutricionales de los periódicos más vendidos del Reino Unido no eran rigurosos. En abril de 2020 (PLoS One), Montserrat Rabassa, Pablo Alonso-Coello y Gonzalo Casino concluían que la mitad de las declaraciones nutricionales que recibe la población pueden clasificarse como “inciertas”.
Pero si es doloroso para un nutricionista colisionar contra un mensaje nutricional oportunista en revistas, radio, televisión, páginas web y redes sociales, más lo es encontrarlo en una revista científica. Allí se supone que descansa la cuna de la investigación, la base de las recomendaciones de los especialistas, el rumbo al que dirigir la alimentación de la población. Cuando esto ocurre, cuando la publicidad se camufla de evidencia nutricional supuestamente incontestable (en unas líneas veremos un clarificador ejemplo), estamos ante la agnogénesis nutricional.
Generar desconocimiento
La palabra agnogénesis se forma a partir del prefijo a (sin) junto a los vocablos gnosis (conocimiento) y génesis (creación). Es decir, es generar desconocimiento. Como vemos, tiene la misma raíz que la palabra agnosticismo. Pero en este caso no hace referencia a la duda sobre la existencia de Dios o de otras afirmaciones religiosas o metafísicas, sino a la generación deliberada, interesada y malintencionada de la ignorancia. Sembrar confusión o duda y hacer creer a la población que nada es cierto.
Lograr convencer a los consumidores de que todo es cambiante y de que el cambio es caprichoso, inmotivado y no tiene un fundamento científico es todo un método. Los promotores de la duda como oficio nos dirán, sobre todo, que debemos desconfiar de cualquier mensaje nutricional que clasifique como “malo” (insano) algún alimento. Así podremos “comer de todo” y meter en el saco de nuestra dieta infinidad de productos no para darnos un capricho, sino porque lo importante es “la calidad global de la dieta”.
Su análisis revela que “desde el punto de vista de la salud pública, no existe duda sobre el impacto positivo que tendría una reducción del consumo de carnes rojas y procesadas”
¿Qué sentido tiene intentar colar que, parafraseando a Ramón de Campoamor, “nada hay verdad ni mentira: todo es según el color del cristal con que se mira”? Que si se logra convencer a los consumidores de que todo es subjetivo, mediante la creación intencionada de ignorancia nutricional (agnogénesis nutricional), estos, hartos de contradicciones insondables, probablemente tomarán uno de estos caminos: uno rotulado con el cartel “Como de todo un poco, por si acaso” (recordemos: comer de todo no es comer sano), u otro cuyo cartel reza “Los científicos no se aclaran, así que no haga caso a nada”. Ambos son arriesgados, porque una alimentación desequilibrada supone uno de los principales riesgos de mortalidad. Y ambos benefician la salud económica de la industria alimentaria. Otro experto periodista especializado en alimentación, Antonio Ortí, resumió esta situación reformando un conocido refrán: “A río revuelto, ganancia de la agroindustria”.
Un reciente ejemplo de ese “río revuelto” lo presenciamos en noviembre de 2019. La prestigiosa revista científica Annals of Internal Medicine publicó un polémico estudio que sugería que no hay razón para disminuir nuestro (elevado) consumo de carnes rojas y procesadas. Diversas autoridades en nutrición y entidades de referencia se llevaron las manos a la cabeza, tal y como amplié en el artículo “Carnes, sensacionalismo, irresponsabilidad y mala ciencia”. Pero ya era tarde: muchos medios se hicieron eco del “descubrimiento”. Quedó claro que los medios de comunicación pueden desempeñar, por desconocimiento o negligencia, un papel trascendental como cadena de transmisión de la agnogénesis nutricional.
Afortunadamente, la doctora Nerea Martín-Calvo y sus colaboradores acaban de demostrar (Antención Primaria) que las conclusiones del estudio recién citado son desacertadas porque se utilizó una herramienta de medición inadecuada. Se valoró la calidad de la evidencia que relaciona carne y salud con el sistema GRADE, inadecuado para evaluar el efecto de exposiciones nutricionales, ambientales o del estilo de vida. Pero Martín-Calvo y su equipo sugieren también que la polémica recién citada podríamos considerarla agnogénesis. ¿Para qué llevar a cabo complejas maniobras de distracción? ¿Para qué crear desconocimiento científico sobre el efecto en la salud de las carnes rojas y procesadas? ¿Para qué inducir a la población, en palabras de la doctora Marion Nestle, al “nihilismo nutricional”? Para que nada cambie. Lo que significará demasiadas personas consumiendo demasiada carne, algo peligroso, según leemos en esta nueva investigación: “La reducción del consumo de carnes rojas o procesadas a menos de 3 raciones a la semana podría tener un impacto importante sobre la mortalidad en la población adulta española (mayor incluso que el de evitar todas las muertes por accidente de tráfico que ocurren en el país)”.
¿Para qué inducir a la población al “nihilismo nutricional”? Para que nada cambie. Lo que significará demasiadas personas consumiendo demasiada carne
Su análisis revela que “desde el punto de vista de la salud pública, no existe duda sobre el impacto positivo que tendría una reducción del consumo de carnes rojas y procesadas”. Es relevante si sabemos que la cifra de españoles que consume 3 o más raciones/semana de carnes rojas o procesadas podría superar el 60%.
Pero esta no es la primera agnogénesis (también denominada agnotología). Es conocida la utilización de argumentos científicos que hicieron las tabacaleras en el siglo XX para ocultar los riesgos de fumar. Según Robert N. Proctor, profesor de historia de la ciencia en Stanford, los “mercaderes de tabaco” fueron en el siglo pasado unos “maestros en fomentar la ignorancia para combatir el conocimiento”. ¿Hasta dónde llegan los intentos de vestir de información la publicidad de propiedades saludables de productos tan malsanos como el tabaco? Hasta hoy. Además de con las carnes rojas y procesadas, sucede con las bebidas alcohólicas y con los alimentos malsanos, según mostró Francisco Ojuelos, prestigioso abogado experto en derecho alimentario, en su texto “Publicidad ilícita y salud: cerrar el círculo”.
La agnogénesis nutricional es una cara más del marketing depredador que nos rodea. Es publicidad en manos de prescriptores de opinión. Es utilizar premeditadamente la investigación con fines comerciales. Es, en definitiva, el oscurantismo camuflado de ciencia y colocado en un escaparate irreprochable, en un espacio de prestigio que le aporta un brillo que en verdad no tiene, pero que lo dota de verosimilitud: el de las publicaciones científicas reputadas.
Afortunadamente, la mala ciencia se combate, como han demostrado la doctora Martín-Calvo y sus colaboradores, con buena ciencia. Nosotros seguiremos haciendo nuestra parte y ustedes, si me lo permiten, estén alerta.
Julio Basulto (@JulioBasulto_DN) es un Dietista-Nutricionista que intenta convencer al mundo de que comer mal no se compensa con una zanahoria. También imparte conferencias, ejerce como docente en varias instituciones académicas, colabora con diferentes medios de comunicación y es autor de numerosas publicaciones científicas y divulgativas (www.juliobasulto.com).
NUTRIR CON CIENCIA es una sección sobre alimentación basada en evidencias científicas y en el conocimiento contrastado por especialistas. Comer es mucho más que un placer y una necesidad: la dieta y los hábitos alimenticios son ahora mismo el factor de salud pública que más puede ayudarnos a prevenir numerosas enfermedades, desde muchos tipos de cáncer hasta la diabetes. Un equipo de dietistas-nutricionistas nos ayudará a conocer mejor la importancia de la alimentación y a derribar, gracias a la ciencia, los mitos que nos llevan a comer mal.
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