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Noticia ardiente de Pompeya

Una exposición evoca la tragedia de la perla mediterránea sepultada bajo la ceniza del Vesubio

Un aspecto de la muestra 'Pompeya, catástrofe bajo el Vesubio'.
Un aspecto de la muestra 'Pompeya, catástrofe bajo el Vesubio'.SAMUEL SÁNCHEZ

Vida, pasión, agonía y resurrección de la impar ciudad romana de Pompeya se muestran al público hasta el próximo mes de mayo en una exposición inaugurada esta mañana por el presidente de Madrid, Ignacio González, en la plaza de Castilla de la capital, sede del Centro de Arte de la Fundación Canal de Isabel II. En un escenario subterráneo jalonado por un bosque de columnas de ladrillo y arcadas de medio punto que ya diera cobijo a los guerreros de Xian, se narra un relato conmovedor: el acaecido una tarde de agosto del año 79 de nuestra era y que, en apenas 18 horas, vio asolar la perla de la bahía napolitana, tendida sobre la falda de un imponente volcán hasta entonces durmiente.

Un gigantesco estruendo del Vesubio, que se yergue altivo sobre el bellísimo litoral mediterráneo, anunció el drama que sobrevenía. En pocos minutos su cráter emitió un estremecedor ronquido. Masas viscosas de magma, retenidas durante siglos en su poderoso vientre, hicieron reventar la boca del volcán que inmediatamente comenzó a disparar millones de toneladas de piedra volcánica sobre la apacible ciudad, tiñó de sombra su luminoso cielo y lo tajó con una gigantesca columna de humos, tan tóxicos como letales, de hasta 15 kilómetros de altura. Hasta siete metros y medio de cenizas sepultaron poco a poco Pompeya bajo un sombrío océano de grisura. Bajo tan infausto sudario la ciudad quedó enterrada durante 1.500 años. Como se supo 15 siglos después, al menos 5.000 personas, muchos niños, ancianos y mujeres, perecieron en espantosa agonía en la que fuera considerada la catástrofe natural más grave de toda la Antigüedad.

De ella pudo dar cuenta Cayo Plinio, El Joven, cuyo veterano tío, el científico y almirante responsable de la flota romana en la bahía, Plinio El Viejo, acudió con sus naves al rescate de la ciudad asediada por la furia vesubiana. También él perecería en Pompeya. Su narración ha llegado hasta nosotros y permite que la exposición, gracias a la experiencia de su comisario Martín Almagro y a un vivido montaje de Ignasi Cristiá, rehaga la acomodada vida cotidiana, la insólita muerte y el sorprendente renacer arqueológico, en el siglo XVIII de la incauta ciudad romana que debe su nombre a la pompé, procesión en lengua griega, que Hércules recorrió a través de la península italiana tras culminar los 12 trabajos que le confirieron la inmortalidad.

Hasta 10 ámbitos distintos, de forma secuenciada, —origen de la ciudad, casa de un prócer romano, pintura, vida privada, el ocio y la vía pública, entre otros— componen y trenzan amenamente la historia pompeyana y su aterrador drama, del cual sólo el milagro de la conservación de la ciudad muerta y de las huellas de sus moradores, sepultados todos bajo las cenizas volcánicas, brinda el consuelo de averiguar qué fue lo que en verdad allí sucedió.

Sin embargo, la furia del Vesubio no pudo destruir la belleza de algunas piezas de arte y enseres conservados bajo aquel aluvión de piedra y lava, como una excelsa Safo, que mantiene dos mil años después de ser pintada la fresca y polícroma pátina de su delicado semblante. Estatuaria, mosaico, orfebrería, cerámica, hasta 600 objetos de allí rescatados se exhiben al público a partir de mañana.

Gracias a la superintendenza creada en torno a los museos arqueológicos napolitanos, a la exposición madrileña han llegado vestigios reales tan increíbles como las huellas de un pompeyano en fuga o la figura de otra víctima intentando ascender por una escalera mientras le sorprendía la muerte. La asfixia, primero, más la lava después y la ceniza al cabo, causaron su muerte, la inmediata consunción del cadáver y el perfil del hueco ocupado por su cuerpo, como los huecos de otros infortunados de ambos sexos que no pudieron escapar de la ira del volcán.

Como propuesta creativa, la exposición culmina con el anillo, de engastado camafeo mitológico, del monarca Carlos III de España, entonces Carlos VII rey de Nápoles y de las Dos Sicilias, el más importante de los reyes arqueólogos de todos los tiempos, al decir de Martín Almagro, comisario de la muestra y académico de la Historia.

“Como organizador, promotor y gestor arqueológico, nadie le superaría, ni lord Carnavon ni el propio Schliemann”, asegura el arqueólogo español. Una galería dedicada a las pompeyas hispanas, Segóbriga y Mérida, exhibe entre otras joyas el majestuoso Efebo de Antequera, testigo de la pureza del arte de la época, síntesis excelsa de Roma y de Grecia, de cuyos tesoros escultóricos y pictóricos fue la infortunada Pompeya excelsa puerta de entrada. Completa la exposición una potente oferta audiovisual que permite al visitante evocar aquel episodio cuyo descubrimiento en el siglo XVI y su excavación en el siglo XVIII por orden del mejor alcalde de Madrid, escribieron una página imborrable de la historia más dolorida de la Humanidad.

Pompeya. Catástrofe bajo el Vesubio. De 10.00 a 21.00. Acceso cada 30 minutos. Entrada 6 euros. Hasta el mes de mayo. Centro de Arte Fundación Canal. Plaza de Castilla.

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