América Latina y el Caribe necesita una transición energética que no sea importada
El último Reporte de Economía y Desarrollo de CAF, lanzado en Chile, da pistas de cómo debe ser un sistema energético bajo en emisiones y que aborde los problemas de la región. Duplicar la electricidad e impulsar las renovables será clave
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En los últimos 80 años, el producto interior bruto por habitante a nivel mundial se ha casi quintuplicado. Pero, paralela y “lamentablemente, las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) se ha multiplicado por siete debido a este crecimiento formidable del ingreso por habitante y al aumento de la población”. Esta es una de las primeras frases con las que inicia el último Reporte de Economía y Desarrollo (RED) de CAF – banco de desarrollo de América Latina y el Caribe, que, por primera vez, le pone la lupa a la transición energética justa que necesita la región. Un camino que, si se hace bien, no solo les permitirá a los países desarrollarse, sino hacerlo de manera sostenible.
América Latina y el Caribe, explica Lian Allub, economista principal de la dirección de Investigaciones Socioeconómicas de CAF y coautor del informe, aún tiene un rezago en desarrollo si se compara con los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), sufre de un fuerte problema de desigualdad, y sus emisiones, que solo representan alrededor del 11% a nivel mundial, no vienen en su mayoría del sector energético: para 2019 casi el 65% provenían del cambio y el uso del suelo. Pero esto no la hace inmune al cambio climático. Por eso, este último informe que presenta CAF y que se lanza este jueves en la Universidad Adolfo Ibañez en Santiago de Chile, gira en torno a hacer una transición energética que no sea heredada o importada. Sino una, dice Allub, “que no les dé la espalda a los viejos problemas de desarrollo y a las necesidades de la región”.
La pista para lograrlo se esconde en un concepto fundamental: el desacople. “Típicamente e históricamente, el crecimiento económico ha generado aumento de las emisiones responsables del cambio climático”, explica Fernando Álvarez, también autor del informe y economista senior de la misma dirección que Allub en CAF. “Así que el desacople es lograr crecimiento económico sin que las emisiones crezcan”. Aunque el concepto suena sencillo, lograrlo no lo es. Y una transición energética en Latinoamérica y el Caribe no solo requerirá el cambio a un sistema con menos combustibles fósiles y más renovables no convencionales, sino evoluciones que van desde cómo se determina la tarifa de la energía, pasando por de dónde obtiene los ingresos la región hasta el rol que tienen las personas como consumidores.
A esto se suma que, por ser una región heterogénea, no se tratará solo de una transición sino de muchas. “Cada país experimentará la transición energética con la velocidad que le convenga, adoptando estrategias y políticas adecuadas a su realidad y sus posibilidades”, es una de las conclusiones que lanza el informe.
Oferta: duplicar la electrificación
Aunque las diferencias entre países son varias, Álvarez cree que hay una especie de mantra que se podría aplicar a toda la región: duplicar la electrificación. Es usual escuchar que América Latina tiene una matriz eléctrica baja en emisiones, ya que su principal insumo son las hidroeléctricas, no los combustibles fósiles. Pero la electricidad es solo uno de los muchos tipos de energía que consume América Latina. También está la energía del transporte, que implica gasolina y otros combustibles líquidos, o el gas que se usa para cocinar. Ambos ejemplos son energías, pero no son energía eléctrica.
Dejando eso claro, lo que también hay que saber es que el 20% del consumo energético de la región viene de la generación eléctrica, y aunque es un porcentaje que está ligeramente por debajo a la de los países de la OCDE (22%), la región tiene la ventaja que esta electricidad, en un 57%, viene de fuente renovables, lo que supera el promedio mundial (36%). Con esa garantía de que se trata de una matriz eléctrica baja en emisiones, hay que “pensar en un futuro en el que el 40% de la energía de América Latina y el Caribe venga de la electricidad”, insiste el experto, ligándolo a algo que también menciona el informe. “En el escenario de compromisos anunciados de la Agencia Internacional de Energía, la tasa de electrificación para la región asciende al 41% en 2050″.
Esto implica algunos retos lógicos, como superar la intermitencia de un sistema eléctrico cuyo insumo son factores variables - como el agua, el viento y el sol –, o crear infraestructura para transmitir y distribuir la electricidad (la red eléctrica de la región es de 20 kilómetros por cada 10.000 habitantes y para lograr un escenario de cero emisiones netas en 2050, requerirá el doble). Pero también hay otros desafíos no tan lógicos. Por ejemplo, el informe propone modificar la fórmula de cómo actualmente se saca la tarifa de la energía, ya que esta está pensada bajo las reglas de los combustibles fósiles. “Ante la penetración de las renovables no convencionales”, dice el documento, una buena practica sería la de “incluir los esquemas de precios diferenciados por bloques horarios”.
La transición, por parte de la demanda de la energía, también implicará otros cambios importantes. El documento de CAF destaca mejorar los sistemas energéticos para que no existan fugas tan grandes – ya que al transformar energía térmica en electricidad hay perdidas en promedio del 56% - y apostarles a combustibles bajos en emisiones, haciendo énfasis en el hidrógeno y el combustible de origen agropecuario.
Demanda: el reto de las industrias de difícil descarbonización
Pensar en electrificarlo todo viene con un talón de Aquiles: hay industrias claves para el desarrollo de los países, como la del cemento, el acero y el químico, que necesitan cantidades tan altas de calor que la electricidad no es suficiente. Por esto son llamadas industrias de difícil descarbonización. “La industria genera el 11% de las emisiones directas y el 24% de las emisiones energéticas de América Latina y el Caribe. De estas, los subsectores del cemento, el acero y el químico representan el 57%”, alerta el informe. Esto, en otras palabras, significa que, incluso en el escenario climático más anhelado, algo de combustibles necesitarán las matrices energéticas de la región. Pero como dice Allub, la conclusión no es pensar que hay que quedarse de brazos cruzados, sino, de nuevo, “pensar en desarrollar combustibles de bajas emisiones, como los biocombustibles – cuidando de que no compitan con la seguridad alimentaria – el hidrógeno verde”, y no descartar una tecnología que, según el informe, aunque aún es incipiente, será necesaria: la captura de carbono.
A esto, agrega Álvarez, hay que incorporarle una pieza de la que el mundo climático también habla mucho: la economía circular. “Hay que transformar los procesos industriales. Por ejemplo, utilizar chatarra para producir acero reduciría las emisiones”. El insumo del acero, usualmente, es el mineral de hierro que se pone en hornos que llegan a altísimas temperaturas y que son alimentados con combustibles fósiles. Pero, si el insumo es la chatarra, se puede utilizar un horno de arco eléctrico, cuya fuente es la electricidad. Incluso, el documento de CAF señala que “algo que distingue a América Latina y el Caribe del resto del mundo es que ambos métodos de producción [mineral de hierro y la chatarra] se utilizan en proporciones similares. Esta diferencia y el hecho de que la matriz eléctrica de la región sea relativamente limpia explican, en parte, que sus emisiones por tonelada de acero producida sean menores que el promedio global”. En 2019, esas emisiones fueron un 12% menores que en el resto del mundo y 25% inferiores a las de China.
En cuanto a la demanda, el informe también habla de otras transiciones importantes, como promover la eficiencia energética en los hogares y cambiar la tecnología con la que se cocina. Pero hay una recomendación que podría parecer inesperada. En transporte – que genera el 12 % de las emisiones directas y el 25 % de las emisiones energéticas de la región – el informe propone apostarle más a un urbanismo que le permita a las personas usar un transporte público eléctrico y moverse en bicicleta, por encima de los carros eléctricos. Por lo menos, en cuanto al transporte en la ciudad. ¿Por qué? “Los ingresos de la región no dan para carros eléctricos, demandan una infraestructura de carga que no existe y no resuelven un gran problema: el tráfico”, comenta Álvarez. Y hay una cifra que lo respalda. “Para un latinoamericano y caribeño promedio, pagar un auto que funciona con combustibles fósiles requiere entre 6 y 14 años de ingreso, mientras que para el vehículo eléctrico más barato hacen falta casi 17 años”.
Este informe de CAF es una señal clara que la transición energética en América Latina y el Caribe necesitará de grandes apuestas y no son, necesariamente, las que están haciendo Europa o Estados Unidos. Se trata de una transición con oportunidades y desafíos propios. Una que, a la vez que garantice la energía limpia, no olvidé la transición de empleos, de ingresos, de regulaciones, pero que, sobre todo, no deje atrás una lucha histórica de la región: la de la desigualdad.
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