Comunidades energéticas, una forma de resistir como consumidores
Una favela de Brasil, un barrio de Colombia y una comuna en Chile muestran alternativas para producir y vender energía limpia. América Futura visitó estas iniciativas que ayudan a repensar la transición justa
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América Latina es una región de oportunidades, pero también de conflictos. A pesar de ser una de las zonas con mayor potencial para producir energía eléctrica y solar, también es uno de los continentes donde más tensiones ambientales han surgido por la llegada de estos proyectos. El modelo extractivista se ha repetido. Sin embargo, a lo largo en la región han brotado experiencias de resistencia en las que un grupo de vecinos, cooperativas o comunidades barriales se organiza para producir su propia energía limpia: las comunidades energéticas.
Esta forma de repensar la transición energética y democratizar la energía se ha despegado principalmente en Brasil, con más de 20 comunidades energéticas reportadas, y está empezando a nacer en lugares como Colombia y Chile, con una y cuatro iniciativas de este tipo respectivamente, según la organización Energía Cooperativa.
De una favela en Río de Janeiro donde más de 30 familias se iluminan con el sol gracias a un proyecto que les ha bajado la factura de la luz a la mitad y se prepara para dar un salto a gran escala, a un barrio en Medellín que ha vencido a la burocracia para mostrar a Colombia otras formas de transición energética o dos cooperativas en una comuna de la región metropolitana chilena que comenzaron una revolución energética, América Futura recorre tres experiencias que muestran cómo avanza este modelo en América Latina.
La lucha para que la energía del sol ilumine las favelas de Río de Janeiro
En las favelas de Río de Janeiro, los tejados tienen vida propia. Las azoteas de las casas, muchas veces sin tejas, apenas una superficie plana (laje, en portugués) sirven para tender la ropa, hacer volar cometas, guardar los depósitos de agua o simplemente subir a tomar el sol. En la comunidad de Babilônia, situada frente a la icónica playa de Copacabana, desde hace un tiempo estos tejados tienen unos habitantes algo exóticos: unas relucientes placas solares que abastecen con energía solar a más de 30 familias. Son los paneles de Revolusolar, una ONG que tras años batallando ha conseguido dar a luz a una cooperativa, con la que esperan dar el salto de escala definitivo para hacer realidad el sueño de ser la primera favela autosuficiente de Brasil.
Las primeras placas se instalaron en 2015 por iniciativa de los dueños de dos hostales que estaban cansados de pagar unas facturas de luz abusivas. La empresa privada que suministra electricidad en Río de Janeiro, Light, suele quejarse de que en las favelas son muchos los vecinos que no pagan y se enchufan a la red ilegalmente, generando pérdidas millonarias. En contrapartida, los vecinos que pagan muchas veces se enfrentan a facturas hinchadas que no tienen que ver con el gasto real, sino con una estimación que hace la compañía.
Gracias a una línea de crédito especial para favelas, los pequeños empresarios consiguieron el dinero para comprar las primeras placas. Tras muchos dolores de cabeza y obstáculos provocados por Light, las pusieron en marcha, y la cuenta de la luz bajó a más de la mitad. “Fue como magia”, recuerda ahora la dueña del hostel Estrelas da Babilônia, Bibiana Ángel González. “A pesar de todo, resistimos, y enseguida vimos que era una buena inversión. Tiene mucho más sentido hacer una instalación solar en tu casa que comprarte un carro”, dice una mañana soleada en el apacible jardín de su posada.
La llegada de las placas solares estuvo rodeada de misterio. Pocos estaban familiarizados con ellas. Para muchos era un capricho de ricos, algo que no tenía nada que ver con la favela. Poco a poco se fueron rompiendo prejuicios y los vecinos empezaron a verlas como una opción factible. En eso tuvo mucho que ver la construcción de la principal instalación en el tejado de la asociación de vecinos. No era la casa ni la empresa de nadie, era algo de todos. “Eso generó un sentimiento de pertenencia que creó un orgullo en el barrio”, dice Valdinei Medina, nacido y criado en el barrio y ahora “embajador” del proyecto. Esta instalación tiene casi 180 metros cuadrados y es la que suministra luz a la mayoría de vecinos. Para colocarla hubo que reforzar la estructura del edificio. Su peso, de hecho, es lo que impide que las placas puedan brotar rápidamente en los tejados de los vecinos. Las casas aquí son muy precarias, hay que buscar espacios grandes y fuertes. El próximo será la nueva cubierta del campo de fútbol.
Dinei, como le conoce todo el mundo, interrumpe sus explicaciones recorriendo Babilônia cada vez que se encuentra a un vecino y se ponen al día de sus cosas. Pero se esfuerza en recalcar una cosa: los callejones por los que estamos pasando no son aleatorios, ahora forman parte del “corredor solar”, un recorrido pensado para los visitantes que busca ampliar la vocación turística de esta favela, una de las más tranquilas y vistosas de la ciudad. “Lo que queremos es independencia energética, y eso tiene que partir de los más pobres, esto tiene que ser un modelo. El desarrollo de nuestras favelas de los próximos 50 años tiene que ser con energía solar”, dice convencido. Los vecinos que reciben la energía contribuyen al mantenimiento de la cooperativa cediendo parte del ahorro que consiguen en su factura. Aun así, les sigue saliendo muy a cuenta. Emilia Vieira, una de las beneficiarias, cuenta que pasó de pagar 300 a 120 reales al mes (24 dólares). El plan ahora es seguir creciendo, para llegar a más de 60 familias beneficiadas, y en paralelo expandir el modelo a otras favelas de la ciudad.
El avance de la energía fotovoltaica en este barrio se da más por la certeza de que abarata la factura que por cuestiones medioambientales. El factor social también pesa. Al principio, Revolusolar echó mano de voluntarios, pero también formó gratis a una veintena de electricistas e instaladores de placas, jóvenes de la favela que ahora tienen un oficio. Ahora las placas dan trabajo fijo a 15 personas, entre ellas a Aline Guilherme, que desde hace un año trabaja en la administración. “Es una institución que no sólo genera energía, también abre puertas”. Ella, orgullosa “cría de la favela” se está preparando para su primer viaje fuera de la ciudad. En unos días estará en São Paulo para participar en la mayor feria de energía solar del país. “¿Desde cuándo una negra y favelada como yo iría a un evento de esos?”.
El barrio en Medellín que vende energía al sistema interconectado de Colombia
Si tuviéramos la capacidad de volar y pasar por encima del barrio El Salvador, hacia el centro oriente de Medellín (Colombia), en algún punto nos toparíamos con unos rectángulos entre verdes y azules. Si enfocáramos la vista un poco más, nos daríamos cuenta que se trata de paneles solares. Y solo con indagar entre quienes caminan en las calles, nos podríamos enterar fácilmente que son el núcleo de una comunidad de vecinos que no solo produce energía a partir del sol, sino que este año se convirtió en la primera en venderla al sistema interconectado de Colombia.
La cuadra en la que está esta comunidad energética se llama La Estrecha, y de las casi 54 familias que viven allí, 24 se unieron a este experimento. “En el país puedes producir energía en tu casa de dos maneras”, cuenta Juanita Giraldo, investigadora de la Universidad EIA, una de las instituciones encargadas de liderar el proyecto. La primera, es la más conocida: tener un autogenerador a pequeña escala, en el que la misma persona que produce la energía la consume. La segunda – y que corresponde a lo innovador de este proyecto - es lo que llaman generador distribuido, que permite que la energía que produce un panel solar puesto en una terraza entre a un solo punto. Luego se vende al sistema y la plata que se gana se reparte entre varias personas. En este caso, entre los 24 vecinos.
Pero vender el primer kilovatio de energía limpia al sistema fue una travesía. Tomó años. Primero se intentó hacer en la famosa Comuna 13 ya que había paneles solares instalados. Sin embargo, el intento fracasó porque no fue fácil organizar a la comunidad. Después, y tras colocar los dos sistemas de paneles solares en El Salvador – uno con una capacidad de 15 kilovatios hora y el otro de 5 kilovatios hora - en noviembre de 2021, el equipo que lideró el experimento se encontró que por ser el primer generador distribuido que le iba a dar energía al sistema en Colombia debían crear un contrato de cero para poder hacerlo. “Fuimos abriendo camino porque, a pesar de que existía regulación al respecto desde 2018, había muchos vacíos en cómo hacerlo”, agrega la experta. Así, venciendo la burocracia y llenando los huecos en la legislación, no fue hasta marzo de 2023 que lograron hacer del proyecto una realidad. En el equipo promotor también participaron la Universidad EIA, el grupo Empresas Públicas de Medellín (EPM), las empresas ERCO Energía y NEU y el University College de Londres.
“Fue un proceso lento, de mucho papeleo, por lo que tuvimos que tener paciencia”, contó Nora Aleida Franco, parte de la comunidad, unos meses después de que el proyecto entrara en marcha. “Estamos a la expectativa ahora de cuál va a ser la bonificación económica real”. Y es que, de nuevo, por temas de regulación y de cómo está pensando el sistema eléctrico colombiano, a los miembros de esta comunidad energética no les llega el beneficio de la energía que vendieron en dinero, sino en puntos que luego pueden usar para hacerle descuento a la factura de energía.
En promedio, estos puntos les han ido descontando unos 28.000 pesos colombianos (7 dólares) de lo que usualmente tienen que pagar, pero hay meses que el beneficio ha llegado hasta los 43.000 pesos por familia (10 dólares). Con el fenómeno de El Niño, además, la producción podría mejorar. “Fuimos muy de buenas porque empezamos a operar cuando venía la temporada de sol”, dice Giraldo, aunque también recuerda que en Colombia el precio de la energía depende de lo que suceda en la bolsa, por lo que puede ser fluctuante. Lo cierto, sin embargo, es que a través del proyecto y una vez estén optimizado todos los sistemas instalados podrían llegar a cubrir el 40% de la demanda mensual de energía de la comunidad.
Se trata de un experimento para democratizar la energía, para entender cómo podrá verse en Colombia una transición energética justa en la que los consumidores también son agentes activos. Además, es la primera vez que se prueba cómo crear una comunidad energética en Colombia, una figura con la que suele coquetear el presidente Gustavo Petro y que quedó establecida en el Plan Nacional de Desarrollo (PND), un documento que funciona como una especie de hoja de ruta sobre lo que hará el Gobierno. Ahora, solo falta que la figura quede reglamentada a través de un decreto que ya tiene un borrador y que dice, entre otras, que las comunidades indígenas, campesinas, negras, afrocolombianas, raizales y palenqueras que quieran constituir una comunidad energética podrán recibir recursos públicos para su financiación.
“A parte de hacer historia, esto ha servido para que los del barrio nos unamos más”, afirma Rodrigo García, habitante de El Salvador y el primer contacto que tuvo la Universidad EIA con la comunidad. “Cada dos meses nos reuníamos para recibir capacitaciones y hacíamos charlitas para ver cómo empezar”, agrega. Y aunque al principio los rodeaba el escepticismo, ahora que el proyecto no solo está funcionando sino volviéndose popular, la gente que se retiró en un principio quiere regresar. “Ya sabemos que esto sale adelante”, concluye con entusiasmo.
A pesar de que la idea es que este fuera un proyecto piloto, una especie de laboratorio en vida real, tanto los investigadores como la comunidad esperan que siga adelante y que lo haga en manos de los vecinos. “El plan en estos días es cómo encontrar una transición para que ellos se organicen y lo lideren solos”, agrega Giraldo, quien espera que, con el tiempo, haya menos burocracia para una solución que ameritan los tiempos de cambio climático.
Pichidegua, la comuna rural de Chile que comparte su luz
Los aromos en flor anuncian que la primavera ya está pronta a llegar a Pataguas Cerro, una pequeña localidad rural ubicada en la comuna de Pichidegua, en la zona central de Chile, a 165 kilómetros de Santiago. Aunque todavía hace frío, el sol brilla fuerte esta mañana. Es un buen augurio de lo que será la época cálida en la primera comunidad energética de Chile, donde los rayos del sol son responsables de parte importante de la electricidad que utilizan las tres postas rurales de salud de la comuna, la escuela Pataguas Cerro y el Liceo Latinoamericano.
La revolución de la energía comunitaria en Chile arrancó en 2020 en estas calles, muy lejos de los focos de las grandes ciudades y de las empresas de generación eléctrica. Fueron dos cooperativas que trabajaron juntas en un piloto para hacer realidad lo establecido en la Ley de Generación Distribuida para el Autoconsumo, una normativa que entró en vigor en octubre de 2014 en Chile para incentivar la autogeneración a partir de energías renovables no convencionales. La cooperativa de trabajo Red Genera, fundada en 2017 por ingenieros de la Universidad de Chile, buscaba levantar un caso de estudio. Los tejados de las bodegas e instalaciones de la sede Pataguas Cerro de la cooperativa campesina Coopeumo, fundada en 1969 como parte de la reforma agraria para apoyar el desarrollo rural, eran el lugar ideal para iniciar la aventura.
Apoyados por el municipio de Pichidegua, bajo el programa de Comuna Energética impulsado el Ministerio de Energía y la Agencia de Sostenibilidad Energética (AgenciASE), ambas cooperativas se pusieron manos a la obra. Gracias a líneas de financiamiento e inversión propia –en total unos 86.000 dólares- hoy tienen instalados 72 paneles fotovoltaicos que abastecen de electricidad a la sede de la cooperativa donde hay cuatro invernaderos donde arman plantines de hortalizas, además de cámaras de frío, maquinaria de siembra, una deshidratadora y una turbina de calor. Coopeumo genera 54 kilovatios de potencia, lo que le permite tener excedentes que luego inyecta al sistema. A cambio, obtiene descuentos que le significan un ahorro de 60% en su cuenta de la luz al año, unos 8.200 dólares.
Pero eso es solo una parte. Casi la mitad de los ahorros por inyección de electricidad al sistema, es traspasado a la comunidad de Pichidegua, a través de descuentos remotos en las cuentas de servicios públicos como postas y escuelas. “Decidimos que lo mejor era beneficiar a la comunidad y de esa manera a los socios de forma indirecta, porque en las postas se atienden sus familias y en la escuela se educan sus hijos y nietos”, cuenta Ignacio Mena, trabajador de Coopeumo, quien vive con su familia en esa localidad.
Los beneficios de ser comuna energética no solo se reflejan en las cuentas de fin de mes, sino también en la conciencia medioambiental de su comunidad. Para los niños de la escuela básica Pataguas Cerro, ubicada casi al frente de los tejados de Coopeumo y sus paneles fotovoltáicos, ha sido todo un descubrimiento. Como parte del plan educacional, los estudiantes de sexto básico visitaron la planta, conocieron sus instalaciones, conversaron con los ingenieros y entendieron cómo funcionaba todo el sistema desde la celda que captura la luz del sol hasta la energía se inyecta en los postes de electricidad que se ubican a un costado de la calzada. “La reacción de los alumnos fue fantástica, llegaron fascinados, muy bien informados, les contaron a sus familias, estaban todos maravillados”, cuenta Víctor González, director de la escuela básica Pataguas Cerro, mientras camina por el patio del colegio.
Para el resto del país, el ejemplo de energía comunitaria de la comuna de Pichidegua ha tenido un efecto dominó. Hoy en Chile existen 109 comunas adheridas al programa Comuna Energética y 60 proyectos ya ejecutados. Coopeumo, de hecho, decidió replicar su programa en su sede ubicada en la comuna de Las Cabras, donde tiene capacidad para crecer hasta los 35 kilovatios.
Lo que está ocurriendo con la generación distribuida comunitaria entusiasma a Rodrigo Barrera, jefe de la oficina de Desarrollo Territorial de AgenciaASE, quien ve cómo la revolución energética está llegando hasta los lugares más alejados del país sudamericano. “No basta con que las grandes inversiones de generación solar o eólica sean parte de nuestra matriz energética, no basta con descarbonizar la matriz, ni con la producción del hidrógeno verde o la electromovilidad a gran escala. Las comunidades, los territorios, tienen que ser parte de esa nueva trayectoria de desarrollo”, explica.
Pero para que los proyectos de generación distribuida sigan multiplicándose en Chile, explica Claudio Martínez, el secretario ministerial de Energía de la Región de O’Higgins, es necesario superar las “complejidades técnicas” para que la red de distribución tenga la capacidad para recibir de vuelta todo el excedente de energía autogenerada. Sin ir más lejos, en Patagua Cerro podrían inyectarse al año unos 78.000 kilovatios hora, que hoy se pierden por la poca capacidad de la red. “Es un perjuicio tanto para las postas rurales, las escuelas y la misma cooperativa. Para tener una noción, es el equivalente a la generación de consumo de 32 casas en un año”, explica Ignacio Mena, quien se despide porque ya debe partir a almorzar a su casa, a unas pocas cuadras de la cooperativa. Durante la tarde, seguirá trabajando en la mantención de la planta junto a Carlos Saavedra, ingeniero de Red Genera, que hoy se encuentra de visita en las instalaciones de Coopeumo en Pichidegua.