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COP28
Columna
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¡Adiós combustibles fósiles, hola renovables!

Nuestra sociedad moderna ha tenido que pasar por 28 de estas Conferencias para, por fin, en un hecho histórico, llamar las cosas por su nombre

Convivio
Un campo eólico del proyecto La Guajira 1, en la comunidad Taruasaru (Colombia), el 2 de marzo de 2023.Diego Cuevas

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Cada vez hay más evidencia científica de las condiciones climáticas que llevaron al colapso de la civilización maya hace 1200 años, justo cuando se encontraban en la cúspide de su desarrollo. El gran crecimiento poblacional, que requería un uso indiscriminado de recursos naturales, derivó en períodos severos de sequía y degradación de los suelos y, por ende, en inseguridad alimentaria. El sistema de Gobierno no pudo sostenerse. Las poblaciones migraron. Nos quedan apenas las ruinas arqueológicas para imaginar cómo fue el esplendor de su cultura; y también una lección de historia que aprender.

Un grupo de científicos de todo el mundo lleva más de 30 años reuniendo evidencias de que las actividades humanas (como transporte, energía, industria y uso del suelo) son las causantes directas del cambio climático y de que tenemos una serie de límites planetarios que, de cruzarse, pueden ser potencialmente catastróficos e irreversibles.

Personalmente, llevó varios años participando en las Conferencias de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (las COP como les dicen en corto) y tuve la responsabilidad de ser negociadora por mi país, Colombia, cuando se adoptó el Acuerdo de París. Allí hice parte del diseño del sistema de evaluación de sus metas, también conocido como Balance Mundial. Y este año, estuve en Dubái presenciando la primera de estas evaluaciones en la COP28.

En cierto sentido, las naciones del mundo reprobaron el examen del Acuerdo de París, puesto que los compromisos y las acciones que se han llevado a cabo a la fecha, no son suficientes para evitar esos cambios climáticos catastróficos. No hace falta buscar muy lejos en cualquier periódico del mundo para encontrar noticias de tormentas y huracanes devastadores, periodos de lluvias o sequías nunca antes vistos, incluso este año ha sido ya catalogado como el más caliente del que se tiene registro.

A diferencia de los mayas, que no pudieron entender las señales de cambio ni actuar al respecto, nuestra sociedad moderna ha tenido que pasar por 28 de estas Conferencias para, por fin, en un hecho histórico, llamar las cosas por su nombre, identificar y aceptar responsabilidades y buscar encauzar los cambios por dónde debe ser. Es decir, transformar nuestros sistemas energéticos y de transporte; detener y revertir la deforestación; y fortalecer la resiliencia ante los impactos del cambio climático de los sectores del agua, la agricultura, los sistemas alimentarios, la salud, los ecosistemas, la infraestructura y la herencia cultural.

Desmenucemos la idea de transformar nuestros sistemas energéticos y de transporte, y la razón por la que esto se considera una victoria histórica. Los representantes de la industria petrolera llevan décadas desviando, con un éxito rotundo, la atención pública de su culpa directa ante el cambio climático.

Esta COP tuvo lugar en el corazón de la producción petrolera de Medio Oriente, con un presidente de las conferencias que también es el director ejecutivo de la doceava empresa con mayor producción de petróleo del mundo, y que fue sujeto a múltiples controversias mediáticas. Y aún así, pese a ese cabildeo petrolero liderado por Arabia Saudita, pese a estar en esa región del mundo llena de negociadores obstruccionistas y negacionistas, pese a los intereses de otras grandes potencias económicas que siempre buscan el menor denominador común en acción climática como Estados Unidos o China, pese al presidente de la COP, la señal es inequívoca: todos los países del mundo se comprometieron a dejar atrás a los combustibles fósiles y a sustituirlos triplicando las energías renovables y duplicando la eficiencia energética; lo cual está atado a reducciones de emisiones profundas, rápidas y sostenidas de 43% a 2030, de 60% a 2035, buscando alcanzar la carbono neutralidad a 2050. Estos son los cimientos de una transición imparable, lejos de los combustibles fósiles.

Fue una batalla sin tregua en la que una alianza progresista liderada por los países insulares, la Unión Europea y algunos países latinoamericanos con la vocería de Colombia defendieron un futuro seguro para la humanidad con esfuerzos francamente heroicos.

Para nuestra América Latina, así como para otras regiones del mundo, cumplir con los compromisos adquiridos en la COP28 va a significar un reto transformacional enorme. Uno que requerirá un acompañamiento de flujos de financiamiento e inversiones de billones de dólares anuales, particularmente de los países ricos hacia el mundo en desarrollo, dando fe de sus propias obligaciones financieras. Uno que debe traducirse en planes nacionales de acción y compromisos renovados ante Naciones Unidas. Uno para el que nuestra región tiene una ligera ventaja comparativa, al contar con más del 60% de nuestros sistemas energéticos basados en energía renovable, pero que igual deberá incrementar hasta llegar al 100%. Uno que deberá ocurrir, además, escuchando e integrando las voces de las comunidades, las voces de los pueblos indígenas, las voces de sectores desfavorecidos que podrían beneficiarse de una mayor democracia energética. Al final del día, esta transición es una oportunidad, como pocas, para atender un problema global con justicia y equidad.

¡Adiós combustibles fósiles, hola renovables!

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