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Crónica de la cuarentena por el coronavirus | Día 7: En memoria de Li Wenliang

En la planta 17ª del hospital Gómez Ulla de Madrid todos conocen al médico que alertó del coronavirus, quien fue perseguido y murió contagiado

J.S.

“6. Todos los residuos los depositarán en cubos negros situados en la planta.”

En la planta 17 del hospital militar Gómez Ulla en Madrid todos, internos y trabajadores sanitarios por igual, saben hoy quién era Li Wenliang. Saben que en diciembre este médico de Wuhan alertó a un grupo de amigos del comienzo de una peligrosa dolencia desconocida. Saben que cuando su aviso se hizo viral la policía le obligó a retractarse. Saben que continuó con su labor profesional hasta infectarse él mismo con el coronavirus. Saben que este jueves por la noche falleció.

Cuando su corazón se detuvo, el gobierno chino intentó mantenerlo vivo por todos los medios. Pretendían evitar que sus errores salieran a la luz y hacer de Li Wenliang un mártir. Pero él nunca quiso ser un mártir: solo era un profesional cumpliendo con su labor. Por ello, su historia –ya lo es– resuena con más fuerza aún. Su muerte ha despertado una oleada de ira y dolor sin precedentes en las redes sociales chinas. Su vida prueba la autenticidad de la máxima: “Un solo hombre que deje de mentir puede derribar una dictadura”. Estas palabras del psicólogo canadiense Jordan Peterson en absoluto representan una sentencia al Partido, que ya ha sorteado en el pasado amenazas mayores. Más bien es un recordatorio de la responsabilidad de cada individuo. Li Wenliang cumplió con su parte.

En una entrevista mantenida este jueves con los lectores de Verne, recibí la siguiente pregunta: “¿Te crees la aparente transparencia de la información que está dando China?”. La respuesta, escrita antes de conocer la noticia, apunta en la misma dirección. “No es una transparencia total, pero representa una sorprendente excepción para los estándares nacionales. Para lidiar con esta amenaza y frenar su avance es indispensable encarar la realidad tal y como es. Resulta fascinante –y aterrador, añado ahora– comprobar cómo la verdad supone un obstáculo casi ineludible en un sistema autoritario basado en el oscurantismo”. “Creo que una sociedad sana debería tener más de una voz”, declaraba Li en una entrevista con un medio chino un día antes de conocer su diagnóstico.

Además de su figura, que siempre será recordada –pese a que los esfuerzos disolventes no tardarán en dar comienzo– permanece también el drama personal de un hombre de 34 años que se fue mucho antes de que llegara su hora, dejando atrás un niño pequeño y una mujer embarazada. Li Wenliang falleció a causa de una enfermedad de la que mis compañeros y yo logramos escapar, víctima de la falta de una libertad de la que gozamos sin haber hecho nada para merecerlo. Su ejemplo acongoja. Li Wenliang es ya un ideal, un espejo que enfrentado arroja las preguntas: ¿Y tú, habrías estado a la altura? Mírate, ¿qué mal sostienen tus mentiras?

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