Una Universidad con presencia
Más allá del debate acerca de si presencialidad sí o no, necesitamos una Universidad con presencia. Con presencia en la sociedad, en las instituciones, en la(s) crisis y en sus soluciones
Esta pandemia ha trastocado la organización habitual de las universidades presenciales y lo va a seguir haciendo, al menos un tiempo. Lo online parece ser ahora la panacea definitiva. Sin restarle un ápice de sus bondades (a la vista están), soy de los que reivindica la presencialidad como elemento fundamental para el aprendizaje. Estoy convencido de que el conocimiento y la creatividad se asientan en el equilibrio entre la imprescindible interiorización individual y el estímulo, la complicidad y la interacción con los otros, a veces casi imperceptible, de un gesto, una frase o un garabato sobre el papel o la pizarra, aunque no es este el objeto de estas líneas.
Discutimos, ahora, en nuestros departamentos, sobre si lo online ha llegado para quedarse, sobre modelos híbridos... Sin duda muy importante, pero enfocado más al cómo que al qué Universidad queremos y necesitamos. Todo parece indicar que la pandemia va a producir en nuestra sociedad y economía estragos superiores incluso a los de la pasada crisis de 2008, cuyos efectos aún perduran. Vemos que Andalucía ha anunciado un recorte a sus universidades que ojalá reconsidere, porque debemos evitar errores pasados, en los que la educación (en particular, la superior) parezca un lujo, en lugar de una parte sustancial de la solución.
Y ello porque, más allá del debate acerca de si presencialidad sí o no, necesitamos una Universidad con presencia. Con presencia en la sociedad, en las instituciones, en la(s) crisis y en sus soluciones. Ante sus estudiantes y también presente (y valorada) en el imaginario de los ciudadanos. Cuando cada día aplaudimos a los sanitarios, debemos ser conscientes de que se han formado en nuestras universidades. Cuando reconocemos que necesitamos más ciencia, debemos saber que es en la Universidad donde se cultiva. Necesitamos científicos, humanistas, ingenieros, juristas... para avanzar en la solución, porque el problema afecta a todo el entramado social. Y todos esos profesionales se forman —y muchos trabajan— en las universidades.
Más conocimiento significa más investigación, más Universidad, porque, además de hacer el 70% de la investigación del país, en ella se forman los futuros investigadores. Por eso, sin Universidad no habrá ciencia. Formación e investigación son la doble hélice que, con los enlaces entre ellas y ejercidas en libertad, constituye el ADN de la Universidad, y la alteración de cualquiera de ellas produce otra institución genéticamente distinta.
Un ADN imprescindible para la tarea de transformar nuestro modelo productivo hacia una economía menos dependiente y más sostenible, que debe cimentarse en el conocimiento y que adquiere, así, un papel estratégico. Sin embargo, el informe Cotec 2020 señala que la inversión en I+D sigue aún en el 1,24% del PIB, frente al 2,11% de la UE; que la investigación pública ha perdido peso en el sector productivo y que hay un 30% menos de empresas con actividades de I+D que en 2008. Por eso, en estos momentos de revalorización de lo público, es primordial recordar y recuperar el papel de la educación superior como un servicio público esencial, del que las universidades, fundamentalmente públicas, son sus prestatarias. Tenemos recientes las consecuencias de anteponer los criterios económicos a los de servicio en ámbitos como la sanidad o las residencias de mayores, un fenómeno al que la enseñanza superior no es ajena.
Necesitamos una Universidad con presencia en la sociedad, comprometida con la ciencia y la investigación y concebida como un servicio público que facilite, independientemente del estatus económico de los estudiantes, el acceso al conocimiento en el que debemos basar nuestro desarrollo como personas y como país. Una presencia real y palpable, sin que el cómo nos haga perder de vista el qué.
Carlos Andradas es catedrático de Álgebra, fue rector de la UCM.
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