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Europa retoma la vida pública con las fronteras cerradas y sin certezas sobre el verano

“Me llegan docenas de cartas desesperadas”, dice la comisaria de Interior sobre las restricciones a la movilidad

Álvaro Sánchez
Dos excursionistas disfrutan de un día soleado en la playa de Zandvoort (Países Bajos), el 9 de mayo.
Dos excursionistas disfrutan de un día soleado en la playa de Zandvoort (Países Bajos), el 9 de mayo.KOEN VAN WEEL (EFE)

El pueblo de Baarle-Hertog-Nassau, en la frontera entre Bélgica y Holanda, bien puede servir de símbolo del modo en que Europa aborda el fin del confinamiento. En la parte neerlandesa del municipio, los comercios están abiertos. Solo unos metros más allá, al otro lado de la línea pintada en el suelo que separa ambos países, no hay ni rastro de clientes: las leyes belgas no lo permitían hasta hoy. A una escala mayor, los movimientos hacia la llamada nueva normalidad muestran un continente partido en mil pedazos. Alemania se abre por länder, Francia por départements y España, salvo casos puntuales, provincia a provincia. La desconfianza ante la posible llegada de la temida segunda ola de contagios de la covid-19 es el mejor antídoto contra la precipitación: sosiega el ímpetu de los líderes europeos y les empuja hacia una política de paso a paso cargada de mensajes implorando responsabilidad a la sociedad.

Al fragmentado regreso a la vida pública le acompaña un dilema: ¿por dónde empezar? Los Veintisiete tienen ante sí un tablero lleno de botones. Cada uno es una parcela de libertad restringida. Casi todos han pergeñado planes para los comercios, la hostelería, los colegios, el deporte o las reuniones privadas. Pero el momento de apretar los interruptores para resucitarlos dista mucho de ser uniforme. Dinamarca fue la primera en reiniciar las clases en los colegios. Austria estuvo entre las pioneras en quitar el candado de los comercios. Alemania se dispone a reanudar la Liga de fútbol. Y media España podrá sentarse en las terrazas y reunirse con hasta 10 personas desde este lunes. Mientras, en Bélgica, donde salir a caminar o correr ha estado permitido durante todo el confinamiento, no está prevista la cerveza al sol hasta junio. Y acaba de autorizarse la compañía de cuatro amigos o familiares con los que no se conviva, con la condición de que sean siempre los mismos.

El poder de la gran institución supranacional ha exhibido sus limitaciones frente a los Estados. Bruselas diseñó una hoja de ruta con tres requisitos para iniciar la reapertura: un gran descenso de contagios, recursos sanitarios suficientes y capacidad de vigilar la epidemia con test y aplicaciones móviles, pero al no fijar umbrales, dejó en manos de las capitales el cambio de fase. Ahora, observa con resignación el descontrolado batiburrillo de medidas de los socios europeos. Y sin apenas competencias para intervenir, ha quedado relegada a ser la voz de la conciencia. Una especie de aguafiestas ante la tentación de la euforia. “La situación sigue siendo frágil”, alertó este viernes la Comisión Europea.

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En la capital comunitaria reconocen sin tapujos que existe descoordinación. Y preocupa especialmente la situación de las fronteras internas, ahora cerradas y con la policía presta a multar a todo aquel que las cruce por motivos no esenciales. La comisaria de Interior, Ylva Johansson, fue elocuente al describir ante el Parlamento Europeo el drama que la interrupción de la movilidad supone para muchos europeos. “Me llegan docenas de cartas de gente desesperada. Me dicen: estoy en Austria, Grecia o Polonia, ¿cómo vuelvo a Bulgaria, Alemania o Eslovenia? Somos pensionistas y estamos mudándonos a España o Francia: ¿cómo llegamos a casa? Vivo en Bélgica, pero mi prometido está en Francia. No podemos vernos. Mi pareja no puede presenciar el nacimiento de nuestro hijo”.

La dirigente sueca compara las barreras con el telón de acero que separó a familiares y amigos durante los años oscuros de la Guerra Fría. La intención de Bruselas es que se levanten lo antes posible, máxime teniendo en cuenta que 17 millones de europeos viven o trabajan en un Estado miembro diferente al que nacieron, pero no está en su mano. Como casi todo lo importante en esta pandemia, es decisión de los Estados. Y los roces entre capitales a cuenta de las restricciones ya se han producido. Luxemburgo se ha quejado airadamente de la decisión de Alemania de prolongar los controles. El Gran Ducado es uno de los países que más trabajadores extranjeros recibe diariamente, unos 200.000, el equivalente a que en España entraran más de 15 millones de empleados al día. “Se corre el riesgo de dañar la coexistencia”, advirtió el ministro de Exteriores, Jean Asselborn. Como protesta, varias localidades fronterizas ondearon la bandera europea a media asta.

El enigma del verano

Con Europa embarcada en una especie de viaje al pasado, retrotrayéndose a cuando Schengen no existía y las casetas de aduanas proliferaban como setas, Bruselas teme que la llegada del verano derive en pasaportes de primera y de segunda. “No se pueden abrir las fronteras a los ciudadanos de un país de la UE y cerrarlas a los de otros”, avisa la comisaria. Varias capitales desafían esa filosofía basada en el “o todos o ninguno”. Austria busca vías para poder recibir visitantes, pero prioriza a su principal mercado, el de sus vecinos alemanes. Y Croacia ha planteado un corredor turístico por el que puedan circular viajeros checos.

Los desplazamientos estivales amenazan con ser fuente de rebrotes si los recién llegados provienen de zonas especialmente golpeadas. Francia quiso solucionarlo obligando a aislarse dos semanas a todos los que ingresen al país, pero reculó y por ahora los ciudadanos de la UE y el Reino Unido quedan exentos de la cuarentena. Londres, pese a la férrea oposición del sector turístico, se prepara para emprender esa vía, incluso para los que lleguen desde el resto del continente por vía aérea, aunque podría aplicar excepciones a visitantes de Francia o Irlanda. Bruselas no tiene competencias para poner en marcha una cuarentena similar a nivel europeo, y deberá ser cada Estado el que elija si plantea esa exigencia, un golpe de gracia para la industria aérea y hostelera. Está por ver si el Ejecutivo comunitario alude a ese instrumento en las orientaciones que presentará esta semana sobre cómo levantar los controles. “Será una tarea muy difícil. Se han introducido medidas descoordinadamente. Desenrollar las restricciones nacionales llevará algún tiempo”, admite Johansson.

Los gobernantes chocan una y otra vez con la misma pregunta. ¿Habrá viajes en verano? El escritor uruguayo Eduardo Galeano se decía desconfiado de los optimistas a tiempo completo. Lo era según la hora del día. Algo así debe sucederle a los europeos, que se desayunan con caídas en las cifras de fallecidos y meriendan con las ambiguas respuestas de la clase política sobre las vacaciones en el extranjero o en su lugar de origen. “No estoy seguro de que podamos esperar movimientos masivos de población entre Estados en julio y agosto”, señaló el ministro de Salud francés, Olivier Véran. “Nos quedaremos entre europeos”, delimitó el presidente, Emmanuel Macron, en lo que puede ser la antesala de un futuro “entre franceses” que nadie descarta. Las autoridades galas han recomendado aplazar las reservas mientras no se aclare el panorama. Ese mismo consejo le costó a la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, una oleada de críticas de la industria turística.

Más complicada todavía se presenta la situación para los viajeros de fuera de la UE, para los que las puertas de Europa seguirán cerradas. Bruselas ha llamado a los socios a retrasar un mes más su llegada, prohibida desde mediados de marzo. Dado que no se contempla reabrir las fronteras externas hasta que los controles internos desaparezcan, es probable que se sucedan nuevas prórrogas.

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Sobre la firma

Álvaro Sánchez
Redactor de Economía. Ha sido corresponsal de EL PAÍS en Bruselas y colaborador de la Cadena SER en la capital comunitaria. Antes pasó por el diario mexicano El Mundo y medios locales como el Diario de Cádiz. Es licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla y Máster de periodismo de EL PAÍS.

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