Begoña vuelve a ver La Concha
Vivía sola y aislada hasta que Pedro, un voluntario que le hace compañía todas las semanas, le ha devuelto la ilusión por vivir
La vida de Begoña había oscurecido por completo. Sin cumplir 60 años, vivía encerrada entre las cuatro paredes de un pequeño piso del centro de San Sebastián, sin amigos, sin trabajo y, peor aún, “sin alicientes para vivir”. “Me sentía sola, no hablaba con nadie, perdí la ilusión, dejé de arreglarme”, comenta. Su aislamiento fue tal que estuvo dos años sin acercarse a La Concha, pese a que la playa está a poco más de 200 metros de su casa. Un día dijo “basta”, decidió pedir ayuda y desde que conoció a Pedro, un voluntario que le hace compañía desde septiembre pasado, todo ha cambiado “por completo”.
-Pedro: “Begoña ha conseguido, en poco tiempo, pasar de perder las ganas de vivir a decir te quiero”.
-Begoña: “Pero cómo no te voy a querer, si me has devuelto la vida”.
Begoña Naveran y Pedro Torrecilla conversan vía Skype, ella desde casa y él en un paréntesis de sus vacaciones. Una charla entre ambos es una bombona de oxígeno. “Salgo todos los días, Pedro. Me cuesta, pero salgo. Doy la vuelta a la manzana y me tomo un zurito”, le da el parte. “Así me gusta. Ya falta poco para que volvamos a vernos”, le responde él a través del ordenador.
Entablaron contacto a través de la ONG AdinKide, que ofrece “acompañamiento afectivo” a personas mayores que viven solas. “Estamos ante un caso de éxito. Ha habido un cambio total en Begoña”, asegura Leire García, responsable de esta organización. El suyo es uno de tantos casos de soledad no deseada existentes en Euskadi. El Gobierno vasco cifra en 104.000 las personas de más de 65 años que viven solas en esta autonomía, de las que unas 49.000 son usuarias del servicio de teleasistencia, la mayoría octogenarias.
Begoña, nacida en Durango hace 60 años, estudió hasta tercero de Medicina, terminó la carrera de Filología vasca y después hizo los cursos-puente para graduarse en Psicología y en Pedagogía. Habla cinco idiomas (castellano, euskera, inglés, francés y alemán) y trabajaba como profesora de Pedagogía Terapéutica en varios institutos. Un grave accidente de tráfico le mantuvo en coma durante 47 días y le dejó importantes secuelas físicas. Tuvo un hijo con una parálisis cerebral y se divorció dos veces. “Me encantaba mi trabajo, pero tuve que aceptar la incapacidad laboral absoluta en contra de mi voluntad. Fuera del trabajo no tenía relaciones y me quedé sin ningún soporte social. Vine a San Sebastián para estar más cerca de mi hijo, que sigue ingresado en un centro, pero aquí no conocía a nadie. Antes de los 60 años, me quedé sola, sin trabajo, sin ninguna compañía. Caí en depresión”, recuerda de su pasado.
Las visitas programadas de AdinKide han sido la salvación para Begoña. Recibe a Pedro todos los jueves y pasan juntos la tarde: “Me costó mucho pedir ayuda. Ahora no me arrepiento, porque veo la vida de otra manera. Pedro y yo hablamos mucho, somos muy psicólogos. Él es una persona afable, cariñosa, y me ha devuelto las ganas de salir a la calle, porque llegó un momento en que buscaba cualquier excusa (la lluvia, el viento sur...) para quedarme encerrada”. Begoña tiene problemas de movilidad, se ayuda de una muleta.
Pedro se encontró con una mujer que atravesaba un momento “muy delicado” de su vida: “La conexión fue instantánea. Vi en sus ojos que había mucha vida escondida. Y nos pusimos a hablar y hablar. Ella se había provocado su propia soledad y necesitaba compañía”, afirma este voluntario de 51 años, un convencido de “la excelente labor que entidades como AdinKide están realizando para que las personas revivan”.
“Con darnos la mano, ya es suficiente”, dice Pedro.: “Somos dos personas muy afectivas y muchas veces nos comunicamos con las manos entrelazadas”. Le interrumpe Begoña para insistir en lo mismo: “Ese contacto físico es muy reconfortante para mí. Dos besos, unas caricias… hacen aflorar unos sentimientos auténticos”.
Un tarde quedaron para ir de compras, porque Begoña no había pisado un supermercado en mucho tiempo. Solía hacer la compra por Internet o por teléfono. “Tardamos 40 minutos en hacer muy poca distancia”, dice Pedro, porque Begoña “se paraba en los bancos. Pero lo consiguió y se vio capaz. Unos días después se montó sola en un autobús para ir a un hipermercado de Oiartzun”. Rosa, la asistenta encargada de hacerle la limpieza desde hace tres años, ha visto una evolución “enorme”: “Antes estaba hundida y triste. Desde que está con Pedro es otra persona”.
Salen a la calle, toman una caña y conversan. Algo tan poco valorado como una conversación es suficiente para combatir la soledad no deseada, afirma Leire García. AdinKide tiene ahora más voluntarios que receptores de ayuda. Atienden a todos aquellos que reciben derivados de los Servicios Sociales locales y de Salud. “A la gente le cuesta pedir ayuda y reconocer que está sola. Surge el miedo al qué dirán. Pensarán que la familia no me quiere o me ha abandonado, se dicen a sí mismos. Es necesario romper esa barrera del aislamiento”, apostilla.
Begoña ha pasado de no responder nunca al teléfono a mandarle un mensaje casi a diario a Pedro, y ahora se ha propuesta ser más activa en Twitter. En diciembre pasado le prepararon una fiesta de cumpleaños. Se juntaron unas 40 personas y sopló las velas de una tarta. “Hasta ese día, yo solo había soplado un mechero”, dice ella para reconocer su mejoría anímica. Pedro se emociona al recordarlo porque “verle ahora sonreír no tiene precio”.
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