Psicofármacos contra la soledad
Los ancianos toman cada vez más antidepresivos y somníferos para combatir el islamiento y el abandono
"Nunca pensé que lo peor de la vejez fuera la soledad”. Es la frase de una señora de 92 años que mira con tristeza a través de la ventana. La imagen forma parte de una campaña de la asociación Amics de la Gent Gran para sensibilizar acerca de lo que algunos denominan la epidemia silenciosa, la soledad. Ahora, esa misma asociación alerta del creciente uso de psicofármacos entre las personas mayores para escapar de un malestar que se les hace insoportable. Antidepresivos, ansiolíticos y somníferos son los remedios más utilizados. Han conseguido la receta de su médico, pero aumentan las dosis conforme aumenta el malestar y con ello la dependencia.
La tristeza, el estado depresivo o la dificultad para dormir son solo los síntomas de un mal que no se cura con pastillas, sino con compañía. Y este es un problema que afecta especialmente a las mujeres. Según la Encuesta Continua de Hogares del Instituto Nacional de Estadística, en 2017 había en España 1.960.000 hogares en los que vivía una persona sola de más de 65 años. De esa cifra, 1.410.000 eran mujeres y 550.000 hombres. Y otro dato aún más revelador: entre las mujeres de más de 85 años, el 41,3% viven solas, frente al 21,9% de los hombres. Esta diferencia se debe a que las mujeres suelen ser varios años más jóvenes que sus maridos y a la mayor longevidad femenina, de manera que los hombres se benefician más que las mujeres del cuidado de su pareja.
Vivir solo no implica necesariamente sentirse solo. Se puede vivir una vejez autónoma con relaciones sociales muy satisfactorias. Pero a medida que la población envejece, crece también el problema de la soledad no deseada. El problema no es la soledad física, sino la psicológica y aun dentro de esta hay gradientes. No es lo mismo sentirse solo porque no se tiene familia o los amigos han muerto que sentirse abandonado. El aislamiento social asociado a la edad es fruto de tres pérdidas que tienen que ver con la identidad, la autonomía y el sentido de pertenencia. La persona siente que ya no es quien era; que ya no puede hacer lo que hacía ni lo que querría, y que su mundo ha desaparecido. El entorno en el que vive ha cambiado tanto que ya no se siente parte de él. Este tipo de problemas no puede combatirse medicalizando la soledad, sino con tejido asociativo y programas sociales de acompañamiento.
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