“El sistema me ha expulsado por no publicar”
Cristina Gil-Lamaignere trabajó con un Nobel y ahora cursa un grado de FP porque no ha podido acreditar su labor científica. La crisis y la competencia han ahogado a los grupos pequeños
“Cuando me metí en Tenerife elegí sin saberlo la muerte de mi carrera profesional. Me da muchísima pena, mi línea de investigación tenía mucho potencial según me dijeron médicos”. Quien habla es Cristina Gil-Lamaignere (Madrid, 1970), una bióloga molecular que investigaba el cáncer en ratones, y que ha pasado de tener un currículum envidiable —trabajar con un Nobel— a vivir con su hijo en casa de su madre y trabajar en una empresa informática mientras cursa a distancia un grado de FP superior en Programación. Entremedias, ha sobrevivido con la pensión materna, encadenando trabajillos muy precarios en un país, España, que ha menguado su inversión en I+D+i en 2.400 millones anuales desde 2008. El fin de la crisis no ha supuesto una vuelta a la inversión.
Gil-Lamaignere se ha quedado fuera del sistema y no espera volver. Y no es la única. “El mayor problema que tiene la ciencia es que con la crisis se han perdido la mitad de los grupos de investigación”, se lamenta el secretario general de Universidades, José Manuel Pingarrón. Unos equipos de investigación, ahogados, han optado por fusionarse para ser fuertes; mientras otros, tras la jubilación de su jefe, se han diluido y aquellos que no estaban en plantilla han tenido que emigrar o buscarse otra ocupación, algunos en la universidad privada. Ahora cada plaza libre se cubre en la pública, pero el daño es irreversible.
“Todo el que no puede producir artículos en las magnitudes que ahora se piden para obtener un proyecto competitivo se ha quedado por el camino. Es gente olvidada”, se desespera Ana Crespo, catedrática de Biología Vegetal en la Complutense. “Al haberse reducido el dinero, la salida más habitual es dárselo a los grupos mejores, que son los que tienen unos resultados numéricamente más altos de publicaciones. Si tienes un grupo pequeño —tú y otras dos personas— es muy difícil que puedas alcanzar esas cifras”, explica Crespo, miembro de la Academia de Ciencias.
Ese es el caso de esta bióloga que contrató a dos predoctorales en un grupo que se esfumó. Arrancó con una beca europea su carrera laboral en la Universidad de Tesalónica (1998-2001), donde ganó un disputadísimo premio de la farmacéutica Merck y tres años después leyó la tesis en la Autónoma de Madrid, donde se había licenciado. “Quería ser rápida y me sacaba sangre yo sola los fines de semana —necesitaba donantes para los experimentos— para terminar cuanto antes”. Corrió, pero en España no había trabajo y se marchó a dos universidades alemanas (Wurzburg y Heidelberg).
Allí en 2006 conoció a Bruce Beutler, que obtendría el Nobel de Medicina cinco años más tarde. “Le pregunté si podía trabajar con él y me fui a su laboratorio en La Jolla (California). Luego el Ministerio de Educación me concedió una beca posdoctoral de dos años para estar allí”. Los experimentos de Cristina resultaron infructuosos y por el ansia de publicar —la carrera se para en España si no lo haces— se fue. “Beutler no lo entendió, le sentó mal”, reconoce. Por fin en el laboratorio de Floyd Romesberg logró publicar. Con esta brillante presentación la investigadora, embarazada, logró el primer puesto en Epidemiología en los contratos Ramón y Cajal, diseñados por España para recuperar talento.
No tenía padrino —la mayoría de los cajales trabajan ya en un grupo cuando solicitan el contrato— y en 2008 se instaló donde le ofrecieron trabajo con mejores condiciones: el hospital de la Candelaria en Tenerife. Montó su equipo y obtuvo 120.000 euros para su proyecto. Pero el tiempo pasó y no fue capaz de cerrar otros contratos. Lo atribuye a trifulcas políticas canarias. Cuenta que no logró el de la Asociación Española contra el Cáncer porque los componentes del equipo —jefes de servicio de La Candelaria— no podían acreditar experiencia conjunta.
El contrato del Cajal incluía el compromiso de un contrato estable si se daban las condiciones, pero el hospital alegó en 2013 que no podía asalariarla por la tasa de reposición. El revés final fue pedir la suficiencia investigadora I3, un programa que llevaba asociados casi 300.000 euros para el centro que estabilice al profesional. Obtuvo un no al ser la principal firmante de uno y no dos de los tres artículos requeridos, aunque Cristina compensaba el déficit con los fondos logrados.
Ella no pudo emigrar por motivos familiares, y recurrió el I3 mientras trató de seguir investigando gratis pero no había medios ni para los de dentro de la universidad. En 2015 le otorgaron el I3, pero era tarde. “Es un papelito para enmarcar que no me sirve para nada. Científicamente estoy muerta por no publicar en dos años. Soy tozuda y volveré a la ciencia por la puerta de atrás, programando pruebas genéticas”.
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Café para todos o invertir en los equipos más potentes
Con las vacas flacas de la crisis surgió el debate: ¿Hay que invertir poco en todos los grupos de investigación o concentrar recursos en los potentes de las grandes universidades? “Yo digo siempre que la Universidad es como el fútbol, para tener cuatro equipos en Champions tienes que tener la Liga”, compara José Manuel Pingarrón, secretario general de Universidades. Es decir, cuatro campus punteros florecen en un escenario de calidad media, por lo que no se pueden descuidar los centros y programas pequeños, que pueden ser también muy exigentes.
"Tenemos en ciencia un buen nivel medio, el que nos corresponde. Entre el 10º y el 15º en el mundo en cualquier variable que mida el grado de desarrollo de una sociedad", elogia el premio Príncipe de Asturias Juan Luis Arsuaga, de la Universidad Complutense "En Reino Unido solo hay cuatro universidades mejores que las españolas y nosotros necesitamos tener esas cuatro. Esa excelencia se consigue atrayendo talento y para eso tienes que pagar más, que estos centros tengan otras reglas. Seamos realistas para poder avanzar".
Pero Ana Crespo, de la Academia de Ciencias, alerta: “Un grupo pequeño tiene muchas dificultades para salir adelante y, si es bueno, hay que dejarlo crecer. Lo que hoy son conocimientos tangenciales mañana pueden necesitarse por un cambio de paradigma. Hay que ser juicioso”.
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