Universitario y dependiente severo: “Yo a clase como los demás”
Un joven de 21 años, que solo mueve la mano y los pies por una enfermedad rara que le ha postrado en una silla de ruedas, se beneficia de un plan de accesibilidad de la Complutense
En la habitación de Edgar Suárez, un estudiante de segundo curso de Matemáticas de 21 años, hay un ordenador extraordinario. Lo maneja con la vista porque solo puede mover una mano y los pies. Una enfermedad rara que los médicos aún no han identificado tiene la culpa. La adaptación del PC no es la única ayuda que tiene este joven madrileño para cursar sus estudios en la Universidad Complutense de Madrid. Esta ha creado una beca que le costea el alojamiento en un colegio mayor adaptado del campus de ciudad universitaria. Y también una persona que le atiende la mayor parte del día para que se olvide de la batalla contra los obstáculos de la ciudad que le impedían llegar a clase a tiempo. “Muchos días salía de casa, pero tenía que darme la vuelta a casa”, se lamenta Edgar.
En septiembre, antes de su llegada al Colegio Santa Teresa de Jesús, Edgar vivía en Torrejón de la Calzada. Los ascensores estropeados del metro y más de 30 kilómetros le alejaban de su sueño: ser matemático para trabajar algún día en una empresa del sector espacial. “Los ascensores del metro y de la Renfe se tiran hasta cinco meses sin funcionar y tenía que buscar otro camino”, explica. El viaje desde Torrejón era una odisea porque, entre otras cosas, se tenía que despertar muy temprano.
Y es que la distancia es uno de los tres criterios que el tribunal tuvo en cuenta para que Edgar se llevara la ayuda. Él es el único de los 821 estudiantes con discapacidad que hay la universidad que la tiene. Los otros dos tuvieron en cuenta el nivel de renta y el grado de discapacidad, que en su caso supera el 80%. Edgar no puede hacer nada por sí mismo.
El joven perdía mucho tiempo en rutas alternativas de transporte por culpa de las averías. El problema es que sus profesores no podían atrasar la clase por él. No le esperaban y cuando quería llegar, ya había sonado la campana. Así que se quedaba muchos días sin ir. Pero eso ya es historia, ahora Edgar solo coge un autobús de la Empresa Municipal de Transportes (EMT) enfrente del colegio mayor, que está a menos de dos kilómetros de la Facultad de Matemáticas. Y llega siempre a tiempo. En siete paradas.
Un 63% de los campus, sin fondos para ser más accesible
Más de la mitad de las universidades españolas (63,6%) afirma que no recibe ayudas económicas para mejorar la accesibilidad de sus instalaciones, según el estudio universidad y discapacidad de la Fundación Universia. Y en en el caso de recibirla, proviene sobre todo de las Comunidades Autónomas (50%). Los campus destacan que son las "entidades privadas" las que más les apoyan para lograr la accesibilidad universal.
Además, se apunta que el 45% de los universitarios con discapacidad cree que aún hay barreras de accesibilidad en los centros. El 42,37% señaló el aula, seguido de los espacios comunes (16,53%) y del material facilitado por los docentes (12,71%).
Por las mañanas, después del café, el joven enfila el ascensor y comienza su camino a clase. Es fácil; sin trabas. “Me ha cambiado la vida; es incomparable estar a diez minutos”, comenta Edgar. En el campus le conocen por ir “a toda pastilla” y "derrapar" con la silla de ruedas por el carril bici. Ha pasado de no llegar a ser el más rápido. Un ejemplo de sus ganas de comerse el mundo.
Sin apenas recibir lecciones, Edgar aprobó el curso pasado todas las asignaturas. ”Es brillante; tiene el universo en la cabeza”, cuenta Esteban Sánchez, el delegado del rector para diversidad y medioambiente, y uno de los impulsores del plan que permite al joven ir al aula como el resto. Porque esa es su obsesión: “Yo, a clase como los demás”, insiste. Este curso asegura que habría sido imposible aprobar si hubiera seguido viviendo en Torrejón, porque “hay que aprender muchos más conceptos e ir mucho más al día”.
La persona que asiste a Edgar en la residencia de estudiantes se encarga de cambiarle de postura, asearle, vestirle y darle el desayuno. También le ayuda con los ejercicios de clase, le imprime los apuntes y le pasa las páginas de los libros para que pueda estudiar. Pero Edgar aún se acuerda de lo que se siente al caminar y al escribir. “De repente, un día empecé a andar mal; me operaron y me prometieron que caminaría bien, pero después de la intervención dejé de hacerlo por completo”, cuenta.
“Lo difícil para las personas con discapacidad severa es llegar a la universidad”, comenta Sánchez. Y por eso la UCM y el Consejo Social han puesto 34.000 euros para sacar adelante el proyecto y “evitar que estas personas no puedan estudiar”, cuenta el delegado del rector. Pero necesitan más dinero para ofertar más plazas. “Lamentablemente hay solo una", sostiene Sánchez.
Ahora, la única preocupación de Edgar es "aprender a escribir matemáticas en el ordenador", porque dejó de hacerlo en papel tras una operación cuando estaba en el instituto que no salió como estaba previsto . Y es “lo más jorobado” porque nunca ha usado uno, cuenta con la sonrisa pintada en la cara. La misma que le sale en clase cuando su profesor, el catedrático en el departamento de Álgebra José Manuel Gamboa, hace alguna broma. Edgar mantiene los ojos bien abiertos, y arquea las cejas cuando responde las dudas que surgen en clase. Y es de los primeros en hacerlo. También en salir del aula, porque le tienen que abrir la puerta supletoria por la silla.
Gamboa reconoce que la discapacidad de los alumnos la atienden los docentes: “Si tenemos que estar tres horas más con él cuando haya que examinarle, estaremos”. Una actitud diferente de la que tuvo otro profesor en el instituto, quien le aseguró que no sería universitario por su discapacidad, lo que le sentó como un jarro de agua fría. Pero se secó rápido. “No le hice ni caso; persigo mi sueño”, cuenta Edgar. Y no le falta ayuda para alcanzarlo. Sus compañeros siempre están pendientes de él. Es uno más. Es como los demás.
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