Una silla de ruedas a medida a la venta en ferreterías
Un equipo de innovadores diseña una silla elevadora de bajo coste con materiales accesibles. Thiago, un niño argentino de cinco años con parálisis cerebral, ha sido el primero en probarla
Suena el timbre. Thiago es uno más de los 700 alumnos que acude puntual a la Escuela 117 Islas Malvinas de Rosario, en Argentina. Tiene cinco años y comparte aula con otra veintena de críos de su edad. Sin embargo, el pequeño es distinto de sus compañeros: nació con parálisis cerebral y se mueve en una silla de ruedas. Pero no tiene una cualquiera. Desde hace unos días dispone de una silla que ha diseñado para él un equipo de ingenieros, fisioterapeutas y rehabilitadoras participantes en el Laboratorio de Innovación Ciudadana de Argentina (Labicar), organizado por la Secretaría General Iberoamericana (Segib) y el Gobierno de la provincia de Santa Fe. No solo está fabricada a su medida, sino que tiene un mecanismo que le eleva hasta una posición vertical. Esto le permite interactuar mejor con otros niños y además es beneficioso para su salud.
La de Thiago es lo que se llama una silla de bipedestación, ya existen en el mercado y cuestan entre 2.000 y 5.000 euros, incluso bastante más si son con tecnología muy avanzada. La que ha diseñado y construido el equipo del Labicar está hecha con materiales que se pueden encontrar en una ferretería por 300 dólares. “Nada de tener que pedir a Suecia un tornillo”, explica Jonathan Ramírez, ingeniero industrial de 31 años e inventor del prototipo que luego han contribuido a desarrollar otras nueve personas. Ahora, cualquiera puede copiar y modificar el diseño para producir una propia en unas 10 horas por muy poco en comparación con el desorbitado precio de las que se pueden adquirir actualmente para las economías familiares más precarias.
El equipo de innovadores ciudadanos ha trabajado durante once días para que la idea de fabricar una silla de bipedestación de bajo coste de Ramírez sea hoy una realidad para Thiago. Empezaron de cero. El primer día todavía no conocían al niño, ni siquiera se conocían entre ellos. Hechas las presentaciones, se pusieron manos a la obra. Contactaron con organizaciones que apoyan a pequeños con discapacidad motora. Necesitaban encontrar a una familia dispuesta a que unos extraños probasen el prototipo, todavía inexistente físicamente, con su hijo o hija en esa situación.
Fue en el Instituto de Lucha Antipoliomielítica y Rehabilitación del Lisiado (ILAR) de Rosario donde encontraron al candidato idóneo: Thiago. Sus padres, terapeutas y profesores se mostraron receptivos. Hasta la fecha, el niño tenía una silla de ruedas común, bastante más alta que las que usan sus compañeros en el aula. Para que estuviera al mismo nivel que el resto de los alumnos, los progenitores aceptaron que se sentara en un asiento de madera con unos brazos metálicos soldados para no caerse. “Con esta silla adaptada [la del cole] le mejora la postura y se siente como sus compañeros”, asegura la madre, Tamara Santillán, de 28 años, cuando ya ha dejado a su hijo en clase y se ha acallado la algarabía infantil.
Además de aumentar su interacción al situarle en el mismo plano de conversación que los demás, desde una altura más baja se puede dejar caer al suelo y reptar hasta los juguetes, explica su maestra, Nancy Burguyener. “Está bien integrado porque los niños tienen el corazón tan grande que le ayudan”, se emociona. Aunque reconoce que la discapacidad de Thiago le impide hacer todo lo que querría, como jugar con otros niños al futbolín que hay en el patio. “A veces los compañeros no le dejan porque no maneja bien”.
“La gente tiende a aislar a las personas en sillas de ruedas; también ellas mismas se aíslan. La idea es verse iguales, que aumente la interacción”, explica Ana Milena Ortiz, de 36 años, miembro del equipo desarrollador de la nueva silla. Ella es fisioterapeuta, pero trabaja como docente en la Corporación Universitaria Autónoma de Nariño, en la Facultad de Ingeniería Mecánica. Es la primera vez que participa en un laboratorio de innovación ciudadana y está entusiasmada con la idea de aplicar sus conocimientos para ayudar a un colectivo, representado por Thiago. Además, contribuye a pequeña escala a lograr el cuarto de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible: “Para 2030, garantizar el acceso a la educación en condiciones de igualdad de las personas vulnerables, incluidas las personas con discapacidad”.
“Tomamos las medidas del niño, para que biomecánicamente tuviera la postura correcta. Es muy difícil tener a un crío sentado siempre y que pueda estar de pie supone beneficios fisiológicos: se expande la caja torácica y mejora la respiración, sus huesos se fortalecen y se evitan las úlceras por presión que aparecen cuando se mantiene siempre la misma postura”, detalla Ortiz. Estos beneficios contribuyen a que Thiago vea cumplido su “derecho a gozar del más alto nivel posible de salud sin discriminación”, tal como recoge el artículo 25 de la Convención sobre los derechos de las personas con discapacidad, que en Argentina es ley desde 2008.
Que pueda estar de pie supone beneficios fisiológicos: se expande la caja torácica y mejora la respiración, sus huesos se fortalecen y se evitan las úlceras por presión que aparecen cuando se mantiene siempre la postura Ana Milena Ortiz, fisioterapeuta
La vida de Thiago ha cambiado. Ahora tiene una silla adaptada a su tamaño y necesidades que un grupo de desconocidos ha fabricado para él. El invento ha sido donado a ILAR, la institución donde el niño recibe rehabilitación, para que pueda seguir usándolo. Pero otros pequeños con su mismo problema de esta o cualquier organización similar del mundo pueden beneficiarse también, pues el diseño está libre de licencias. “Ya había participado en un laboratorio de innovación y conocía el potencial que tiene un evento así para promocionar un proyecto”, asegura Ramírez, que no esconde su deseo de que su silla de bipedestación se generalice.
Demanda potencial hay: solo en la provincia de Santa Fe, en Argentina, hay 138.000 personas con discapacidad. Puestos a romper barreras y saltar fronteras: en todo el mundo, más de 1.000 millones de personas viven con alguna forma de discapacidad; de ellas, casi 200 millones experimentan dificultades considerables en su funcionamiento, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). "Tienen peores resultados sanitarios, académicos, una menor participación económica y unas tasas de pobreza más altas que las personas sin discapacidad", advierte el organismo. Esto se debe a los obstáculos que entorpecen el acceso a servicios que muchos de nosotros consideramos obvios, en particular la salud, la educación, el empleo, el transporte o la información. "Esas dificultades se exacerban en las comunidades menos favorecidas", apunta la OMS. Ahora se puede descontar, al menos, a Thiago de esa estadística.
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