Para saber cómo es el aparato reproductor femenino, tóquelo
Las posibilidades de la innovación y las nuevas tecnologías son infinitas. Un buen ejemplo es cómo con una impresora 3D esta escuela para niños ciegos de Rosario (Argentina) crea material didáctico
Luzia murió por segunda vez en el gran incendio del Museo Nacional de Brasil el pasado septiembre. Era el cráneo de una mujer de unos 11.500 años de antigüedad, uno de los restos arqueológicos humanos más antiguos de América Latina. En su honor, una impresora 3D ha sido bautizada con su nombre. Pero no permanecerá en una vitrina. Esta Luzia creará material didáctico para niños ciegos o con muy poca visión en la Escuela Especial 2081 Lidia Elsa Rouselle de Rosario, en Argentina.
Las 30 maestras de este centro apoyan a 81 chicos con discapacidad visual integrados en colegios regulares. Para ello, al principio de cada semana preparan con anticipación las temáticas que van a estudiar. Hasta ahora se servían de manualidades con materiales asequibles (papel, cartón, lanas): fabricaban objetos que los chavales pudieran ver con sus manos para entender la lección. Pero ¿cómo representar una célula, un átomo, un mapa o el aparato reproductor femenino? Una impresión en tres dimensiones ayudará a que los dibujos en la pizarra o las ilustraciones de los libros sean visibles para los alumnos ciegos.
En clase, Vera estudia el ciclo menstrual. Pero tiene una discapacidad visual y le es difícil observar con nitidez la forma de los ovarios, el útero o las trompas de Falopio. Luzia se pone en marcha. Unos minutos después, la máquina ha impreso un aparato reproductor femenino diseñado por las maestras de la Escuela Especial 2081. La niña toca el objeto de plástico. “Esto es el óvulo”, explica mientras mueve una pequeña canica metálica desde un ovario hasta el útero. ¿Qué pasa si es fecundado? “Se queda y crece un bebé”, responde a la pregunta de la profesora de apoyo mientras sitúa la bola en su sitio. “Si no, se produce un sangrado que es la menstruación”, termina el recorrido.
Las maestras de educación especial para niños con discapacidad visual se resistieron al principio al uso de la impresión en tres dimensiones. Hoy, dicen haber cumplido un sueño
Para las maestras de la 2081, disponer de una impresora 3D es un sueño cumplido. “A principio de año nos preguntan qué queremos para el curso. Y esto estaba entre nuestros deseos”, explica María Laura Caballero. Pero no pensaron que pudiera hacerse realidad. De hecho, cuando un grupo de innovadores sociales, participantes en el Laboratorio de Innovación Ciudadana de Argentina (Labicar) organizado en Rosario por la Secretaría General Iberoamericana (Segib), se plantó en sus instalaciones para explicarles que querían probar el uso de la impresión en tres dimensiones para la inclusión educativa de personas con discapacidad visual, las especialistas se mostraron escépticas.
Gabriel Gómez, técnico químico de 36 años e integrante del equipo innovador del Labicar, recuerda que cuando expusieron su proyecto a las maestras, recibieron varias negativas. “Nos acercamos a ellas como extraterrestres para hablar. La vicedirectora fue muy franca y dijo que ellas nunca se iban a poder permitir la impresora”. Ese fue el primer no. Cuando les respondieron que donarían el aparato a la escuela, ellas alegaron que no iban a saber utilizarlo. “Encontramos resistencia al uso de la tecnología, pero capacitamos a tres de las educadoras para que luego la formación del resto se produjera en cascada”, detalla Gómez. Finalmente, expresaron su preocupación por los materiales. ¿Cómo iban a conseguirlos y a qué precio? “Hay fabricantes en Rosario y son baratos”, fue la respuesta. Por menos de 10 euros pueden adquirir un rollo de plástico que dura más de un año.
Diez días después de ese primer contacto, tres educadoras del centro ya saben usar la impresora y diseñar sus propios objetos, pues no siempre van a encontrar los materiales didácticos que quieren imprimir en los bancos de imágenes en 3D disponibles en Internet. Luzia está ya instalada en la sala de profesores. Adquirida gracias a un llamamiento de micro donaciones en Brasil, la máquina ha viajado a Rosario para quedarse. Objetivo: reducir la desigualdad en el proceso educativo de los niños con discapacidad visual. Un reto en línea con la consecución de la Agenda 2030 de las Naciones Unidas que llama a "garantizar el acceso a la educación en condiciones de igualdad de las personas vulnerables, incluidas las personas con discapacidad".
“Ahora van a saber qué es un colectivo [autobús]. Ellos normalmente entran y se quedan en el primer asiento. No saben todo lo que hay por detrás. Ahora lo podrán tocar”, afirma con entusiasmo Caballero. Más que mapas o vehículos, el pequeño Arón, de nueve años, querría imprimir juguetes como el que sostiene entre sus manos: un dinosaurio. “También me han traído la luna”, dice.
Pese a sus reticencias iniciales, la vicedirectora del centro, Verónica Pintón, se muestra entusiasmada con el proyecto. “Nos viene bien sobre todo para elaborar materiales de ciencias, naturaleza y geografía. Además, esto nos da durabilidad respecto a lo que hacíamos antes, con materiales caseros, de manera artesanal”. La treintena de educadoras del centro se sienten unas privilegiadas, añade. “Y deseamos que la iniciativa se replique en otras escuelas”.
Aunque la labor del equipo de innovadores del Labicar se acaba con la implementación de la tecnología en la Escuela Especial 2081, Gómez reconoce que le gustaría que su pequeño proyecto creciera, tal como desea la vicedirectora. “Invitamos al Ministerio de Educación de la provincia para que lo conociera. Me encantaría que esto termine aplicándose de manera más general. A lo mejor no llega de mi mano, pero trasciende por efecto contagio. Nosotros hemos mostrado la potencialidad y a lo mejor lo vemos implementado en 10 años. Así son las transformaciones sociales”.
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