Esencias a 3.000 dólares
Ya en los noventa varios tiburones farmacéuticos intentaron patentar los genes
Myriad Genetics ha hecho una buena labor identificando los principales genes implicados en los cánceres de mama y de ovarios, y también promoviendo entre la clase médica la conveniencia de hacer esas pruebas a sus pacientes de riesgo. Pero cobrar 3.340 dólares (2.500 euros) por un test genético que cuesta 20 veces menos es una pésima idea de su departamento financiero que, por sí sola, justifica la sentencia del Tribunal Supremo de Estados Unidos. La empresa haría bien ahora en conservar a los excelentes científicos que tiene en plantilla y despedir a su departamento de finanzas al completo, o al menos bajarles el sueldo 20 veces. Esta es la clave del caso Asociación Patológica Molecular versus Myriad Genetics (12-398). Lo demás es un debate tremebundo de las esencias sobre las fuerzas de la naturaleza y su relación con la invención humana que, en realidad, no nos va a llevar a parte alguna.
Uno de los argumentos más rimbombantes que se han esgrimido en este debate es que los genes son un producto de la naturaleza —un trozo de cuerpo, vale decir, o incluso una “fuerza de la naturaleza”, como ha pretendido algún juez en casos anteriores— y no una invención del ingenio humano, y que por tanto no pueden ser objeto de patente comercial. Una posición extendida entre los magistrados es que un gen podría patentarse si fuera sintético, pero no si meramente ha sido aislado del cuerpo de alguien. Es una discusión inútil, porque en nuestros genómicos tiempos la diferencia entre esas dos cosas es meramente retórica.
Los genes BRCA1, BRCA2 y todos los demás son de dominio público desde hace muchos años: el lector puede acceder a su secuencia (atggacctt…) desde su teléfono móvil cuando le dé la gana y a coste cero. Esa, de hecho, ha sido la principal contribución del proyecto genoma humano público sobre el que los periódicos hemos derramado un Iguazú de tinta desde hace 15 años. Esos genes y los otros 20.000 que forman nuestra dotación hereditaria y hacen funcionar a nuestras células cada segundo de nuestras vidas son un patrimonio de la humanidad, y ello gracias sobre todo a la ciencia pública de Estados Unidos y a sus Institutos Nacionales de la Salud, con importantes contribuciones británicas y muy pocas españolas, por cierto.
Es verdad que hubo en los años noventa intentos de varios tiburones farmacéuticos de patentar los genes, es decir, su mera secuencia (atggacctt…), pero quedaron inactivados para los restos en el mismo microsegundo en que el proyecto público hizo accesibles esos 3.000 millones de letras para todo el mundo, incluidos los investigadores de las empresas privadas, naturalmente. Hoy nadie puede patentar un gen por la sencilla razón de que cualquier gen está en Google a disposición de cualquiera que desee leerlo. Pero con los genes se pueden hacer muchas cosas, algunas muy ingeniosas e importantes, y las empresas tienen que seguir jugando un gran papel en esa investigación, y por tanto patentando sus procedimientos originales.
Los que ponen precio a las cosas son otra historia.
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