“No podían negarme que la Helicobacter estaba. La veía a diario”
El patólogo descubrió que la bacteria causa las úlceras de estómago
Pocas veces un galardonado con el Premio Nobel se muestra menos dispuesto a hablar de su galardón. Y, seguramente, no habrá muchas en las que esta distinción sea tan fácil de explicar hasta para el más profano. Pero el australiano Jack Robin Warren (Adelaida, 1937) solo tuvo que hacer algo “muy fácil”, según ha dicho durante una reciente visita a Madrid: “Convencer a todos los demás científicos del mundo de lo que veíamos Barry [J. Marshall, quien compartió el premio con él] y yo”. Se trataba de probar que las úlceras de estómago no estaban causadas por el estrés, los nervios o la alimentación, como se creía, sino que su causa era una bacteria, la Helicobacter pylori. Ha sido precisamente esa actitud de desafío la que ha llevado recientemente a Caiber, la Plataforma Española para Ensayos Clínicos, a invitarlo para dar una conferencia sobre lo que cuesta enfrentarse al paradigma científico.
No parece que la actitud del patólogo australiano sea una pose cuando habla de aquellos tiempos, hace más de 25 años, sin darle mucha importancia. “No podían negarme que la bacteria estaba porque yo la veía todos los días en mi laboratorio, tan claramente como veo a esas dos personas que están ahí”, dice señalando a su hijo y al fotógrafo de EL PAÍS que charlan en otra mesa. “Yo, simplemente, me di cuenta de lo que pasaba, porque seguro que no fui el primero en ver tejidos de estómago con la bacteria. Simplemente, me di cuenta de que ahí pasaba algo”, aclara este hombre ya mayor que insiste en posar para las fotos con su pendiente y sin corbata. “Le gusta pensar que es un excéntrico”, comenta con ironía su hijo, que hace de guía-secretario durante el viaje. “A él le gusta más que le acompañe mi mujer”, añade, “pero este viaje se ha complicado. Venimos de Lisboa, donde ha dado otra conferencia, y ella no podía faltar tanto tiempo al trabajo”. Y eso que él ya solo se mueve con calma: una semana en Lisboa y otra en Madrid para dar una charla en cada sitio.
Solo tuvimos que mostrar a todo el mundo lo que veíamos"
Para demostrar su teoría de que la bacteria era la causa de la mayoría de las úlceras gástricas y duodenales, la pareja de investigadores tuvo que recurrir a un método drástico. “Barry tuvo que tomársela. Yo no podía, porque ya la tenía”, cuenta con sencillez. Así, en 1982, pudieron demostrar la relación causa-efecto entre el microorganismo y una de las dolencias gástricas más frecuentes.
Tampoco parece, según lo cuenta, que aquel hallazgo, que solucionó la vida de millones de personas, afectara más allá a su trabajo. “Yo estaba en un hospital, y seguí haciéndolo. Barry sí que hizo algo más, porque él es médico y desarrolló los primeros tratamientos, que aún se usan, pero yo era una rata de laboratorio que no veía a los pacientes, y que seguí con mi microscopio hasta que me retiré. Tampoco Barry se hizo rico, porque los fármacos que se usan, los antibióticos, ya estaban descubiertos”, matiza.
El mérito estuvo en darse cuenta de las implicaciones que tenía"
Como a muchos de quienes ganan el Nobel, el premio le llegó ya retirado. “Tardaron unos 25 años en dárnoslo, que es el tiempo medio que emplean en reconocer el trabajo de uno”, afirma con naturalidad. Él, además, hacía tiempo que no trabajaba. “Me retiré antes de la edad de la jubilación para cuidar a mi mujer hasta que falleció”, dice, y no se sabe si en su voz hay asomo del cansancio del viaje —acaba de llegar a Madrid después de pasar la noche en un tren— o de pena.
Así que, para él, el Nobel fue una revolución, aunque no está seguro de que fuera para bien. “Yo vivía tranquilo, dedicado a mi casa, a la familia y a la fotografía, y el premio me sacó de mi rutina. Empezaron a invitarme a sitios. Y eso está muy bien, porque, si no, no habría visitado muchos lugares interesantes, pero a veces me canso y pienso que estaría mejor en mi casa”, afirma.
Por cierto que él cree que fue su afición a la fotografía la que le hizo “ver la bacteria que muchos otros no habían visto antes”. “Porque seguro que yo no fui el primero”, insiste. “Me encanta la imagen, y preparaba los cultivos con mucho cuidado. Pero cuando una bacteria está en el 30% de las muestras, no puedes dejar de verla”, recalca. Por eso, Warren insiste: “Mi descubrimiento no fue una casualidad, como la penicilina de Fleming”. “Eso no es así. Es verdad que no era algo que estuviera buscando, pero el mérito estuvo en ir más allá y darse cuenta de las implicaciones que eso tenía”.
Barry tuvo que tomarse la bacteria. Yo no podía, porque ya la tenía"
Es casi la única frase sobre su hallazgo que se le puede sacar. El médico está en el fondo mucho más interesado en preguntar él. Lo hace por casi todo: por la relación entre España y Portugal —“ahí nos dijeron que tuviéramos mucho cuidado con los robos en Madrid, parece que no se llevan muy bien con ustedes”—, el horario de los autobuses turísticos y la mejor hora para visitar el Museo del Prado. “Pero la colección permanente”, recalca, “lo que quiero es ver los goyas, no la colección de arte ruso que han traído. No entiendo por qué las colecciones temporales de los museos se llenan, cuando lo interesante está en las salas casi vacías de la permanente”.
Así que queda muy satisfecho cuando se le sugiere que quizá, en atención a su fama, podría conseguir un pase que le evite hacer la cola para entrar. Casi tanto como cuando se le explica que, dada su edad —y a pesar del medio millón de euros que se embolsó por el premio—, la entrada le podía salir gratis.
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