Matthieu Blazy desencorseta Chanel y cierra una semana de la moda parisina repleta de estrenos, pero escasa de compromiso
La semana de la moda de París cierra una temporada histórica con el esperado (y brillante) estreno de Matthieu Blazy al frente de Chanel

Ha sido, sin ninguna duda, el desfile más esperado de la década. El pasado diciembre Chanel anunciaba que Matthieu Blazy sustituía a Virginie Viard como director creativo de la casa. La firma de la camelia no es solo la marca de moda de lujo más famosa del mundo, también la que menos diseñadores ha tenido tras la muerte de su fundador. Costó encontrar sucesor tras el fallecimiento de la irrepetible Gabrielle Chanel, en 1971, hasta que la enseña, propiedad de la familia Wertheimer, supo dar en el clavo con Karl Lagerfeld. Al káiser le siguió su mano derecha, Virginie Viard, cuando el alemán falleció en 2019. Así que se podría decir que Blazy, un joven francés que creció a las órdenes de Raf Simons y que recientemente convirtió Bottega Veneta en un prodigio de la artesanía de vanguardia, es desde esta noche algo así como el diseñador de moda más importante del mundo.
A diferencia del resto de diseñadores, muchos, que en estas semanas de la moda han debutado en grandes marcas, Matthieu ha tenido casi un año para prepararse. No es que se lo haya tomado con calma, pero sí ha podido pensar concienzudamente en cuál quiere que sea su visión para una casa de moda con unos códigos tan férreos y reconocibles que podría decirse que es casi una marca de uniformes de lujo. No es nada fácil enfrentarse a un archivo tan marcado y atemporal. En estos meses la firma ha dado pocas pistas: algunas prendas en el festival de Venecia el pasado septiembre (que podrían estar o no firmadas por él), cuatro fotos de David Bailey como tráiler (una silla, un portatrajes, una nuca femenina y una casa en miniatura) y un cambio de logo corporativo (más pequeño y sobre un fondo color crema, no el blanco habitual), que Blazy ha rescatado de los envases del archivo cosmético que la firma conserva en sus laboratorios, en Pantin, al noroeste de la ciudad. La misma casa servía como invitación al desfile. Una pequeña lupa dentro dejaba ver, a modo de efecto óptico, el lugar y la hora del show. No era una invitación meramente ingeniosa. Esas pequeñas cajas ópticas se usaban en ferias francesas en los siglos XVIII y XIX. Se hacían llamar mondes nouveaux (mundos nuevos) y eran las precursoras del cine. Una manera muy lírica de comunicar que la casa Chanel se abre a un mundo nuevo.

La decoración del Grand Palais, enclave histórico de los desfiles de la firma, refrendaba esa teoría: los asistentes que entraban por la puerta ‘Gabrielle Chanel’ (la marca ha patrocinado su restauración, que solo se abre para sus desfiles) se sumergían en un escenario decorado con grandes planetas de colores. Aunque quizá la prueba definitiva del cambio era la llegada de Nicole Kidman, nombrada de nuevo embajadora de la casa (lo fue en la era Lagerfeld), con unos vaqueros y una camisa blanca.
Blazy no ha recuperado el archivo, sino el lenguaje. Su Chanel recuerda al de la primera etapa de la revolucionaria Coco, la Coco que convirtió el punto —un tejido basto y humilde para las clases altas— en el material de vestidos y chaquetas que, por fin, liberaban el cuerpo de las mujeres. Por supuesto estaban los taillleurs, los zapatos bicolor y alguna que otra perla, pero la intención del francés es recuperar la actitud de esas primeras mujeres que se atrevieron a vestir de Chanel: libres, con piezas drapeadas que resaltan el movimiento, con cinturas a la cadera como las flappers, con esos flecos que también manejaba en su etapa en Bottega y que ahora evocan de modo muy contemporáneo esos rebeldes años veinte. Su tweed es ligero, tan ligero que la trama bicolor es apenas visible. Sus colores van más allá del blanco y el negro y juegan con el naranja, el rojo, los dorados o incluso el amarillo.

Blazy ha desencorsetado por fin a Chanel, la marca que, paradójicamente, desencorsetó a las mujeres. Esta vez la casa no ha apostado por diseñadores iconoclastas ni artistas pop, sino por un joven diseñador que ha sido capaz, por fin, de hacer prendas bellísimas y contemporáneas que remiten a la Coco Chanel que robaba prendas del armario masculino para vestirse y jugaba con las telas de punto holgadas para crear piezas aparentemente sencillas y profundamente irreverentes. El Chanel de Blazy sigue siendo un uniforme, pero mucho más anclado en las necesidades del presente (y más alejado de las connotaciones de clase) que el Chanel de los últimos cuarenta años. Hasta Anna Wintour se ha levantado a aplaudir. Una de las últimas veces que lo hizo fue en ese desfile que todos recuerdan: el último de John Galliano para Margiela.

Chanel
Una de las obsesiones de Miuccia Prada es el concepto de uniforme aplicado a la indumentaria cotidiana. En su marca insignia, Prada, lleva varias temporadas deconstruyendo la ropa de trabajo y mezclándola con prendas antagónicas, de trajaes de novia a vestidos de cóctel clásicos. Es su forma de romper con las férreas codificaciones de la indumentaria cotidiana, algo que en el fondo siempre ha hecho. Pero nunca había desarrollado esa idea de forma tan literal y exhaustiva como en el desfile de Miu Miu de este lunes. En un set de mesas de trabajo sobre las que se sentaba el público, el protagonista de la colección fue el delantal, una prenda utilizada tradicionalmente en oficios, fábricas y otro tipo de trabajo obrero manual, pero también en el ámbito doméstico. Es insólito que un desfile de moda recuerde ese trabajo invisible y rinda homenaje al delantal pero también a la bata que utilizaban amas de casa y mujeres que trabajaban como asistentas. Las batas de flores sobre jerséis gruesos recordaban a escenas cotidianas, aunque fueron derivando en vestidos veraniegos que llegarán a los escaparates de moda rápida antes incluso de que la marca pueda producirlos. Tal es la influencia de la marca de Prada destinada a un público más joven.

“El delantal es mi prenda favorita, es algo con lo que siempre he estado obsesionada. El delantal me fascina como emblema”, decía Miuccia en la nota de prensa del desfile. El delantal sobre parkas y prendas duras de trabajo ocupó la primera parte del desfile, que abrió la actriz Sandra Hüller. Enormes sobremangas de piel negra protegían las cazadoras utilitarias. No era el único uniforme. Pantalones de lana gris con chalecos de punto mínimos sobre camisas servían para aludir al trabajo corporativo. Uniformes en negro riguroso para el sector artístico. Los tejidos fueron evolucionando del algodón y la piel a sedas y encajes. Los clásicos apliques de pedrería seña de Miu Miu adornaron delantales y vestidos aportando al conjunto ese aire un poco desubicado, esa mirada tan particular de Miuccia Prada sobre lo cotidiano. “Quiero hablar sobre el trabajo de las mujeres usando mi trabajo”, explicó la diseñadora.

Miu Miu
Alessandro Michele debe ser de los pocos diseñadores italianos famosos que no ha trabajado a las órdenes del grupo Prada en algún momento de su vida. Aunque muy distintos, ambos comparten dos elementos excepcionales: su mirada única en torno a la moda (cualquiera sería capaz de reconocer sus prendas a metros de distancia) y un posicionamiento político que en mayor o menor medida moldea todo lo que hacen, ya sea un delantal o una alusión, más pertinente que nunca, a Pier Paolo Pasolini.
Más allá de dos camisetas con mensaje en el desfile de Vetements (con el dibujo de una esvástica tachada), hubo que esperar hasta su desfile, el penúltimo día, para encontrar una alusión a la actualidad. La hizo de manera muy poética en su cuarta pasarela para Valentino, porque Alessandro Michele es probablemente el diseñador que mejor sabe dotar de relato a sus propuestas. Lo lleva haciendo desde que se hizo cargo de Gucci en 2015 con un planteamiento que, basado en diversas corrientes filosóficas de la última mitad del siglo XX, rompía con los estereotipos de género y, de paso, cambió la manera de vestir de toda una generación.

Su desfile se celebró en la tarde del domingo en una explanada frente al edificio del Instituto del Mundo Árabe que diseñó Jean Nouvel. Aunque el conglomerado Kering está en proceso de hacerse con la casa italiana, esta es propiedad desde 2012 de Mayhoola, el grupo de inversiones propiedad de la familia real de Catar. Así que su apuesta por este espacio podría explicarse simplemente por sus dueños. Pero nada tiene un único matiz en el universo de Michele. De su último cosmos, en un intrigante cubo negro, salían sus invitados para toparse con los inmensos carteles de la exposición en curso en el centro, Trésors sauvés de Gaza (tesoros salvados de Gaza). En un momento en el que la islamofobia campa a sus anchas por media Europa no parecía casual.
Sus prendas, contaba después en el backstage, habían sido pensadas para cubrir la divinidad, de la misma manera que en la Edad Media las catedrales góticas eran erigidas para alabar a un dios. Solo que la única deidad que él reverencia es el ser humano: “Pensaba en los vestidos como la caja en la que colocar algo muy significativo, la persona. Pensaba en una catedral gótica, pero no en el gótico como oscuridad, sino como luz. Significa una nueva era, dirigirse a algún lugar. La catedral representa la ciencia, los avances, el conocimiento. Un mundo que está cambiando”.

La luz jugó un papel clave en toda la puesta en escena, con una performance lumínica desarrollada por el estudio Nonotak. Partía de una metáfora, la luz de las luciérnagas, y de una carta que las mencionaba de Pier Paolo Pasolini a un amigo. Escrita en 1941, en plena guerra y cuando era solo un universitario: “La noche de la que te hablé vimos una inmensa cantidad de luciérnagas, hacían pequeños bosques de fuego dentro de pequeños bosques de arbustos y las envidiábamos porque se amaban, porque se anhelaban a través de vuelos y luces amorosas”. El texto de Pasolini abría el desfile recitado por la actriz Pamela Anderson (que asistía al espectáculo desde primera fila) y evocaba la necesidad de erotismo y pasión, hasta en los momentos más oscuros. “Las luciérnagas que rememora”, prosigue Michele sobre el artista, “representan a sus ojos la capacidad de resistir la noche más oscura: luminiscencias erráticas llenas de vida, fragmentos intermitentes de poesía encarnada, destellos tan esquivos que sobreviven a la oscuridad del fascismo gobernante”.
En un escenario con muchos motivos para el pesimismo, el italiano escoge la belleza, porque de eso va Valentino desde sus inicios. “Estaba trabajando en la colección un día mientras llovía, me asomé a la Place Vendôme y vi a la gente caminando y pensé que la vida es hermosa. Tenemos la oportunidad de hacerla hermosa”. Fue su pareja, el escritor y profesor Giovanni Attili, el que recuperó el texto de Pasolini: “Yo conocía la carta, pero me la trajo y me dijo que debería leerla. La leímos una noche en Roma y casi lloré, tal vez porque estaba estresado. Este show ha sido muy teatral porque está conectado con la vida, no creo que puedas dejar un trozo de tela sobre la pasarela y ya está. Yo necesito esto”.

En los próximos meses Michele cumplirá tres décadas trabajando en la moda y mucho de ese recorrido quedó plasmado en la colección, repleta de guiños a los años cuarenta con faldas lápiz o chaquetas armadas de hombros. También estuvieron los vestidos joya que tan bien ejecuta, lazos y drapeados. “El 1 de febrero de 1975”, continuaba la voz de Pamela Anderson, “exactamente 34 años después de aquel mensaje de esperanza confiado al esplendor de las luciérnagas, Pasolini publica un artículo para reflexionar sobre la situación política y la devastadora estandarización cultural de la época”. Pasolini ya adivinaba el germen de un giro reaccionario tras un periodo de libertad que sobre la pasarela Michele transforma en pantalones de pata ancha que se llevan cómodamente con chaquetas largas. La mezcla funciona, porque le imprime su sello: “El desconcierto que hay fuera me empujó a explorar piezas nostálgicas del pasado y encontré siluetas increíbles, pero de otra época, parecen un poco desconectadas. Una chaqueta con horas y horas de trabajo. Esa es la luz, el hecho de que seamos capaces de hacer cosas increíbles. Juntos podemos hacer cosas aún más impactantes”, añade con honestidad, sabedor de que trabaja para la industria del lujo. Pero también de que su industria es capaz como pocas de trasmitir poderosos mensajes.

Valentino
Mientras la semana de la moda de París paralizaba la ciudad con sus vaivenes de coches con cristales tintados, las calles de la capital acogían varias protestas ciudadanas contra los recortes y en apoyo a Palestina. En Milán, una semana antes de París, los desfiles comenzaban tras una huelga general convocada por el mismo motivo que, esta vez sí, paralizó la ciudad. Pero los recorridos entre unos y otros, invitados y manifestantes, apenas se cruzaron tangencialmente, aunque lo que ha sorprendido es que tampoco lo hicieran en forma de contenido o guiños sobre la pasarela. Hace tres años, en estas mismas ciudades, todos, marcas y asistentes, se preguntaban si era pertinente seguir adelante con los desfiles, máximo ejemplo de la frivolidad para muchos, mientras Rusia invadía Ucrania. Pero hoy la industria de la moda anda centrada en poner solución a sus propios problemas, principalmente al estancamiento de las ventas y al desenamoramiento por parte del consumidor de lujo, así que sus esfuerzos se han centrado, por lo general, en cambiar a los líderes creativos de las casas más importante con una baile de sillas sin precedentes que culminaba Blazy la noche del lunes. La moda, que no hace tanto era, en buena medida, un espacio para la denuncia, hoy no quiere dar problemas. Y menos si hay intereses y clientes de por medio.
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