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María Arranz: “Muchas mujeres han construido su identidad en torno al rol de las tareas de la cocina y el hogar”

La periodista, especialista en gastronomía y teorías feministas, ha escrito un ensayo sobre el rol de cocina en la vida de las mujeres y viceversa titulado ‘El delantal y la maza’ (Col&Col). El resultado es un texto rico y con fundamento

María Arranz
La escritora y periodista María Arranz posa en el barrio de Lavapiés en Madrid el 19 de febrero.Andrea Comas
Raquel Peláez

Mucho antes de escribir El delantal y la maza (Col&col Ediciones), un conciso, pero a la vez denso ensayo sobre el papel de la mujer en la cocina desde una perspectiva feminista, la periodista María Arranz (Madrid, 39 años) estudió hostelería, puso cócteles en Ramsés y trabajó en el cuarto frío de algún restaurante italiano (“a las mujeres se nos relega ahí con mucha frecuencia”). A ella se le aplica perfectamente, pues, el dicho de que fue cocinera antes que fraile: en su libro, del que sale justo ahora segunda edición, no solo se apoya en un riguroso trabajo de documentación teórica, sino que además tira de su experiencia para explicar por qué hay más hombres en las cocinas profesionales que mujeres o en qué se parece Sísifo a una limpiadora. Cuando se le pregunta si conoce las teorías que dicen que el primer cocinero era un hombre, dice entre risas: “Ya hemos visto que no era tan real esto de que en la prehistoria solo los hombres cazaban. Así que lo dudo mucho”.

Pregunta. Explica en el libro que el confinamiento de la mujer en la cocina tiene que ver con la salida del hombre a trabajar fuera de casa y la idea de la domesticidad burguesa que lleva asociada la del ángel del hogar. ¿Qué pasaba entonces antes de eso?

Respuesta. Una académica francesa llamada Christine Delphy explica que antes de que los hombres salieran a trabajar a las industrias, los hogares eran pequeños centros de producción donde cada uno tenía su tarea. Había igualmente una división sexual del trabajo, porque ya se daba diferente valor a unas tareas y a otras, aunque requirieran el mismo esfuerzo. Por ejemplo, ir a por agua y cargar con litros y litros, era tarea femenina y se consideraba menor, mientras que cortar leña, que era lo que hacían los hombres, tenía más valor. Y por ese motivo los hombres se llevaban la porción más grande de comida, y las mujeres y los niños las más pequeñas, porque iba en relación con el supuesto esfuerzo que requerían sus tareas. Así que no era más igualitario, pero se repartía de otra manera y eso hacía que todos contribuyesen de alguna forma en el hogar.

P. El trabajo del hogar como una forma de esclavitud lo han explorado muchísimas feministas. Si el Estado lo remunerase, ¿eso cambiaría?

R. Ese es un debate histórico dentro del movimiento. Yo menciono de hecho al Comité de Salario para el Trabajo Doméstico, una agrupación que existió en el Nueva York de los años 70 y cuyas campañas siempre generaron mucha polémica porque hay quien dice que si se remunera ese trabajo se incentivaría que las mujeres se queden en el hogar, perpetuando su rol como amas de casa. Por otro lado, las impulsoras de esta campaña siempre han dicho que no se trataba de un fin, sino de una estrategia para poner el foco en la división sexual del trabajo y en el valor que se le da a las tareas domésticas.

P. Bueno, esas tareas, por lo general, cuando forman parte del sistema y se remuneran como trabajo fuera del hogar, también las hacen las mujeres...

R. No sé si los hombres entraran al trabajo doméstico subirían los sueldos de las empleadas del hogar, pero me parece un debate superpertinente, porque una sociedad que va abocada a necesitar cada vez más cuidados tiene que plantearse estos temas. Hay que reivindicar que los trabajos que ya existen se paguen mejor y que tengan derechos. Hay mucho atraso en ese sector porque está feminizado y por eso es tan precario. Por eso no sé si pagando el trabajo doméstico se resolvería el problema, pero desde luego, solo con que se proponga se abre un buen melón.

P. La cocina ha sido la cárcel de muchas mujeres. También su espacio de poder, ¿no?

R. Muchas de las autoras de las que hablo son conocidas por ser muy críticas con el rol de las mujeres en el hogar, de Simone de Beauvoir a Betty Friedan, por decir dos muy clásicas. Pero justo ellas también hablan de la cocina como una actividad que reporta algo más que la limpieza u otro tipo de tareas domésticas, porque en ella hay espacio para la creatividad, una recompensa emocional, pues se alimenta a otras personas. Beauvoir habla de limpiar como una tarea de Sísifo totalmente ingrata: limpias, ensucias, limpias... Y, sin embargo, menciona que cuando las mujeres van a los mercados manejan dinero, regatean precios con los tenderos y de alguna manera, ejercer un poder, aunque sea en un espacio muy concreto.

P. Estas Navidades vi por ahí un artilugio, unas cinchas llamadas “sujetamadres”, para ponerle a las mujeres que no pueden evitar levantarse a hacer tareas. ¿No cree que muchas de ellas se morirían del disgusto si se lo pusieran?

R. Muchas mujeres, sobre todo nuestras madres y abuelas, han construido su identidad en torno a ese rol. Es verdad que las hay que están todo el día: “Nadie me ayuda, estoy harta de cocinar para todos”, pero luego intentas hacer algo y no te dejan. Pero no hay que usar eso como para escudarse en no levantarse de la mesa. Intentar por todos los medios colaborar sigue siendo importante.

La escritora y periodista María Arranz posa en el barrio de Lavapiés en Madrid.
La escritora y periodista María Arranz posa en el barrio de Lavapiés en Madrid. Andrea Comas

P. Usted es vegetariana, ¿por qué hay una reacción tan visceral por parte de los hombres al tema de disminuir el consumo de carne?

R. Hay un libro titulado La política sexual de la carne [Ochodoscuatro ediciones], que es un clásico, que explica cómo se relacionan la opresión de los animales y la de las mujeres, y que habla también de cómo el consumo de carne se vincula a la masculinidad, a la idea de que consumir carne animal te hace un hombre. No sé si a los hombres vegetarianos les cuestionan a menudo su masculinidad, pero entre ciertos sectores de la manosfera hay quienes se dedican a atacar los que consideran “poco machos” llamándoles soy boys [chico soja]. Somos la gente vegetariana los que tenemos fama de ser muy pesados y los veganos más todavía, pero los de la carne… madre mía.

P. En el libro explica por qué la cocina profesional es más masculina que femenina, aunque la cocina haya sido un territorio doméstico de mujeres. Sin embargo, los grandes referentes de masas en Estados Unidos en el siglo XX fueron dos mujeres, Julia Child y Martha Stewart.

R. A mí me encantan las dos, pero son dos ejemplos que no dejan de reforzar el rol del ama de casa, no el profesional. Ambas fueron emprendedoras y se crearon a sí mismas, y Martha Stewart, por ejemplo, no solo le dio valor a la cocina sino a cosas “de mujeres” como hacer centros de mesa, decoraciones florales. Es fascinante.

P. ¿Por qué son tan agresivos los cocineros de la ficción?

R. Es alucinante eso. En The Bear es impresionante. Romantiza esa idea de que en la cocina hay que trabajar gritándose y que los chefs faltan al respeto a todo el mundo porque como son genios se lo pueden permitir. Y es verdad que en muchas cocinas todavía sigue el sistema de Escoffier, que está inspirado en una brigada militar. La base ya es esa. Pero las películas que reflejan a mujeres cocineras, y no hay muchas, no las presentan así porque no se las respetaría. Mira el caso de Martha Stewart, era una mujer muy fuerte y caía muy mal.

P. ¿Y cuál era el rol de Elena Santonja en ‘Con las manos en la masa’?

R. Eso era un programa de entrevistas con referentes de la cultura en el que además Elena Santonja no era una cocinera, todo el mundo lo sabía, y encima pertenecía a la alta burguesía, de manera que lo que hacía era casi una travesura. Pero a mí me encanta ese programa, es una joya.


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Sobre la firma

Raquel Peláez
Licenciada en Periodismo por la USC y Master en marketing por el London College of Communication, está especializada en consumo y cultura de masas. Subdirectora de S Moda, fue redactora jefa de la web de Vanity Fair. Comenzó en Diario de León y en La Voz de Galicia. Autora de 'Quiero y no puedo. Una historia de los pijos de España' (Blackie Books).
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