“Caminaré cuatro horas para quemar la tarta”: ejercicio problemático, el síntoma desatendido de los TCA
En torno a un 85% de los pacientes podrían manifestar comportamientos desadaptativos o problemáticos relacionados con la actividad física
Y tú… ¿para qué entrenas? Es la primera pregunta que hago cuando empiezo a trabajar con trastornos alimentarios (TCA). Estos diagnósticos, aunque a priori no lo parezca, pueden estar relacionadas con el ejercicio físico. Estas patologías han aumentado exponencialmente en los últimos 50 años, según admite The Lancet. Y su detección es fundamental. Un estudio publicado en la revista JAMA señala que uno de cada cinco niños y adolescentes en el mundo sufre de desórdenes alimentarios.
“Voy a entrenar para cambiar el aspecto de mi abdomen”, “caminaré cuatro horas en una cinta sin parar para quemar la tarta de cumpleaños que me he comido” o “con estos vídeos de TikTok voy a perder grasa”. A simple vista son frases que parecen normales, pero si miramos más a fondo pueden esconder un síntoma. El ejercicio, como la comida, no es el problema, son intentos de solución. En torno a un 85% de los pacientes de estos TCA podrían manifestar comportamientos desadaptativos o problemáticos relacionados con la actividad física. La cuestión está ahí y resulta motivo de especial preocupación dado que se asocia con tiempos de tratamiento más largos, períodos más cortos entre recaídas, exacerbación de la sintomatología de la enfermedad y, a menudo, es uno de los últimos síntomas en desaparecer.
Saludable vs. problemático
Si algo he aprendido durante 15 años trabajando con esta población es que deberíamos evitar cuantificarles la vida. Hay muchos “cuánto”, tal vez demasiados, en el mundo que nos rodea: ¿Cuántos kilos? ¿Cuántos pasos? ¿Cuánta comida? ¿Cuántas series y repeticiones? Reconocer las señales del ejercicio problemático puede resultar clave a la hora de abordar estas enfermedades.
Tal y como se admite en una reciente investigación, este tipo de ejercicio incluye dos dimensiones: cuantitativa, la que hace referencia a la frecuencia, volumen, duración del entrenamiento, y cualitativa, aquella asociada con las cogniciones, dentro de ellas habría que tener en cuenta actitudes como la obsesión, la compulsividad, la rigidez o el uso del ejercicio como herramienta para obtener un cambio corporal.
Por otra parte, tenemos el ejercicio saludable que se caracteriza por su flexibilidad y sirve como una herramienta de bienestar que repercute en una mejor calidad de vida. Estos matices podrían ser clave a la hora de marcar la evolución de los pacientes. El ejercicio compulsivo está presente, sobre todo, en dos de estos trastornos: anorexia y bulimia. Entonces… ¿Por qué no se atiende?
Un enfoque integral
En la actualidad, existen discrepancias sobre la prescripción de actividad física en estas enfermedades. Desde hace tiempo se ha prescrito su restricción y abstinencia durante el tratamiento para evitar que sirva como un obstáculo para la recuperación del peso. Sin embargo, cada vez son más los estudios y los profesionales (incluidos los psicólogos, psiquiatras y nutricionistas) que proponemos otra visión: eliminar el ejercicio por completo durante el tratamiento es poco realista y potencialmente perjudicial para los resultados a largo plazo.
Si prohibimos toda la actividad, estaríamos privando a los pacientes de una herramienta de salud para el resto de su vida. Imaginemos alguien que realiza tres horas de ejercicio diarias frente a un vídeo de YouTube con la intención de modificar la forma de sus abdominales y estar más delgado. Si no abordamos ese síntoma, cuando abandone la terapia y vuelva a acudir al gimnasio solo o estar frente a su tableta, volverá a hacer exactamente lo mismo, porque no conoce otra cosa.
Bajo supervisión
La propuesta ante un patrón de ejercicio problemático partiría de evitar ignorarlo y cambiarlo de forma supervisada junto a profesionales de la actividad física. El trabajo hacia la recuperación debería ser interdisciplinar (médicos, enfermeras, psicólogos, nutricionistas y preparadores físicos). El objetivo es educar. Muchos pacientes tienen una gran confusión acerca de lo que se considera niveles de ejercicio “normales” o saludables, y temen volver a hacerlo después del tratamiento, por si puede provocarles una recaída. Eso se puede evitar incluyendo el ejercicio físico dentro del abordaje integral de estas enfermedades mentales.
Algunos metanálisis admiten que el ejercicio durante el tratamiento podría disminuir el impulso por la delgadez, la insatisfacción corporal y los síntomas del trastorno alimentario; favorecer la recuperación del peso, la fuerza, el bienestar, la calidad de vida, el estado de ánimo; así como mejorar las anomalías cardíacas.
Existe suficiente bibliografía que respalda que el entrenamiento supervisado, en especial el de fuerza, se puede incorporar de manera segura al tratamiento y es beneficioso. Centrarse específicamente en el problema del ejercicio en el tratamiento puede ayudar a mejorar las creencias negativas sobre él y, a su vez, favorecer la recuperación. El cuerpo es una máquina perfecta a la que hay que cuidar, no rendir culto. El ejercicio es salud, no un castigo. Desde hace tiempo, mi manera de vivir se ha convertido en mi forma de luchar contra una lacra que afecta a millones de personas, sobre todo mujeres. El ejercicio forma parte del problema, también de la solución. El movimiento es vida. No se lo quites, cámbialo.
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