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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El secuestro de los “indepes”

Torrent ha acabado proponiendo como president a Jordi Sànchez, a sabiendas de que no cuenta con el número de apoyos indispensables

Roger Torrent, este lunes en el Parlament de Cataluña. En vídeo, declaraciones de los distintos portavoces del parlamento catalán sobre la investidura de Jordi Sànchez como president.Foto: atlas | Vídeo: Massimiliano Minocri | Atlas
Xavier Vidal-Folch

El presidente del Parlament, Roger Torrent, ha acabado proponiendo como president de la Generalitat al activista preso Jordi Sànchez, a sabiendas de que no cuenta con el número de apoyos indispensables, porque la CUP no le votará.

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Con esta nueva pérdida de tiempo, Torrent se asegura de que su partido, Esquerra, no será acusado por la lista Puigdemont de boicotear un candidato de la postconvergencia, dada la primogenitura electoral de esta. Y sobre todo, externaliza sus responsabilidades al juez Llarena (a ver si los represores caen en el cebo de pisotear sus derechos y prohibir que salga de la cárcel un día); y a la propia CUP: para visualizar que esta es la que rompe los juguetes nuevos.

Todo eso llega tras múltiples vaivenes de sin par madurez en la que parece ahora realista Esquerra: primero, que lo de Sànchez no valía porque si la precandidatura de Puigdemont se sostenía en la lógica de “restituir al Govern legítimo”, lo normal era candidatar al exvicepresidente Oriol Junqueras, también preso. Luego, que si la CUP aceptaba a Sànchez, Esquerra también. Al cabo, la CUP declina y ellos no.

¡Y este es el cargo (único) “pragmático”! El bueno de Torrent es, en sí mismo, un vaivén. Primero prometió una presidencia desde el primer minuto. Luego escribió (bien) a Mariano Rajoy para pedirle una entrevista (mejor) en la que hablarían de la excarcelación de los presos (iluso). Enseguida fraguó maniobras dilatorias para que el expresidente fugado digiriese que no volverá a serlo. Al cabo, se negó a tramitar su ilegalizada candidatura. Entre medio confundió el protocolo del Colegio de Abogados con la exaltación vindicativa del Fossar de les Moreres.

Como colofón, propulsa a Sànchez, sabiendo que no será efectivo ni desde el primer minuto ni desde ninguno.

Las contradicciones de Torrent son una ilustración personal de un hecho político más general, tan evidente que apenas nadie lo asume –analistas incluidos--: el bloque independentista no existe. Existe, eso sí, un área de grupos separatistas, pero sin cohesión. No pueden lo más fácil (acordar un aspirante a la presidencia), apenas lo intermedio (quiénes le acompañarán en las poltronas). Y de ninguna manera lo más importante, establecer un programa: el retorno a un plan dentro de la legalidad que pregonan los de ERC (y parte del PdeCat) choca frontalmente con la estrategia rupturista-bis de las dos CUP’s, la propiamente dicha y la del grupo íntimo de Puigdemont.

En el pasado, el área indepe alcanzó la categoría de bloque porque lograron las tres cosas, pero al precio de triturar la legalidad, y pues, de abocarse a la prisión o a la fuga. Y aunque se intuía que el interés de la supervivencia, presupuestos y prebendas, bastaría para revitalizarlo, de momento no es así. Quizá se necesitará agotar más (¡!) paciencias.

Ocurre que en una dinámica radicalizada y polarizada, las posturas extremas secuestran a las intermedias, fácilmente caricaturizables de traidoras, débiles o entreguistas. Lo sabemos desde que la minoría bolchevique arrinconó a la mayoría menchevique. Incluso de antes: desde que los jacobinos aplastaron a los girondinos.

En estos pulsos, zigzagueos y zancadillas, todo es mutante. Mudan las apariencias y cambian las chaquetas. El responsable era ayer (25 de octubre) Puigdemont, que quiso y no osó convocar elecciones autonómicas e impedir el 155; la radical era Esquerra, que lo impidió hasta con lloriqueos bíblicos. Las posiciones se invierten en un santiamén, cuánta acumulación de credibilidad.

Muda tanto todo que se modifican sin embozo las afirmaciones más enfáticas y heroicas del pasado recentísimo. Así como nunca hubo franquistas (sic) parece que nunca hubo indepes unilateralistas: todo era, juran, simbólico, ay, menudas bromas dispensaban a las víctimas de Juan Ignacio Zoido el 1-O. Y si bien la buena gente comprende el instinto de supervivencia desde una perspectiva humana —en un país que se ha dedicado casi siempre a sobrevivir—, los efectos políticos de tanto arrepentimiento inexplicado acaban siendo devastadores en la Opinión. Quizá no para la trayectoria judicial de los incriminados. Pero incluso en la política. Claro que la soterrada burla cupera del “pentimento” general topa con un límite: esta muchachada impulsa a los demás a las rejas, pero ella se queda en casa, al calorcito del fuego y la cretona, o se larga a esquiar a Suiza, ese paraíso.

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