La soledad del laberinto de Pedro Sánchez
El exsecretario emprende su reconquista con dos banderas: la crítica a Rajoy y la reclamación de que se dé voz a los militantes
La de Pedro Sánchez ha sido una salida digna y bien planteada. Se justifican incluso los dos momentos en los que le falló la voz por la emoción. La tensión acumulada durante meses, la presión volcada sobre él en las últimas semanas y el escrutinio público al que se ha visto expuesto (las redes sociales han volcado sobre la política dosis equivalentes de transparencia y crueldad) necesitaban salir por algún lado.
Anunciado su propósito de competir por la secretaría general del PSOE “como un militante más”, va a tener que llenar su mochila con muchos más argumentos que la exigencia de que hablen las bases. Sánchez hizo suyas durante estos dos años todas las propuestas que los socialistas elaboraron —ya desde los tiempos de Rubalcaba— para dar respuesta a los desafíos que enfrenta la socialdemocracia. Desde la reclamación de una España federal que responda al desafío catalán al ingreso mínimo vital; de la defensa de un modelo educativo público y gratuito al compromiso de fortalecer el sistema de pensiones, o la reforma constitucional.
Mostró incluso la cintura que corresponde a un partido que ha buscado siempre el centro sociológico con su pacto con Ciudadanos, lleno de lógicas renuncias y desprovisto de la épica de una izquierda transformadora. Por cierto, la consulta a la militancia fue un trámite rápido y ambiguo (“¿Respaldas estos acuerdos para conformar un Gobierno progresista y reformista?”) que algunos consideraron un insulto a la inteligencia.
Así que, con un proyecto de país prestado, Sánchez emprende su reconquista con dos banderas. La crítica a Rajoy, que no será mucho más dura que la de sus contrincantes, solventado ya el asunto de la gobernabilidad. Y la reclamación de que se dé voz a los militantes, algo que ya contemplan los estatutos y que se producirá, sí o sí, cuando llegue el momento de elegir un nuevo secretario general.
A no ser que, como deslizaba este sábado en su comparecencia sin preguntas, sus principales gritos de batalla sean la acusación de que unos pocos han usurpado el PSOE a unos muchos (que choca con su manifestación de respeto al partido y a sus órganos de dirección) y que los socialistas carecen de autonomía respecto al PP (en línea con el discurso de Podemos). Sin la tensión de unas elecciones en el horizonte, un discurso así tiene ecos de escisión que pueden llevar a Sánchez al centro de un laberinto desde el que, al mirar atrás, no vea a nadie que le siga.
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