La carta de los colombianos
Varios de los intelectuales que protestaron contra los visados que quiere quitar Rajoy recuerdan la misiva donde prometían no volver a España. Solo uno se mantuvo firme
Esta es la historia de una carta que tuvo su origen en Bruselas, se escribió en Colombia y fue remitida de vuelta al otro lado del Atlántico, cargada de indignación. El relato tiene siete finales, seis concluyen en España, el séptimo aún no está escrito.
Todo empezó el jueves 15 de marzo de 2001. Aquel día el consejo de ministros de Justicia e Interior de la Unión Europea aprobó, con la abstención del entonces vicepresidente español Mariano Rajoy, incluir a Colombia en la lista negra de 130 países a los que se exigía visado de entrada. La medida tuvo una respuesta fulminante en el país sudamericano. El escritor Héctor Abad Faciolince propuso remitir al Gobierno de José María Aznar una protesta, redactó el texto y logró lo que nadie había conseguido y nadie ha vuelto a conseguir: que sus colegas Gabriel García Márquez y Fernando Vallejo firmaran algo juntos. A la declaración se unieron nada menos que los escritores Álvaro Mutis, Darío Jaramillo y William Ospina, y el artista Fernando Botero. El día 18 EL PAÍS publicó la carta. Y en ella se incluía una contundente promesa: “Con la dignidad que aprendimos de España, no volveremos a ella mientras se nos someta a la humillación de presentar un permiso para poder visitar lo que nunca hemos considerado ajeno”.
Doce años después, el pasado 10 de agosto, el propio Rajoy anunció al presidente colombiano, Juan Manuel Santos, “como magnífico regalo de cumpleaños”, que pediría la revocación de la medida. La iniciativa se descafeinó porque la UE aclaró después que España no podía solicitar en solitario un cambio en la lista de países a los que se exige visado, y la decisión se aplazó hasta 2014. Pero la noticia devolvió al presente la carta de aquellos intelectuales y se recordó que, sin cambiar una letra de la norma, seis de sus firmantes habían vuelto a pisar España. Todos salvo Vallejo, justo quien quiso retirar su firma, cuando el mensaje ya estaba en camino, con el argumento de que los colombianos habían acabado con Colombia y no tenían derecho a acabar también con España.
El primero en regresar fue Álvaro Mutis, cuando aún no se había cumplido un año. En diciembre de 2001 le fue concedido el Premio Cervantes y anunció que viajaría a España a recogerlo. “Esa carta la firmé por solidaridad con amigos de muchos años, en esto cometí la ligereza de firmarla de forma apresurada y sentí haberlo hecho”, dijo entonces. Ahora, con 89 años, desde su casa en la capital mexicana, reitera a EL PAÍS que la imposición de la visa en su día fue “una muestra más de la intolerancia que ha sufrido el continente y que no tiene remedio”, pero que le parece muy bien que el Gobierno español pida que se elimine.
Unos meses después, también en 2002, viajó a España el segundo de los firmantes, el poeta Darío Jaramillo. “El tema me irrita mucho, porque considero que las fronteras son una gran tontería y firmé aquella carta, pero para incumplirla enseguida”, explica por teléfono. Y da sus razones para la rectificación: “Amo a España y solo soy un ciudadano colombiano que escribe versos. Me parecía una lucha desigual con Europa”. En cuanto a la iniciativa lanzada ahora por Rajoy, Jaramillo cree que “demuestra que sea mentira que nunca es tarde. Siempre es tarde”. Y concluye: “Aunque ahora quiten la visa no va a haber flujo migratorio, porque El Dorado ya no está allá, a donde se iban los colombianos a limpiar los inodoros de los ibéricos”.
A Botero, con quien este periodista ha tratado infructuosamente de ponerse en contacto, la promesa le provocó un contratiempo familiar. El 7 julio de 2001 su hija Lina tenía previsto casarse en Sevilla con el español Rodrigo Sánchez Arjona y Valls y decidió hacerlo en Venecia, en solidaridad con su padre. Pero Botero volvió después y, en una entrevista con EFE en 2007, calificó de “estupidez monumental” la firma de la carta. "Un artista como yo no puede vivir sin ver 'Las Meninas' de Velázquez en el Museo del Prado", dijo entonces.
En 2005 se produjo el regreso más recordado. García Márquez había tenido que renunciar a las temporadas que pasaba en su casa de Barcelona y pronunció quizá la frase más contundente cuando se instauró la visa: “Nunca necesité permiso para ir a casa de mi madre”. Pero acabó volviendo a la ciudad condal el 24 de abril de aquel año para una visita privada. Aunque el premio Nobel de Literatura dio un tono discreto al viaje, fue muy comentada su foto con el entonces presidente de la Generalitat catalana, Pascual Maragall, en el palacio de Pedralbes. El escritor no dio explicaciones públicas sobre su vuelta, pero el periódico La Vanguardia contó que en la decisión pesaron factores como el cambio de Gobierno en España (el PP había sido desalojado del poder un año antes), el gran afecto que sentía por Barcelona y la insistencia de su amigo Maragall, con quien había coincidido en la Feria de Guadalajara el año anterior.
Después le tocó el turno a William Ospina. “Uno tras otro habían ido volviendo, y hasta en los comentarios de prensa decían que todos lo habíamos hecho. Así que decidí regresar. Pero anuncié en la revista Cromos las razones por las cuales tomé la decisión, como los nuevos gestos del Gobierno español hacia los inmigrantes”, explica por teléfono. Ospina cree que la decisión de pedir que se revoque la exigencia de la visa es una gran iniciativa, propiciada seguramente porque con la crisis ha bajado la presión migratoria. Pero no sabe “qué tan fácil va a ser convencer al resto de la UE”, porque España es el gran puerto de entrada de Europa.
El escritor Héctor Abad Faciolince coincide con Ospina en que el cambio de rumbo del Gobierno español se debe seguramente a un cambio en las circunstancias. “La rueda de la riqueza ha dado media vuelta y podría dar la vuelta entera: España está en recesión y Colombia crece a un promedio del 5%; los desocupados en España pasan del 20% y en Colombia no llegan al 10%”. Y es escéptico sobre el recorrido de la iniciativa: “Aznar metió las patas. Ahora Rajoy las quiere sacar, pero es tarde, pues no creo que Alemania, Holanda o Suiza (países firmantes del acuerdo de Schengen) nos quieran levantar el veto. Pero un gesto así le sale barato, y no se habla de los escándalos del PP, sino de visados”, cuenta por correo electrónico.
Abad Faciolince, crítico con alguno de sus colegas cuando regresaron a España, acabó también cayendo, en 2010. “A los diez años casi todos los delitos prescriben y yo tenía muchas ganas de volver. Había un motivo íntimo, mi hija estudiaba en Barcelona, y otro personal: me hacía demasiada falta caminar por Madrid, ir a sus librerías, comer morcilla, huevos estrellados y jamón, todo bañado con un vino tinto de los que hacen en el Duero”. ¿Fue inútil entonces la carta? El escritor cree que no: “El nuestro fue un gesto tan histriónico como el que ahora hace Rajoy. Y sirvió para una cosa: no siguieron imponiendo visas a otros países de Hispanoamérica como era la intención. Se dieron cuenta de que a este lado del océano usamos el derecho al pataleo. Y que los intelectuales españoles, en su mayoría, nos apoyaban”.
Los doce años transcurridos fueron aguando las promesas. Pero tres cosas se han mantenido inmutables y una más ha cobrado vigencia. Queda, de momento, la exigencia del visado para los ciudadanos de Colombia. Queda la indignación ante la medida de todos los firmantes, aunque seis de ellos incumplieran su palabra. Queda la firme resistencia de Vallejo, el único que la mantuvo. Y resuena, convertida en profética por la crisis europea, la última frase de uno de los párrafos de aquella carta de protesta: “Quizá un día nosotros (en ese riquísimo territorio donde ustedes y nosotros hemos trabajado, sufrido y gozado) tengamos también que abrirles a los hijos de España las puertas, como tantas otras veces ha ocurrido en el pasado”.
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