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Tribuna
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‘Revolta’ Bis

Mas ha logrado relativizar el malestar por los recortes y que prevalezca la epopeya patriótica

Enrique Gil Calvo

Cuando ya parecía que la actual recesión española comenzaba a enderezar su trayectoria, desde que el Banco Central Europeo tomó las riendas de la crisis del euro a lo largo del verano, ahora resulta que todo se vuelve a enmarañar, tras la nueva Revuelta de los catalanes (título de la obra que haría célebre al hispanista John Elliott) que Artur Mas ha decidido encabezar. ¿Es que el Honorable President ha perdido la razón, cuando está dispuesto a desafiar la legalidad vigente renunciando al famoso seny catalán? Pero sus interlocutores de Madrid no parecen demostrar mucho más sentido común. Pues en vez de relativizar el reto poniendo las cosas en su sitio, también han optado por sacar las cosas de quicio echando más leña al fuego, al vetar a los catalanes el derecho democrático a elegir su propio futuro, lo que equivale a seguir el melodramático juego de Mas. Cosa que ni por asomo se le ocurriría hacer al premieringlés con la voluntad secesionista de los escoceses. Hasta la Casa del Rey ha tratado de aprovechar la ocasión al acusar de quimérico al desafío catalanista, lo que tampoco se le habría ocurrido hacer a la Casa Real belga con el independentismo flamenco.

Hasta tal punto llega la sinrazón y la falta de pragmatismo que en el exterior vuelven a hacerse lenguas del aparente resurgir de los viejos demonios familiares del fatalismo ibérico. Al parecer, aquí siempre se imponen las peores pasiones políticas sobre la racionalidad y el principio de realidad. Es lo que yo llamé hace algún tiempo la ideología española, ese extremado sectarismo que lleva a cargar contra el adversario con total desprecio no solo del interés general sino del propio instinto de conservación. Pero lo peor es que ahora los catalanes, que parecían ser los ciudadanos más civilizados y europeos de la península ibérica, también se han dejado contagiar por tan castizo virus, y han acabado por jugar a lo que yo llamé la lidia de Leviatán: el acoso y derribo del poder estatal de Madrid, faena taurina que le granjeará a Mas una gran ovación y quizás una mayoría plebiscitaria.

Pero si adoptamos la escéptica mirada de Marx, para quien la historia solo se repite como farsa, podremos imaginar que esta Revolta Bis de los catalanes no tendrá la vis trágica de aquella de 1640 sino otra muy diferente, seguramente mucho más histriónica que tragicómica. Y esto no lo digo con el ánimo descalificatorio que suele usarse en Madrid para poner en su lugar a los otrora llamados fenicios o polacos sino para identificar el tipo de framing o foco semántico con que hay que interpretar la puesta en escena protagonizada por Mas. Pues hay que darse cuenta que estamos ante una gran sesión de teatro político, perteneciente al mismo género dramático que las ocupaciones de las plazas Tahrir durante la primavera árabe, cuando los manifestantes coreaban: ‘El pueblo quiere que el régimen caiga’. Es lo que ahora Mas proclama en nombre de los manifestantes de la Diada: ‘El pueblo catalán quiere que el régimen común impuesto por Madrid decaiga’.

¿Y qué género dramático es el que hoy se representa en Barcelona? No la tragedia, evidentemente, sino la epopeya: el género épico por antonomasia. Sencillamente, con su escenificación de la Revolta Bis, Artur Mas ha logrado relativizar el malestar por los recortes y trascender la contabilidad de la deuda para sublimarlos como epopeya palingenésica de resurgimiento nacional. Pura épica de resonancia heroica, que ha logrado seducir con su lírica neorromántica a todos aquellos actores colectivos con vocación insurgente o revolucionaria que perdieron hace tiempo su capacidad de convocatoria. Es lo que les ocurre a los socialistas, los republicanos, los sindicalistas y los demás movimientos progresistas que, tras perder la esperanza de liderar con éxito una movilización popular contra la crisis del capitalismo actual, están optando por subirse al carro de la Revolta nacional.

Y esto le viene a Rajoy como anillo al dedo para montar una estrategia de marketing político simétricamente opuesta. La manipulación de la agenda pública siempre intenta relativizar los problemas reales mediante la magnificación alarmista de problemas menores o artificiales. Es lo que hace Mas al tapar la deuda catalana con el supuesto expolio fiscal para echarle un pulso a Rajoy amenazando con salirse de España (como aquel otro pulso tácito que este le echó a Merkel en junio pasado amenazando con reventar el euro). Y es lo que también hace ahora Rajoy, al tapar sus propios problemas de deuda con la inesperada ayuda del conflicto creado por la Revolta catalana. Así logra desarmar a la oposición y distraer a la opinión pública. Pero en ambos casos la trama es idéntica, pues gracias a la escalada de la tensión la prosaica contabilidad cede el paso a la patriótica epopeya.

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