Rajoy vende como un gran éxito el rescate
El presidente rechazó hasta el final la ayuda y buscó otras vías, pero intenta salvar su imagen Fracasada la presión al BCE y la inyección directa, logró minimizar daños
Cuando alguien como Mariano Rajoy se labra durante 30 años una larga fama de resistente, es por algo. Pocas cosas pueden alterar su enorme capacidad de seguir adelante como si no pasara nada, de negarse a sí mismo sin inmutarse. Ni siquiera un rescate bancario, el mismo que tantas veces negó y que ha llevado a España a casi todas las portadas del planeta con esa palabra maldita: rescate, bail out, sauvetage, salvataggio, aunque sea suave.
El presidente exhibió ayer esa “piel de rinoceronte” de la que hablan sus colaboradores y se esforzó en transformar el peor momento de su carrera política en un éxito brillante de una negociación en la que él movía los hilos y nadie le presionaba. Y lanzó una idea política con mucha fuerza: que gracias a su política de recortes —él habla de “reformas”— se ha evitado una intervención de la economía española como la griega, la irlandesa o la portuguesa. Esto es, que podría ser mucho peor.
Rajoy ha estudiado mucho los errores de José Luis Rodríguez Zapatero. Y cree que uno de los mayores fue negar la crisis. Sin embargo, el presidente y su Gobierno han puesto en marcha su maquinaria para intentar transformar el agua en vino y convencer a los españoles de que el rescate es “una línea de crédito”.
En una comparecencia improvisada ayer en La Moncloa tras recibir críticas por dejar que fuera su ministro de Economía, Luis de Guindos, quien anunciara la petición de ayuda a Europa, Rajoy trató de convencer a los españoles de que esta era la solución que él buscaba hace meses. Y si es así, ¿por qué no se hizo antes? “Ya me gustaría a mí saberlo, esto se debería haber hecho hace tres años”, contestó. Y si es así, ¿por qué contó exactamente lo contrario? “Hay cosas que se comunican cuando se ha producido el resultado. Las negociaciones no se televisan ni se radian. Hay cosas que no se deben contar porque afectan al resultado”.
Esto es, según esta versión, Rajoy hizo creer a la prensa española y a la de toda Europa que se estaba resistiendo a un rescate bancario —en Alemania llegaron a criticar, tirando de tópicos, el “orgullo español”— pero en realidad trabajaba para lograrlo. El Gobierno difundió después esa idea: el presidente llevaría semanas buscando esta salida, el asunto habría estado encima de la mesa en las citas clave en Chicago con Angela Merkel y en París con François Hollande. Sin embargo, Rajoy llegó a desautorizar al presidente francés cuando este planteó exactamente lo que ha pasado: que el fondo de rescate europeo se use para recapitalizar a los bancos españoles. “No creo yo que el señor Hollande haya dicho eso porque el señor Hollande no saben cómo están los bancos españoles”, dijo Rajoy en Chicago.
En realidad, según fuentes del Ejecutivo, Rajoy ha hecho todo lo posible por evitar una solución como esta, aunque no es ni mucho menos la peor de las posibles. Parte del equipo económico, incluido Guindos, la veía como inevitable y fue poco a poco preparando el terreno por si finalmente llegaba, pero el presidente se resistía por sus consecuencias políticas: el estigma que supone que bajo su presidencia se haya producido un rescate, aunque sea suave y parcial.
Rajoy buscó otras alternativas. Primero, la intervención del BCE. El presidente movió cielo y tierra para convencer a sus socios, sobre todo Angela Merkel, de que la solución pasaba por una nueva inyección de liquidez del BCE a los bancos, como la de febrero, y una nueva política de compra de deuda pública española e italiana. Solo así se podría bajar la prima de riesgo a un nivel razonable para que España pudiera salir al mercado a endeudarse para salvar por sí misma a sus bancos.
La presión fue inédita, tanto que Rajoy, contra su costumbre, llegó a ser muy explícito en sus ruedas de prensa, algo que molestó al BCE. Tenía para ello el apoyo de Hollande. Pero todo fue inútil. Los alemanes del BCE no cedían.
Al final se rindió: el BCE no iba a hacer nada. Al menos no antes de las elecciones griegas. Entonces Rajoy, siempre resistente a la idea de pedir el rescate, buscó una solución alternativa: la inyección directa del fondo de rescate a los bancos. Ni había petición expresa de España, ni el Estado era responsable de la deuda. Pero para eso había que cambiar las normas del fondo de rescate.
Un salvamento negado una y otra vez
“No va a haber ningún rescate de la banca”. Así de tajante fue el presidente del Gobierno el 28 de mayo. Ni siquiera mencionó el “a fecha de hoy” con el que ya descartó una posible intervención una semana antes, tras reunirse el 24 de mayo con el presidente francés, François Hollande, en París. “Desde luego a fecha de hoy, el Gobierno no tiene ni interés ni ninguna intención de acudir a cualquier fondo de la UE o de cualquier otro organismo”, dijo Mariano Rajoy.
Precisamente fue el dirigente francés uno de los primeros líderes europeos que sugirió tal posibilidad. Tras reunirse con Barack Obama en la Casa Blanca el 19 de mayo, Hollande se mostró a favor de recapitalizar los bancos con fondos europeos. Al día siguiente, a su llegada a la cumbre de la OTAN en Chicago Rajoy negó que la banca española necesitara ayuda. “No creo que el señor Hollande haya dicho eso porque, lógicamente, el señor Hollande no sabe cómo están los bancos españoles”, dijo.
Ni siquiera el jueves pasado, dos días antes de que el Gobierno pidiera el rescate, admitió sus planes: “Cuando conozcamos la cifra, tomaremos la decisión que sea mejor”.
El día, hace dos semanas, que Rajoy dijo “no va a haber ningún rescate bancario”, también señaló: “Mucha gente, yo también, apoya que se cambien las normas del fondo de rescate para que pueda inyectar dinero directamente a los bancos”. Ya estaba en eso. Pero necesitaba tiempo. Buscaba una solución que sirviera para otros países, en especial Italia. Así se diluía también el impacto político: no era una ayuda para España, era para todos. Pero de nuevo encontró el muro de los alemanes y otros países del Norte.
Al final, esta misma semana, con todo preparado ya por los alemanes, Rajoy, resistente pero pragmático, empezó a ceder. Y trató de minimizar los daños negociando su obsesión: que no hubiera condiciones de política económica. Y llegó el Eurogrupo que España no había pedido, según se encargó de repetir Moncloa, y de la que fue la única protagonista, lo que menos deseaba Rajoy. Guindos logró buenas condiciones y ayer el presidente, fiel a su estilo, se dedicó a vender el resultado como un gran éxito fruto de una estrategia muy calculada.
Mientras, en España, el Gobierno vivía también su propia tensión interna, en torno a una alternativa rápida para recaudar miles de millones: las privatizaciones. Loterías, Renfe, aeropuertos... El Gobierno no ha renunciado, pero no paran de retrasarse y detrás de ese parón hay mucha discusión interna entre ministerios y dentro del área económica.
Ahora, después del rescate, del que la mayoría de los ministros no sabían casi nada —el secretismo del presidente es norma de la casa— muchos miembros del Ejecutivo se preguntan qué pasará. La mayoría de los consultados cree que Rajoy, una vez más, sobrevivirá aunque se haya dejado en la gatera parte de su capital político, sobre todo con la decisión de ir al partido en Polonia —“me voy porque la selección lo merece y porque el asunto está resuelto”— y de no comparecer el primer día, rectificada ayer.
Pero todos los consultados admiten que, en el fondo, el juez sigue siendo el mismo: si los mercados dan tregua a España, los españoles, que según este análisis político no tienen aún claro qué ha pasado, darán por buena la solución. Si no, Rajoy volverá a sufrir.
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