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Columna
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15-M Bis

El clima depresivo es tan abrumador que deprime el ejercicio del derecho de manifestación

Enrique Gil Calvo

Últimamente los acontecimientos se encadenan en racimos para provocar conmociones sistémicas. Así ocurrió hace poco más de un mes, cuando se produjo la coincidencia de las elecciones andaluzas, la huelga general y el anuncio de los presupuestos del Estado. Aquella conjunción astral resultó fatídica, poniendo fin a la luna de miel del Gobierno de Rajoy. Y ahora acaba de suceder algo parecido en siete días de mayo. Hace una semana, la victoria de Hollande solemnizó en público como nueva verdad oficial lo que todo el mundo descontaba en privado, a saber: que la política europea de austeridad fiscal, a la que está religiosamente afiliado el Gobierno de Rajoy, es un error patológico que está condenando a hundirse en la recesión a los países periféricos, entre los que destaca el nuestro.

Justo un día después estallaba la forzada dimisión de Rato al frente de Bankia que abrió una cascada de reacciones en cadena, desde la nacionalización de la quebrada entidad hasta la nueva reforma del sistema financiero improvisada por el Gobierno, ante la desconfianza general de los mercados y de nuestros socios europeos. Y al mismo tiempo se iniciaban los actos conmemorativos del primer aniversario del 15-M: la masiva movilización de resistencia civil contra las élites políticas y económicas que están hundiendo en la depresión a la democracia española.

Semejante conjunción astral no podría ser más simbólica y significativa, pues si el 15-M tenía motivos para protestar el año pasado, hoy los tiene mucho más que entonces, dado el clímax depresivo de súbito desastre y emergencia nacional que se cierne sobre la actualidad española. En efecto, en el transcurso de un año, las condiciones materiales de vida todavía se han deteriorado más, dado el agravamiento de la recesión causado por la austeridad. Sobre todo para los jóvenes que protagonizan las movilizaciones, cuya tasa de desempleo ha escalado hasta el 60% pendiendo sobre ellos la amenaza de convertirse en una generación perdida. Pero eso no es todo, pues por si fuera poco, ese entorno económicamente depresivo aún se ha agudizado más por razones políticas, dada la injusta cruzada de ajuste a cualquier coste ejecutada por el Gobierno del PP, que está recortando salvajemente todos los derechos sociales, como el de la salud, y especialmente el que más afecta al futuro de los jóvenes: la educación.

De modo que las condiciones objetivas actuales son las más propicias para que las manifestaciones de este mayo sobrepasen a las del año pasado. Pero no parece que vaya a ser así. Por el contrario, se diría que el clima depresivo es tan abrumador que está deprimiendo el ejercicio del derecho de manifestación (además de que lo esté reprimiendo también el Ministerio del Interior). ¿Qué razones explican la débil respuesta a una movilización cuya causa está hoy más justificada que nunca? Creo que hay tres explicaciones relacionadas entre sí. La primera es la propia gravedad de la coyuntura económica, con el caso Bankia desencadenando un posible colapso sistémico del sistema financiero español. Y ante tamaña conmoción, que amenaza con agravar mucho más todavía la depresión española, la conmemoración del 15-M es comparativamente un acontecimiento menos relevante.

La segunda es el éxito de la política del miedo esgrimida por los gobiernos conservadores europeos (con Merkel a la cabeza y un Rajoy que la secunda más papista que el papa), que esperan amedrentar a la población forzándola a prestar su conformista consentimiento a la draconiana austeridad fiscal. Es la administración del miedo que denuncia Virilio como medicina terapéutica y tratamiento de choque. Por eso no resulta extraño que, tras sufrir la terapia de intimidación punitiva administrada por Merkel y Rajoy, muchos de los indignados de hace un año se hayan convertido en los resignados de hoy.

Pero hay otro modo de entenderlo, y es contemplarlo en perspectiva temporal. Hace un año nos hallábamos ante el final del ciclo socialista y en lo que entonces parecía la próxima salida de la crisis. De ahí que creyéramos encontrarnos en un momento esperanzador, tras despertar de un mal sueño y a la espera del reinicio inaugural de un nuevo ciclo político en el que todo resultaría posible. Ese fue el ánimo posibilista que entusiasmó al 15-M, haciéndole creer que podría regenerar la vida pública española. Pero un año después ya sabemos que no era así. Por el contrario, la recesión ha retornado para demostrarnos que lo peor no ha pasado sino que todavía va a empeorar más. Es la fatídica depresión sistémica que ha terminado por precipitarse sobre nosotros. Una depresión ante la que no hay nada que hacer, y que condena a la impotencia tanto al 15-M como al gobierno Rajoy.

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