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El niño de Senegal que fabricó un telescopio con alambre y latas de refresco

Malick Ndiaye, con 12 años, aprendió a identificar las estrellas con un viejo libro de su padre y dibuja sus propios mapas del cielo

Malick Ndiaye, junto al telescopio que fabricó con alambre, latas de refresco y cañas.
Malick Ndiaye, junto al telescopio que fabricó con alambre, latas de refresco y cañas.José Naranjo
José Naranjo

Cuando aún no sabía leer ni escribir, en lugar de salir a jugar al fútbol con sus amigos, el pequeño Malick Ndiaye prefería pasarse las horas ojeando un viejo libro que había en su casa llamado Todo el Universo, fascinado por aquellas misteriosas imágenes de estrellas y planetas. Luego, por la noche, salía al patio a mirar esos puntos brillantes en la lejanía. Y se hacía preguntas. Con solo ocho años aprendió a identificar Sirio, Betelgeuse o Aldebarán, cada una en su lugar. Para verlas más de cerca, el pasado verano, a la edad de 13, juntó unas viejas gafas de miope de su padre, la lente de una cámara, alambre, papel, latas y caña y se fabricó su propio telescopio. “Ahora puedo contemplar bien Júpiter y hasta los anillos de Saturno”, dice con una sonrisa.

Esta historia comienza en medio de largas conversaciones en el interior de un coche oficial. El padre de Malick Ndiaye era gendarme y chófer personal de Abdou Diouf, expresidente de Senegal, pero también era un hombre curioso interesado por las cosas del cielo y de la tierra, a quien le encantaba leer y ver documentales. En su jubilación, Diouf le regaló varios libros, uno de ellos Todo el Universo, que el agradecido chófer se llevó a su casa como un tesoro. Treinta años más tarde, esas ajadas páginas fueron la inspiración de un niño que heredó el ansia de saber de su anciano padre y que aprendió de él su pasión por el bricolaje, el milagro de crear con lo que haya a mano.

Malick Ndiaye, con 12 años, posa con un viejo libro de su padre con el que aprende astronomía.
Malick Ndiaye, con 12 años, posa con un viejo libro de su padre con el que aprende astronomía.José Naranjo

Lo cuenta Astou Sow, madre de Malick Ndiaye, en el salón de su humilde casa de Mbacké, una pequeña ciudad cercana a Touba del interior de Senegal. Afuera el calor aprieta. Las clases aún no han comenzado y el pequeño se sienta con serena educación en uno de los sillones. De repente, impulsado por un resorte, sale corriendo de la habitación y trae el famoso libro para mostrarlo a los visitantes. Junto a él un puñado de hojas garabateadas con puntos y rayas. Son sus propios mapas del cielo, los que fue dibujando a medida que aprendió a descifrar la identidad de aquellos puntos brillantes. Constelaciones y nebulosas, estrellas y planetas. Todo cabe en la cabeza de un niño.

“Tardé dos semanas en construir el telescopio”, explica el pequeño ataviado con un polo de la NASA, “cuando enfoqué al cielo nocturno y vi los detalles de la superficie de la Luna me pareció que podía tocarla con la mano. Un día estaba en la puerta de casa y pasó un hombre que trabajaba en la obra de la carretera. Me preguntó si era algo de topografía y le dije que no, que era un telescopio que me había fabricado yo mismo. Entonces me hizo fotos y un vídeo y los subió a Facebook”. La historia de Malick Ndiaye empezó a circular por las redes sociales y los medios locales se hicieron eco. De repente aquel niño tímido y casero se había convertido en una celebridad.

Tardé dos semanas en construir el telescopio. Cuando enfoqué al cielo nocturno y vi los detalles de la superficie de la Luna me pareció que podía tocarla con la mano
Malick Ndiaye

“Yo estaba estresada”, asegura su madre, “empezaron a llamarnos y vinieron periodistas. No quería que Malick se despistara con este asunto, él tiene que seguir con sus estudios y todo este revuelo me preocupaba”. Pero la historia llegó al mejor destinatario posible, el profesor Maram Kaire, presidente de la Asociación Senegalesa para la Promoción de la Astronomía (ASPA). “Me llegaron mensajes desde todos lados. Cuando pude ver el vídeo me recordó a mí mismo cuando era chaval y pensé en todos los esfuerzos que hacemos para divulgar esta ciencia. No dudé en reaccionar porque sé lo difícil que es contemplar las estrellas sin un instrumento adecuado, tener una pasión y no poder desarrollarla”, asegura el científico.

Con 12 años, Maram Kaire ya escudriñaba el cielo con unos prismáticos. Tras estudiar Informática e Ingeniería de Sistemas en Francia, en la actualidad colabora con la NASA y desarrolla numerosas actividades para que los jóvenes senegaleses se interesen por la astronomía. Por su enorme trabajo un asteroide situado entre Marte y Júpiter acaba de ser bautizado con su nombre, un reconocimiento por el que ha recibido felicitaciones desde todos los rincones del mundo. “Hablé con la madre de Malick y le ofrecí un telescopio con el desafío de que él tenía que construir el trípode. Tardó una semana en fabricarlo con maderas y ya lo tiene en casa”, asegura el científico.

Ahora Malick Ndiaye tiene dos instrumentos para observar las estrellas, el que construyó con sus propias manos y uno nuevecito que le regaló Maram Kaire. A ambos cuida con mimo y limpia de polvo y suciedad cada mañana. Pero aquel hecho de latas y las viejas gafas de su padre tendrá siempre un lugar especial en su modesta habitación porque fue el que le abrió las puertas del cielo y le permitió ver con nitidez los anillos de Saturno. “¿Astronauta? No, yo solo quiero mirar las estrellas. ¿Sabes a qué distancia está el centro de la galaxia?”, pregunta Malick a la espera de una respuesta que no tardará en averiguar por sí mismo.

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Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).

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