La guerra dispara los niveles de inseguridad alimentaria en Sudán a máximos históricos
Los combates, el difícil acceso al campo y a financiación, la fuerte subida de los precios y las perturbaciones en el suministro causan estragos en el sector agrícola
Cuando a mediados de abril empezó la guerra entre el Ejército sudanés y las paramilitares Fuerzas de Apoyo Rápido, pocos advirtieron inmediatamente que el conflicto, que venía gestándose desde hacía algún tiempo, estallaba apenas unas semanas antes del inicio de la temporada de la siembra, que precede la gran cosecha del país entre octubre y noviembre.
La importancia de esta época del año es clave: en años anteriores, la producción local de cultivos básicos como el trigo y el sorgo llegaba a cubrir en torno a la mitad de las necesidades nacionales, según la Organización de la ONU para la Agricultura y la Alimentación (FAO). El resto solía importarse de Rusia y Ucrania, pero estos suministros ya se habían visto afectados desde que Moscú invadió a su vecino, en febrero de 2022.
Ahora, esta crucial temporada de siembra se ha visto críticamente afectada por los efectos de la guerra, incluidos problemas de acceso a la tierra, la fuerte subida de los precios de productos como fertilizantes y combustible, la falta de financiación, las alteraciones en el transporte, la devastación de los mercados y los saqueos. Un contexto alarmante que se teme que acarree consecuencias severas para la seguridad alimentaria del país africano, es decir, la certeza de que uno podrá comer en los días siguientes, y de que los alimentos disponibles serán suficientes, adecuados y nutritivos.
En junio, el 30% de la población sudanesa no podía permitirse la cesta de alimentos básicos
En agosto, la FAO estimó que alrededor de 20,3 millones de personas en Sudán sufrirían una inseguridad alimentaria aguda entre los meses de julio y septiembre, lo que representa en torno al 42% de la población, la cifra más elevada jamás registrada. En el mismo período del año pasado era del 24%. “Incluso antes del estallido de la guerra, la situación en Sudán era difícil: había una enorme crisis económica, con altos niveles de inflación, y el país se enfrentaba a conflictos locales en Darfur y otras zonas y a una crisis climática, ya fueran inundaciones o años de sequías”, señala a este diario Adam Yao, representante adjunto de la FAO en Sudán.
“La situación era muy difícil para los agricultores, para la población rural, para los más vulnerables. Y en medio de todo esto estalló la guerra en abril, y llegó en un momento en el que normalmente los agricultores con acceso a recursos empiezan [a cultivar], no solo para el país, sino también para exportar, para generar y obtener ingresos”, agrega Yao.
Los pequeños agricultores, especialmente en regiones como Darfur y como Kordofán, enfrentaron como obstáculos a la siembra en la época habitual la inseguridad y a la falta de acceso a semillas y herramientas, apunta Elsadig Elnour, director de la agencia humanitaria Islamic Relief en Sudán, en conversación con Planeta Futuro.
En agosto, la FAO estimó que el 42% de la población sufriría inseguridad alimentaria aguda, la cifra más elevada registrada jamás
Aunque su impacto aún se está estudiando, se cree que la temporada de plantación se ha visto también afectada por unas temperaturas por encima de lo normal y una distribución desigual de las lluvias, según la Red de Sistemas de Alerta Temprana de Hambruna de la agencia para el desarrollo internacional de Estados Unidos (USAID). La temporada de precipitaciones entre junio y septiembre, es clave para el sector agrícola sudanés porque aproximadamente el 95% de sus tierras cultivadas son de secano, según la FAO.
De cara a los próximos meses, las predicciones son más bien pesimistas. A corto plazo, la FAO prevé que la situación de seguridad alimentaria registre una ligera mejora gracias a la cosecha, aunque esté por debajo de la media. Pero, aun así, teme que unos 15 millones de personas estarán igualmente en situación de crisis alimentaria, incluidas casi cuatro millones en situación de emergencia, una cifra alarmantemente elevada considerando que el país deberá afrontar a continuación el baldío invierno con el estómago vacío. “Nos preocupa que la situación, ya de por sí terrible, empeore aún más en los próximos meses, a medida que continúen la violencia y los desplazamientos, y se dejen sentir realmente las repercusiones de que los agricultores no puedan sembrar”, anticipa Elnour. Desde el inicio de la guerra se han registrado más de cinco millones de desplazados.
Especialmente delicada es la situación de los niños: más de nueve millones sufrirán inseguridad alimentaria aguda, según Save the Children. “Han muerto niños de hambre y en las clínicas que apoyamos vemos a muchos gravemente desnutridos, que necesitan ayuda urgente”, constata Elsadig Elnour, de Islamic Relief. Más de seis millones de personas están al borde de la hambruna, según el Programa Mundial de Alimentos.
Los efectos de una mala cosecha repercutirán previsiblemente en el resto de la economía, ya que más del 80% de la población activa en Sudán trabaja en el sector agrícola, que a su vez es responsable de entre el 35 y el 40% del PIB nacional, según cálculos de la ONU.
Los mercados de Sudán han sufrido una notable fragmentación a raíz de la guerra: la subida principal de precios se ha concentrado en las zonas más castigadas del país, incluidos Jartum, Darfur y Kordofán, mientras que en el resto de zonas, los precios se han mantenido más estables e incluso han disminuido en algunas regiones productoras, según la FAO. Aún así, en junio el 30% de la población no podía permitirse la cesta de alimentos básicos.
Sin seguridad ni financiación
La principal consecuencia que ha conllevado la guerra para el campo sudanés es el fuerte aumento de la inseguridad y las consiguientes dificultades de acceso a la tierra en regiones con larga tradición agrícola como Darfur, en el este, y Kordofán, en el sur, que son escenario de duros combates desde los primeros compases del conflicto.
Las regiones históricamente responsables de la mayor parte de la producción agrícola del país, como Gezira, Gedaref y Senar, en el sureste de Sudán, se han mantenido más estables y el acceso al campo no se ha visto tan afectado. Pero tampoco han podido mantener la actividad normal debido al colapso del sistema bancario en la capital, Jartum. Esto ha impedido que muchos agricultores puedan acceder a financiación para comprar productos esenciales para la temporada de la siembra, como fertilizantes y semillas. Los problemas económicos del Estado, a su turno, han limitado su capacidad de intervenir. “Los agricultores se han visto atrapados en el medio: no pudieron acceder a recursos financieros, ya que el sistema bancario se ha hundido, y no tener acceso a la financiación significaba que no podían comprar los insumos agrícolas habituales que necesitarían para empezar la temporada agrícola. Quedaron paralizados”, constata Yao.
A estos problemas se han añadido la destrucción por la guerra de infraestructuras clave en Jartum y sus alrededores, el corazón económico de Sudán. Muchos almacenes con productos clave para la producción agrícola, como fertilizantes y pesticidas, han sido saqueados. Como consecuencia, han mermado las exportaciones, que representan un ingreso clave de dólares para el Estado.
Esperando ayuda
“[Espero] que alguien extienda la mano para aliviarnos de lo que estamos sufriendo ahora y de lo que nos espera si las condiciones continúan como están”, se limita a expresar con resignación Abdeen Barqawi, portavoz de una asociación de agricultores del estado de Jazira, al sur de Jartum y una de las principales regiones agrícolas de Sudán.
Tanto el Ejército como las Fuerzas de Apoyo Rápido han sido acusados de limitar la acción de agencias de ayuda humanitaria mediante una falta generalizada de garantías de seguridad, saqueos y obstáculos burocráticos. “Los grupos armados han robado comida de hogares, asaltado camiones comerciales de alimentos, y saqueado almacenes de la ONU, lo que ha hecho que los suministros de alimentos sean aún más escasos y que suban los precios de productos cotidianos, como el pan y el sorgo”, señala Elnour. “La mayoría de gente de a pie tiene verdaderos problemas para permitirse incluso alimentos básicos para ellos y para sus hijos”.
En un intento de paliar la crisis, el Programa Mundial de Alimentos de la ONU ha ofrecido asistencia alimentaria y nutricional con la que, calcula, ha salvado la vida de más de dos millones de personas. Su objetivo, desde que retomaron la actividad en Sudán después de la muerte de tres trabajadores en un ataque en Darfur en abril, pasa por llegar a 5,9 millones de personas.
En total, los principales 20 grupos de ayuda humanitaria activos en Sudán han podido prestar asistencia a 6,5 millones de personas, según el Clúster de Seguridad Alimentaria (FSC). La FAO, por su parte, lanzó en julio una campaña de distribución de semillas en regiones agrícolas para que más de un millón de agricultores y sus familias puedan producir cereales suficientes para cubrir las necesidades esenciales de entre 13 y 19 millones de personas hasta diciembre. Por ahora, la organización ha llegado a 800.000 agricultores, y se espera que alcancen el millón hacia mediados o finales de septiembre, según Yao. A mediados de septiembre la FAO también anunció que proporcionará apoyo veterinario y pesquero.
Aun así, Yao admite que su acción no es suficiente para afrontar la enorme magnitud de la crisis. “Necesitamos que todas las partes en conflicto permitan la entrega de alimentos y otro tipo de ayuda humanitaria de forma segura, y necesitamos que la comunidad internacional apoye estos esfuerzos y apoye a largo plazo a los agricultores”, agrega.
“Si esta temporada fracasa, o no satisface la demanda del pueblo sudanés, repercutirá también en la próxima, siempre que la guerra continúe y los agricultores no puedan acceder a la tierra”, alerta Yao. “Tenemos que tomarnos esto muy en serio”.
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