Conflicto armado en Sudán
Tanto la comunidad internacional como la UE deben revisar su papel en el país africano y reforzar los movimientos civiles prodemocráticos
Los encarnizados enfrentamientos armados que estallaron este fin de semana en Sudán, y que ya han dejado al menos un centenar de muertos civiles, muestran hasta dónde están dispuestos a llegar en su atroz lucha por el poder los dos generales más poderosos del país: el comandante del Ejército y el de un temido grupo paramilitar. El rápido deterioro de la situación también es en parte consecuencia de la gestión de un periodo convulso y de futuro incierto por parte de la comunidad internacional, demasiado centrada en trabajar con las élites civiles y militares del país para impulsar pactos secretos y apresurados que no abordan las causas de fondo de la crisis política sudanesa.
La profunda división de los cuerpos de seguridad y militares de Sudán, a los que se suman numerosos grupos armados con particular presencia en las regiones periféricas del país, es en gran medida herencia del régimen del exdictador Omar al Bashir, depuesto en 2019, y su obsesión por blindarse ante un golpe de Estado que al final no evitó. Los choques sangrientos actuales son el resultado de desacuerdos entre el Ejército y las Fuerzas de Apoyo Rápido en torno a cuestiones de gobernanza y de reforma interna, surgidas tras su golpe de Estado conjunto en 2021 que hizo descarrilar la frágil transición democrática iniciada en Sudán tras la caída de Al Bashir. También son fruto del temor de ambos bandos a una autoridad civil, frente a la cual prefieren arrojar el país a un conflicto fratricida que amenaza con desestabilizar todavía más el este de África.
Pero si Sudán no está ya bajo un Gobierno castrense bien cimentado y apoyado por cuadros islamistas nostálgicos del régimen de Al Bashir es por la tenacidad, convicción, organización y sostenida movilización del movimiento prodemocrático del país. Al frente se encuentran los llamados comités de resistencia, una red descentralizada de grupos muy arraigados en el ámbito local y presentes junto con otras organizaciones en todo el país. Son ellos quienes han mantenido viva la lucha por un Gobierno civil y democrático, pese a la fuerte represión del Estado y la actitud paternalista de la comunidad internacional.
Sudán cuenta con actores prodemocráticos de base que merecen mayor atención y apoyo, también en sus reivindicaciones de trabajar por una paz integral en el país, reformar el sector de la seguridad y no renunciar ni a la verdad, ni a la justicia ni a la rendición de cuentas. Los sudaneses son los primeros que son conscientes del colosal desafío al que se enfrentan, en gran parte solos. La comunidad internacional, y en particular la UE, haría bien en no observar este conflicto como un asunto ajeno y evitar lecturas simples de los combates que tienen lugar en Sudán. Es necesario revisar la apuesta por dirigir la atención únicamente a las élites del país, con enfoques centrados en la seguridad y el control de figuras militares, y aspirar a abordar sin plazos apremiantes y de manera exigente problemas muy complejos y largamente enquistados.
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