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Omar al Bashir, el dictador acorralado

El presidente sudanés, que llegó al poder hace 30 años con un golpe de Estado, se enfrenta a un pueblo movilizado en su contra

José Naranjo
El presidente sudanés Omar al Bashir se dirige al parlamento el pasado 1 de abril.
El presidente sudanés Omar al Bashir se dirige al parlamento el pasado 1 de abril.ASHRAF SHAZLY (GETTY IMAGES)

El cerco se estrecha alrededor de Omar al Bashir. La policía sudanesa ha anunciado hoy su rechazo a reprimir por la fuerza a los miles de manifestantes que llevan ya cinco días concentrados en torno al cuartel general de las Fuerzas Armadas en la capital, Jartum, reclamando la caída del dictador, que lleva 30 años en el poder y se niega a dimitir. Las fuerzas de seguridad se unen por primera vez al Ejército, que no ha participado en la represión y cuyo máximo responsable aseguró que su responsabilidad era “defender a los ciudadanos”. Todas las miradas se dirigen ahora a Al Bashir y sus próximos movimientos.

El presidente ha decidido guardar un silencio sepulcral. Desde que las protestas comenzaran el pasado mes de diciembre lo ha intentado todo, tanto el palo como la zanahoria. Ha usado la fuerza de su temible agencia de espionaje y de la policía antidisturbios, lo que ha provocado hasta 38 muertos, encerró a miles de personas y declaró el estado de emergencia el 22 de febrero, pero las protestas siguieron adelante. Luego destituyó a prácticamente todo el Gobierno y nombró militares al frente de las regiones, liberó a los detenidos e hizo llamadas al diálogo y la serenidad, pero el malestar ciudadano, latente en los últimos dos meses, ha vuelto a reaparecer con toda su fuerza.

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Aunque ahora se enfrenta a su peor pesadilla, perder el apoyo de su propio Ejército ante un pueblo movilizado, el dictador, de 75 años, está acostumbrado a moverse en el alambre. Desde que llegó al poder en 1989 mediante un golpe de Estado ha vivido en la guerra permanente. Primero un conflicto civil entre el norte y el sur de Sudán y luego con las constantes rebeliones como la de Darfur, en la que la contundencia de las milicias a sus órdenes provocó al menos 300.000 muertos. Por ello ha sido el primer jefe de Estado en ejercicio acusado por la Corte Penal Internacional de crímenes de guerra y contra la humanidad. Fue en 2009, pero Al Bashir se ha paseado por medio mundo sin que la orden de arresto se haya ejecutado.

Hijo de ganaderos que llegó a ser general del Ejército, es un hombre de pocas palabras, incluso tímido, según quienes le conocen. Ha sobrevivido a la guerra, a la primavera árabe, a las sanciones económicas estadounidenses, a las acusaciones de La Haya y a las revueltas internas. Hasta ahora. Sostenido por el petróleo y por su estratégica alianza con China y Rusia, jugando un día a ser islamista y otro antioccidental, ha gobernado Sudán con mano de hierro, persiguiendo con inquina a opositores y periodistas y ganando una elección tras otra incluso antes de ir a las urnas.

Pero en estos cinco días, la presión popular que comenzó en diciembre pasado por la subida del precio del pan se ha elevado hasta un límite difícil de gestionar incluso para Al Bashir. La noche del martes al miércoles fue la primera en que los manifestantes congregados en Jartum no sufrieron la violencia de los gases lacrimógenos y los intentos de desalojo después de que un portavoz policial anunciara que sus responsables habían dado orden de “no intervenir” contra los ciudadanos. “Queremos la unión del pueblo sudanés para que se alcance un acuerdo que permita una transferencia pacífica del poder”, añadió dicho portavoz. Testigos confirmaron a la agencia France Presse que “desde entonces no ha habido incidentes”.

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El Ejército, por su parte, se mantiene en su actitud pasiva y de defender “a los ciudadanos”, como aseguró el pasado lunes el jefe de las Fuerzas Armadas, el general Kamal Abdelmarouf. De hecho, fuentes de la Asociación de Profesionales Sudaneses, la organización que está detrás de las protestas, aseguran que algunos soldados tiraron al aire para impedir la represión policial del fin de semana y que otros se unieron a los manifestantes para reclamar el derrocamiento del presidente. Su posición será determinante en lo que suceda en los próximos días. Este jueves está prevista una marcha del partido en el poder. La partida de ajedrez continúa. El jaque a Al Bashir sigue en marcha.

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Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).

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