“Este mar solía estar lleno de vida”: la pesca ilegal hiere de muerte a un criadero del Mediterráneo
El golfo de Gabes, en Túnez, es una de las regiones más generosas para la pesca y ricas en biodiversidad, pero un método de arrastre, gracias al que se abastece parte del mercado europeo, pone en peligro a muchas especies marinas
Tras un día de ventisca invernal, Ahmed Taktak y su ayudante Mohamed esperaban encontrar más peces en sus redes, pero solo recogen dos pequeñas doradas, dos cangrejos azules y un pulpo cabezón. Los dos viven en las islas Kerkennah, un archipiélago del golfo de Gabes, en Túnez, a 120 kilómetros de la isla italiana de Lampedusa, y subsisten, o más bien subsistían, gracias a la pesca, pero es probable que los peces que no han caído en sus redes ese día hayan sido capturados ilegalmente y exportados a Europa.
La gran mayoría de pescadores de este archipiélago usan un método llamado charfiya, que se aprende desde la infancia y desde 2020 figura en la lista del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de la Unesco. La charfiya “es una técnica tradicional de pesca pasiva que consiste en crear una instalación pesquera fija, formando una barrera triangular construida con palmas clavadas en el fondo del mar. Los peces, arrastrados por el descenso de las aguas en la marea baja, penetran primero en cámaras de captura y luego en redes en las que quedan atrapados. A diferencia de los que son pescados con artes de arrastre que rascan el lecho del mar, los peces capturados en la charfiya permanecen vivos y en ayunas dentro de las redes hasta que se procede a izarlas”, explica la organización de las Naciones Unidas.
“Este mar solía estar lleno de vida, hoy ya no queda nada”, lamenta Taktak. Junto a las pequeñas embarcaciones de madera que salpican las islas Kerkennah, como la suya, han aparecido pesqueros con motores más potentes y frigoríficos a bordo. No se trata de grandes embarcaciones, sino de barcos de menos de 10 metros, que no llaman la atención y escapan a las restricciones internacionales sobre la pesca industrial. “¿Ve este artilugio?”, pregunta Naji, uno de los pescadores más veteranos de la aldea de Kraten, señalando una polea oxidada para bajar las redes. “Este barco practica la pesca de arrastre ilegal”, explica mientras se adentra en el puerto, bajo la lluvia, con las botas en los pies y un café en la mano. “En Kraten intentamos oponernos a la pesca de arrastre, pero ya no podemos llegar a fin de mes”, asegura.
La llamada ‘pesca con kiss’, que significa saco en árabe, es una técnica que consiste en arrastrar redes por los fondos marinos poco profundos, recogiendo todo lo que encuentran a su paso. Está prohibida en el golfo de Gabes por una ley tunecina de 1994. Según un estudio reciente de la ONG FishAct, en colaboración con la Environmental Justice Foundation, el número de pequeñas embarcaciones pesqueras de kiss que faenan ilegalmente en el Golfo de Gabes aumentó de 416 en 2018 a 576 en 2022.
“La reserva de Posidonia oceanica del Golfo era antaño la mayor del Mediterráneo y se la llamaba ‘el pulmón del mar’. Ahora corre peligro de desaparecer a causa de la pesca de arrastre ilegal”, dice el activista Abdelmadjid Dabbar, presidente de la asociación Túnez Ecología. El Golfo de Gabes es una región de gran importancia ecológica, ya que alberga una de las mayores áreas restantes de esta planta acuática, endémica del Mediterráneo, que, según la ONG internacional Oceana, “protege las zonas costeras de la erosión y son hábitats esenciales para muchos animales marinos, incluyendo especies en peligro de extinción de tiburones y tortugas marinas”.
El reciente informe Estado del Mar Mediterráneo, publicado por la FAO, advierte que el 73% de las especies comercializables del Mediterráneo se explotan de forma insostenible
El reciente informe Estado del Mar Mediterráneo, publicado por la Organización de la ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO), advierte que el 73% de las especies comercializables del Mediterráneo se explotan de forma insostenible. Para salvaguardar los grupos amenazados, la UE, en la última década, ha contribuido, por ejemplo, a “la financiación de la paralización definitiva de las actividades de buques pesqueros” y ha indemnizado a pescadores italianos, españoles o griegos, todo ello con el fin de impulsar capturas controladas y sostenibles. Pero la sobreexplotación pesquera se ha intensificado en la otra orilla del mar, en los países del norte de África, como Túnez, donde la situación económica tras la Primavera Árabe de 2011 ha llevado a muchas personas a dedicarse a la pesca.
Controles deficientes
Según los datos de la Comisión General de Pesca del Mediterráneo, Túnez pesca el 8% de las capturas totales del Mediterráneo y Mar Negro (95.600 toneladas), más que España, responsable del 5,9% del total (70.500 toneladas). Según los datos del Ministerio de la Agricultura tunecino, en 2021, las exportaciones de productos de la pesca y la acuicultura alcanzaron la cifra récord de 33.189 toneladas, exportadas a 62 países diferentes.
En el puerto de Kelibia, 250 kilómetros al norte de Sfax, Ashraf Hammami, armador y exportador, trabaja sobre todo con clientes italianos y españoles. “El problema de los kiss es que arrastran a cuatro o cinco metros de profundidad. Pero, ¿quién trabaja con los kiss? Los mismos armadores que hacen arrastre legal, en aguas más profundas. Los pequeños trabajan para los grandes. Eso es lo que lo destruye todo”. Hammami posee unos cuantos barcos con los que alterna la pesca de la lampuga (pescado azul) y la pesca de arrastre de profundidad para las gambas.
El número de pequeñas embarcaciones pesqueras kiss que faenan ilegalmente en el Golfo de Gabes aumentó de 450 en 2018 a 576 en 2022
En el puerto de Sfax, la principal ciudad portuaria en el sur de Túnez, el director de una empresa de exportación, que prefiere que su nombre no salga publicado, explica cómo se ha establecido este tipo de pesca ilegal en la zona pesquera del golfo de Gabes. “Desde hace unos 20 años, los pescadores artesanales empezaron a utilizar el kiss porque vieron que los grandes barcos industriales comenzaban a entrar en el Golfo. Se dieron cuenta de que podían capturar cantidades muy grandes de crustáceos usando arrastres pequeños”. El resultado es que hoy, este tipo de pesca, que está diezmando las poblaciones de peces, se ha extendido ampliamente en la zona y es difícil de detener. “Aquí se pesca de todo, desde crustáceos hasta cefalópodos, pero los controles son un desastre”, continúa el director.
El 80% de las exportaciones tunecinas llega a la Unión Europea, principalmente a Italia, España y Francia, según cifras del gobierno local. La UE es el mayor importador mundial de pescado y un 60% del pescado que consumen sus ciudadanos procede del exterior. España es el país miembro que más importa en volumen, seguido por Dinamarca, Francia y los Países Bajos. Para poder comprar pescado de países extracomunitarios, hay que presentar un certificado de captura expedido por las autoridades nacionales al desembarcar en el puerto, con el fin de poder registrar su origen y tipo de pesca. Pero “la trazabilidad está mal hecha. Aquí es todo un teatro, me imagino que la UE está haciendo la vista gorda ante una situación como la de Túnez”, prosigue el director de la empresa afincada en Sfax, que exporta principalmente a España e Italia.
Los pescadores más jóvenes se ven tentados por la pesca de arrastre ilegal, más eficaz y rentable, aunque cause daños severos en la fauna marina de la zona
Según el Tribunal de Cuentas Europeo, “el actual sistema de verificación de la pesca ilegal sigue siendo insuficiente para garantizar que el pescado se captura de forma sostenible”. Una de las razones, sigue la nota del Tribunal, es que los certificados de capturas se solicitan en papel, lo que los hace fácilmente falsificables, y que los Estados miembros no cotejan los certificados recibidos para verificar los duplicados presentados a varios países. Así pues, los certificados se entregan a las empresas exportadoras junto con la mercancía. Si la documentación no despierta sospechas en las autoridades nacionales competentes, el pescado entra sin restricciones en supermercados y restaurantes.
“No destruyo mi mar”
Analizando los avances de cada país de la UE en la lucha contra la pesca ilegal, España parece ser uno de los que mejor lo ha hecho en cuanto al sistema de control. Desarrollando una plataforma digital propia donde los importadores pueden introducir los certificados de capturas y comprobando exhaustivamente una gran cantidad de documentación en comparación con otros Estados miembros. Pero el esfuerzo para evitar el fraude en la certificación, según el Tribunal de Cuentas Europeo y ONG como Client Earth, debe hacerse en cooperación entre los países, haciendo obligatorio el sistema único europeo, llamado “CATCH”, que ya existe, pero su uso sigue siendo opcional. Esta posibilidad está sobre la mesa de negociación del Consejo Europeo y el Parlamento Europeo.
Cada mañana, decenas de camiones frigoríficos blancos cruzan el archipiélago de Kerkennah de puerto en puerto para cargar el pescado del día. “Las empresas exportadoras no nos compran directamente. Un intermediario nos compra el pescado por unos pocos dinares el kilo. A menudo, no nos pagan inmediatamente, sino después de que él lo revenda a un intermediario más grande, y así sucesivamente, hasta llegar a la empresa exportadora”, describe Nagui. Este pescador sí ha conseguido construir su propia casa con los ingresos de la pesca, pero los más jóvenes se ven tentados por la pesca de arrastre ilegal, más eficaz y rentable, aunque cause daños severos en la fauna marina de la zona.
“Yo no hago pesca de arrastre, no destruyo mi propio mar. El gran problema es que aquí no se respeta nada”, concluye Ahmed Taktak, antes de regresar al atardecer a su parte del mar para echar los trasmallos, con la esperanza de pescar más peces de los que encontró en su charfiya durante el día.
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