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Redes sociales
Columna
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Pedro Sánchez, John Snow y el agua emponzoñada

El presidente del Gobierno ha demostrado que sabe que las redes sociales comerciales están intoxicando la democracia, pero no pasa a la acción

Thiago Ferrer Morini

Tiene la palabra el presidente del Gobierno: “Algunas redes sociales, que en su origen tuvieron una finalidad muy distinta a la que tienen hoy, no propagan la verdad, sino que propagan bulos; no propagan la convivencia, sino que propagan la polarización. Y eso tiene mucho que ver con las finalidades políticas de unos tecnoligarcas que están influyendo de manera activa o pública en procesos electorales […] Lo estamos viendo en Reino Unido, en Alemania, en Francia […] y sin duda lo veremos en España”.

Pedro Sánchez tiene razón. La semana pasada, la cadena británica de televisión Sky publicó un reportaje en el que se crearon nueve cuentas de X (antes Twitter) emulando a nueve personas de tres intereses políticos distintos: tres de izquierdas, tres de derechas, y tres de centro. La investigación llegó a la conclusión de que la red social del tecnoligarca Elon Musk está amplificando contenidos radicales de extrema derecha, no por casualidad, la ideología del propio Musk.

X effect: How Elon Musk is boosting the British right

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— Sky News (@news.sky.com) Nov 6, 2025 at 5:38

Es una decisión absolutamente premeditada. Desde este mes, el tradicional algoritmo de X ha sido completamente abandonado. La inteligencia artificial propiedad de Musk, Grok, es la que decidirá en todo momento, teóricamente, qué contenido ofrecer en respuesta a los intereses de los usuarios de la plataforma. Grok, como toda IA generativa, en sus inicios tendía a ofrecer en sus respuestas un sesgo paralelo a los sesgos mayoritarios de los contenidos en Internet. Pero desde el principio eso le pareció insuficiente a Musk, que nunca ha ocultado su deseo de que su inteligencia artificial piense como piensa él, con sus sesgos tecnófilos, tránsfobos y racistas. Su última medida ha sido forzar a su IA el uso de la Grokipedia, la versión de la Wikipedia adaptada a los prejuicios del patrón.

Otras redes sociales tienen otros problemas. Una investigación de Reuters ha indicado que un 10% de la facturación de Meta, el gigante que incluye Facebook, Instagram y WhatsApp, viene de publicidad de productos y servicios fraudulentos como estafas online, casinos ilegales y venta de medicamentos de forma irregular. Son más de 15.000 millones de anuncios al año que rinden a la firma de Mark Zuckerberg unos apabullantes 16.000 millones de dólares anuales.

Meta's fraud problem: The social media giant projected 10% of its 2024 revenue would come from ads for scams and banned goods, documents seen by @Reuters show reut.rs/4qJTpdH

[image or embed]

— Reuters (@reuters.com) Nov 6, 2025 at 12:25

Son estas las plataformas en las que el Estado español carga el grueso de su comunicación institucional por redes, un canal importantísimo, especialmente entre los jóvenes. Evidentemente, lo que estas redes ofrecen es una importante base de usuarios que no existe en otra parte. Pero, al hacer que los españoles tengan que entrar en X o en Facebook para seguir de primera mano a su presidente del Gobierno, lo que vemos es que, por ideología o por codicia, a esos mensajes les acompañan, como chinches en la harina, tuits de ultraderecha o falsas ventas de Viagra a precio de descuento. Sánchez lo sabe perfectamente; lo ha dicho esta y otras veces. Pero el Gobierno, o, más bien, quienes llevan su política de comunicación, no parecen estar haciendo nada para resolverlo.

El médico John Snow fue uno de los pioneros de la epidemiología al relacionar una plaga de cólera en la Londres victoriana con una bomba de agua en el Soho. La plaga cesó cuando, ante las protestas generalizadas, la bomba fue clausurada. El Gobierno está viendo que la población, en España y en todas partes, está bebiendo agua ponzoñosa, lo cual tiene un efecto deletéreo para su salud y para la de toda la sociedad. Pero, por inercia, miedo, o una combinación de ambas cosas, no se atreve a más que intentar cambiarle el sabor al agua, cuando no hay otra solución que cambiar de pozo.

Algunas administraciones, como la Comisión Europea, el Ayuntamiento de Barcelona o la AEMET, han empezado a moverse, pero sus movimientos hasta ahora han sido insuficientes. Establecer de inmediato un calendario para abandonar las redes sociales comerciales es un imperativo moral para los Gobiernos democráticos europeos. Sánchez lo sabe. ¿A qué estamos esperando?

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Sobre la firma

Thiago Ferrer Morini
(São Paulo, 1981) Licenciado en Ciencias Políticas y de la Administración por la Universidad Complutense de Madrid. En EL PAÍS desde 2012.
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