Trump frivoliza con las armas nucleares
EE UU no necesita realizar ninguna prueba real. Si lo hace no será por motivos técnicos, sino por una apuesta política frente a Rusia y China que resultará desestabilizadora

Entre las amenazas existenciales para la humanidad la proliferación de armas nucleares es la más evidente desde 1949, cuando la URSS realizó su primera prueba, poniendo fin al monopolio estadounidense e iniciando ya abiertamente la confrontación bipolar. Es, por tanto, un asunto sobre el que conviene ser muy preciso y evitar declaraciones que puedan ser malinterpretadas por cualquiera de las nueve potencias nucleares existentes. Una cautela que, una vez más, no parece figurar en la agenda de Donald Trump a tenor de su exabrupto del pasado 30 de octubre, cuando cometió dos errores y pronunció una expresión ambigua cargada de funestos augurios.
Por un lado, sostuvo que Estados Unidos tiene más armas nucleares que Rusia, cuando es sobradamente conocido que el orden es precisamente el inverso, aunque no se conozca su número exacto (por encima de las 5.000 cabezas en ambos casos, representando en torno al 92% de todas las existentes en el planeta). A eso añadió que había dado órdenes al Departamento de Guerra para reiniciar las pruebas nucleares dado que otros ya lo estaban haciendo, en referencia apenas velada a Rusia y China, cuando es el Departamento de Energía el encargado de esa tarea y cuando el único país que ha provocado explosiones nucleares (seis) en lo que llevamos de siglo sea Corea del Norte (India y Pakistán lo hicieron en 1998, China y Francia en 1996 e Israel en 1979). En realidad, lo que ha hecho Vladimir Putin es limitarse a anunciar el éxito en el uso de nuevos vectores de lanzamiento que potencialmente pueden transportar cabezas nucleares, concretamente el misil crucero intercontinental 9M730 Burevéstnik (SSC-X-9 Skyfall, en terminología OTAN) y el dron submarino Status-6 Poseidón (Kanyon, en argot OTAN). Dos armas que ya fueron anunciadas por el presidente ruso en 2018 y que, hasta donde se conoce, en ninguno de los lanzamientos realizados ahora han portado cabezas nucleares, ni hay noticia alguna sobre la realización de una prueba nuclear, algo que Moscú no ha vuelto a hacer desde 1990.
Por supuesto, el lanzamiento de esas armas de propulsión nuclear, teóricamente capaces de traspasar cualquier escudo antimisiles, es, en sí mismo, preocupante porque demuestra la voluntad de seguir perfeccionando la capacidad para golpear a todo potencial enemigo con una capacidad de destrucción inimaginable. Pero no cabe confundir algo que también el propio Estados Unidos está haciendo en el marco de los siete programas de modernización nuclear aprobados en la época de Barack Obama (por ejemplo, la bomba B61-13), con una prueba nuclear, que Washington no realiza desde 1992. Por eso, si las palabras de Trump significan lo que literalmente ha dicho y se registra un nuevo ensayo nuclear (sea subterráneo o en la atmósfera), la intranquilidad aumenta de inmediato, al entender que definitivamente desprecia lo que firmó en 1996, en el marco del Tratado de Prohibición Completa de Pruebas Nucleares (CTBT, en sus siglas en inglés), aunque nunca lo haya ratificado. Así ha querido entenderlo en principio Putin, que ya en 2023 revocó la ratificación del CTBT que había realizado en 2000, cuando ha advertido que en ese caso Moscú actuará en consecuencia.
El colmo del sinsentido del anuncio de Trump, si finalmente se traduce en hechos, es que Estados Unidos no necesita realizar ninguna nueva prueba nuclear; ya contabiliza más de mil, mientras Rusia suma 715 y China apenas 45. Hace ya tiempo que la tecnología acumulada en este campo permite a las nueve potencias nucleares asegurar la operatividad de sus arsenales e incluso desarrollar nuevas armas sin tener que recurrir a ensayos a gran escala. Les basta (y así lo hacen) con realizar experimentos de laboratorio en un nivel subcrítico; antes de que se produzca una reacción en cadena. En otras palabras, eso implica que si Trump da el paso de realizar una nueva explosión nuclear no estaríamos ante un gesto derivado de una necesidad técnica, sino ante una desestabilizadora apuesta política. Una apuesta que automáticamente incentivaría aún más la carrera armamentística con Rusia, China y Corea del Norte, en primer lugar, interesados en sumarse a esa tendencia. Sería no solo una medida que incrementaría la tensión internacional, sino que supondría un error por parte de Washington, al abrir la puerta a que sus potenciales rivales puedan emprender un camino que les permita salvar la desventaja que actualmente tienen en ese campo, derivada de su menor experiencia en ensayos simulados.
De ese modo el CTBT se convertiría definitivamente en papel mojado, dando un paso más en el debilitamiento del marco establecido ya en la Guerra Fría para evitar la proliferación de armas nucleares. Ya en junio de 2002 Estados Unidos decidió salirse del Tratado ABM de misiles antibalísticos, eliminando así una pieza fundamental para frenar una carrera que había llevado a que ambas superpotencias acumularan decenas de miles de cabezas nucleares en un intento por saturar las defensas del rival y asegurar así la disuasión nuclear. Como consecuencia, Washington intensificó el esfuerzo por dotarse de un escudo antimisiles que ha llegado hasta el anuncio de Trump, el pasado mes de mayo, para crear una Cúpula Dorada, supuestamente impenetrable. Poco puede extrañar que ese haya sido uno de los factores que más ha impulsado a Rusia para desarrollar armas que, también supuestamente, son indetectables y pueden penetrar cualquier sistema de defensa.
A eso se ha unido el abandono por parte estadounidense (seguido de inmediato por Moscú) del Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio (INF) en agosto de 2019, reabriendo la vía para que ambas potencias vuelvan a desplegar misiles nucleares en suelo europeo con alcance entre los 500 y los 5.500 kilómetros. Y tampoco cabe olvidar que en febrero del próximo año termina la prórroga que EEUU y Rusia acordaron el pasado año para mantener provisionalmente en vigor el START III (o Nuevo START), que limita a 1.550 cabezas nucleares estratégicas y a 800 vectores de lanzamiento lo que ambos pueden mantener. Si no se logra una ampliación o la firma de un nuevo acuerdo, el panorama se hace aún más inquietante. Para complicarlo un poco más, Trump insiste en que China debe entrar también en el proceso de reducción de armas nucleares, algo que Pekín rechaza de plano con el argumento de que su arsenal está muy por debajo del de Moscú y Washington y, por tanto, no se siente obligado a entrar en ninguna negociación.
No se trata de ocultar las tentaciones proliferadoras del resto de las potencias nucleares; de hecho, todas están sumidas en ambiciosos programas de modernización, incluso soñando con convertirlas en armas de batalla y no solo de disuasión, como ha sido hasta ahora. Pero resulta evidente que en lo que llevamos de siglo ha sido Washington el más interesado en desbaratar el sistema diseñado para evitar la proliferación tanto vertical (las cinco potencias nucleares reconocidas por el Tratado de No Proliferación —EE UU, Rusia, China, Francia y Reino Unido— están obligadas a reducir sus arsenales) como horizontal (como fue el caso de Corea del Norte y puede serlo de Irán y otros), empeñado en dotarse de un escudo de protección que la tecnología disponible no garantiza de ningún modo.
Por si acaso, conviene poner los ojos en Nevada, donde Estados Unidos cuenta con sus principales instalaciones para la realización de pruebas nucleares.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.





























































