Trump y Putin relanzan la amenaza nuclear
La intención del presidente de EE UU de reanudar los ensayos y los alardes del ruso sobre su armamento atómico elevan la incertidumbre a cuatro meses de que expire el último tratado que limita sus arsenales


Unos minutos antes de reunirse con Xi Jinping en Busán, Donald Trump afirmó que había ordenado al Departamento de Guerra (Defensa) de Estados Unidos reanudar “inmediatamente” los ensayos con armamento nuclear. El anuncio desató una mezcla de alarma y confusión en el equipo negociador que se había desplazado con el mandatario chino a la ciudad surcoreana, así como en Pekín, Moscú, e incluso en Washington. El presidente estadounidense insinuó que la primera potencia mundial volvería a detonar bombas atómicas —una práctica que solo ha realizado Corea del Norte en lo que va de siglo— unas horas después de que Vladímir Putin presumiera de haber probado con éxito un dron submarino de propulsión nuclear capaz de devastar ciudades enteras. Todo ello, a pocos meses de que expire el último tratado que aún marca límites y restricciones a los arsenales atómicos de Estados Unidos y Rusia, y de que se cierre definitivamente la era del control nuclear que se gestó durante la Guerra Fría.
El texto que publicó Trump el 30 de octubre en Truth —la red social de su propiedad— mientras se dirigía a su encuentro con Xi era ambiguo y contenía numerosas falsedades. “Estados Unidos tiene más armas nucleares que ningún otro país”, comenzaba el mensaje, aunque Rusia posee más; también mintió al afirmar que Pekín tendrá “en cinco años” tantas cabezas nucleares como Washington. El republicano sostuvo que en su primer mandato se logró “una actualización y renovación completa” de las bombas atómicas estadounidenses, aunque lo cierto es que el Pentágono está a punto de poner en marcha el primer gran plan de modernización de su arsenal nuclear desde la Guerra Fría, un proyecto cuyo origen se remonta a la Administración de Barack Obama y en el que se invertirá durante el próximo decenio un billón de dólares (equivalente al PIB de Suiza).
Ante todo, la publicación de Trump desde Busán sembró muchas dudas acerca de si el presidente se refería a retomar los ensayos nucleares, sobre los que pesa una moratoria de facto desde hace más de 30 años, o si únicamente hablaba de hacer pruebas de los sistemas de lanzamiento de armas atómicas estratégicas.
Trump fue menos ambiguo un par de días después, cuando le preguntaron durante una entrevista televisada si lo que había ordenado reanudar eran las pruebas nucleares en sentido estricto; es decir, que Estados Unidos detonara bombas atómicas por primera vez desde 1992. “Lo que digo es que vamos a hacer ensayos como otros países, sí”, declaró a la CBS desde su club de golf en Florida, antes de jactarse de poder “reventar el mundo 150 veces” con el arsenal estadounidense. “¿No parece lógico? Fabricas armas atómicas y luego no las pruebas. ¿Cómo vas a saber si funcionan? Tenemos que hacerlo”, manifestó el presidente, antes de acusar a Rusia, China y Pakistán —además de a Corea del Norte— de realizar pruebas secretas con bombas atómicas —“no hablan de ello y allí no hay periodistas que lo cuenten”, argumentó—. “Somos el único país que no hace ensayos”, sentenció Trump.
Pekín, Moscú e Islamabad se apresuraron a responder a las acusaciones de Trump y aseguraron que cumplen con la moratoria informal que prohíbe las pruebas nucleares desde finales de los años noventa. Ese mismo día, Chris Wright, secretario de Energía de Estados Unidos, trató de rebajar la alarma al afirmar que “los ensayos que ha ordenado el presidente Trump” no incluyen “explosiones nucleares”. “Las pruebas planificadas abarcan todos los componentes de un arma para comprobar que configuran la geometría adecuada para desencadenar la explosión”, declaró Wright a Fox News.
Daniel Salisbury, investigador del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos, considera “muy poco probable” que Washington reanude las explosiones subterráneas de bombas atómicas. “En teoría, Estados Unidos conserva la capacidad de realizar una prueba nuclear en un plazo de 36 meses. Sin embargo, la reapertura del Sitio de Seguridad Nacional de Nevada [donde el siglo pasado se llevaron a cabo casi un millar de ensayos atómicos] sería un proceso extraordinariamente controvertido, largo y costoso”, argumenta Salisbury.
El incendiario anuncio que hizo Trump desde Busán, más que un recado a China —que también— pareció una respuesta a las amenazas veladas contra Estados Unidos que había lanzado Putin unas horas antes. El presidente ruso, durante una visita a un hospital militar en Moscú, manifestó que acababa de realizarse un ensayo de “otra arma rusa invencible”: el torpedo Poseidón, un dron submarino de propulsión nuclear diseñado para recorrer miles de kilómetros y provocar una especie de tsunami radioactivo capaz de arrasar ciudades costeras. “Su potencia supera significativamente a la de nuestro misil balístico intercontinental más avanzado”, declaró el autócrata ruso, rodeado de soldados heridos en Ucrania. Putin subrayó que el Poseidón “es único en el mundo” y que tratar de interceptarlo sería una misión “imposible”.
Unos días antes de sacar pecho con el supuesto ensayo satisfactorio del Poseidón, el mandatario ruso informó a unos altos mandos militares, durante una reunión televisada, de que habían concluido “las pruebas decisivas” del Burevestnik: un misil de crucero de propulsión nuclear capaz de portar ojivas atómicas y, según Putin, “con un alcance ilimitado”. Tanto el Poseidón como el Burevestnik son armas estratégicas de destrucción masiva, diseñadas para reforzar la capacidad disuasoria de Rusia y emplearse únicamente en caso de sufrir un ataque nuclear.
Los ensayos del ejército ruso con su armamento más moderno no son infrecuentes. Tampoco es excepcional que el Kremlin haga alarde de ellos. En 2018, en el discurso sobre el estado de la Nación, Putin ya se pavoneó de las “seis armas invencibles” que estaban en desarrollo, entre ellas el torpedo Poseidón y el Burevestnik —un misil “de trayectoria impredecible y, por lo tanto, capaz de evadir los sistemas de defensa antimisiles de Estados Unidos”, resaltó entonces—.
Más significativo resulta el momento escogido por el presidente ruso para anunciar las pruebas exitosas del Poseidón y el Burevestnik. Tras unos meses de una actividad diplomática frenética, en los que Trump se mostraba convencido de poder sentar a negociar en una misma mesa a Putin y su homólogo ucranio, Volodímir Zelenski, el empeño del presidente estadounidense en poner fin a la guerra entre las dos antiguas repúblicas soviéticas parece haberse enfriado. Unos días antes de que el mandatario ruso elogiara las capacidades del Poseidón y el Burevestnik, la Casa Blanca canceló la reunión prevista entre Putin y Trump en Budapest, y el Gobierno estadounidense impuso sanciones a Lukoil y Rosneft, dos gigantes de la industria petrolera rusa.
Chantaje nuclear como herramienta de presión
Con la invasión a gran escala de Ucrania que iniciaron las tropas rusas en febrero de 2022, regresaron al Viejo Continente los tanques y las trincheras, y también el chantaje nuclear para amedrentar a los aliados de Kiev. La mayoría de analistas coinciden en que los elogios del Kremlin a su arsenal atómico, más que como amenazas, deben interpretarse como una herramienta de presión diplomática; una forma de recordar a Occidente —sobre todo a Washington— que, si Rusia se sintiera acorralada e incapaz de lograr sus objetivos en Ucrania, aumentaría el riesgo de un apocalipsis nuclear.
Tras la bravuconada de Trump en Corea del Sur, el Kremlin reaccionó rápidamente. “Si el presidente de Estados Unidos alude de algún modo al Poseidón y al Burevestnik, estos [ensayos] no pueden considerarse pruebas nucleares bajo ningún concepto”, declaró Dmitri Peskov, portavoz presidencial, a la agencia Tass. Después de que Trump afirmara en su entrevista con la CBS que Rusia lleva a cabo ensayos secretos con bombas atómicas, Putin negó rotundamente la acusación, pero advirtió de que el país euroasiático volverá a realizar pruebas con armas de destrucción masiva si Washington da el primer paso.
El uso creciente de la retórica nuclear llega a menos de cuatro meses de que expire el Nuevo Tratado de Reducción de Armas Estratégicas (conocido por su nombre en inglés, New START), el último acuerdo bilateral en vigor que pone límites a los arsenales atómicos de Rusia y Estados Unidos. Otros pilares de esta estructura de control armamentístico —como el Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio, firmado por Ronald Reagan y Mijaíl Gorbachov en 1987, o el Tratado sobre Misiles Antibalísticos, pactado entre Richard Nixon y Leonid Breznev en 1972— hace años que se desmoronaron.
Negociar con China
Ante el inminente final del esquema de seguridad trazado por Washington y Moscú desde hace más de 50 años, Trump insiste en que cualquier futuro pacto de control armamentístico debe incluir a China. Pekín no muestra ningún interés en esas conversaciones y alega que su arsenal atómico es muy reducido en comparación con el estadounidense. El Gobierno de Xi suspendió en julio de 2024 —tras la venta a Taiwán de varios sistemas norteamericanos de defensa antiaérea— todos los contactos con Washington relativos al control armamentístico.
En los arsenales de Moscú y Washington se acumulan en torno al 90% de las 12.240 bombas atómicas que la Federación de Científicos Estadounidenses calcula que hay en el mundo. Las otras siete potencias nucleares (China, Francia, el Reino Unido, Israel, India, Pakistán y Corea del Norte) suman poco más de un millar. El Pentágono cifra en 600 las cabezas nucleares de las que dispone China, y estima que tendrá más de 1.000 en 2030.
Cuando expire en febrero el New START—firmado por Obama y Dmitri Medvédev en Praga en 2010— se abrirá la puerta a una etapa de incertidumbre. “La ausencia de límites acordados incrementará la desconfianza y elevará el riesgo de malentendidos y errores de cálculo”, resume Georgia Cole, investigadora del centro de análisis británico Chatham House. “Por desgracia, con las actuales tensiones geopolíticas, es muy improbable que se firme a corto plazo un nuevo tratado de control nuclear”, vaticina la experta.
Paradójicamente, es precisamente Medvédev, actual vicepresidente del Consejo de Seguridad de Rusia, quien más ha recurrido al chantaje nuclear desde el inicio de la invasión de Ucrania. En septiembre, el expresidente ruso advirtió a los líderes europeos de que, si cometen “el error de desencadenar un conflicto” con Moscú, este escalará hasta convertirse en “una guerra con armas de destrucción masiva”. Medvédev añadió que el final de la era del control nuclear supone el comienzo de “una nueva realidad con la que tendrán que lidiar” los enemigos de Rusia.
Mientras se debatía hace unas semanas en Washington la posibilidad de enviar misiles de largo alcance Tomahawk a Ucrania —con los que Kiev podría golpear objetivos en Moscú y San Petersburgo—, Medvédev amenazó directamente al presidente de Estados Unidos: “La entrega de esos misiles puede acabar muy mal para todos y, en primer lugar, para el propio Trump”.
Los riesgos de una nueva carrera armamentística nuclear no se limitan a los arsenales de Rusia, Estados Unidos y China. “La relación entre la India y Pakistán sigue siendo muy tensa y volátil, y Corea del Norte continúa avanzando en el desarrollo de armamento atómico”, subraya Cole. La investigadora de Chatham House apunta que “a pesar de que Estados Unidos e Israel aseguraron que los bombardeos [en junio] contra instalaciones nucleares iraníes fueron muy efectivos”, parece que la República Islámica “aún conserva parte de sus capacidades”.
Por si faltaran ingredientes para alimentar la polémica en Washington en torno al armamento atómico, hace unas semanas se estrenó Una casa llena de dinamita, un drama dirigido por Kathryn Bigelow que juega con la idea de un ataque nuclear inminente contra Estados Unidos. Como muestra del malestar que ha generado en el Pentágono, un documento interno de la Agencia de Defensa de Misiles, al que tuvo acceso Bloomberg, argumenta que el escenario catastrófico que plantea la película “es inexacto” y critica que la representación ficticia “subestima el poder de los sistemas de defensa de Estados Unidos”. Noah Oppenheim, el guionista de Una casa llena de dinamita, declaró a la CNN que su intención era precisamente “generar un debate sobre un asunto crucial que no recibe la atención que merece: la existencia de tantas armas nucleares en el mundo y el enorme peligro que suponen para la humanidad”.
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