Milei y la geoeconomía
El trumpismo comienza a funcionar como mercancía de exportación ideológica


Es casi seguro que la inesperada victoria de Milei en las elecciones legislativas de medio mandato tiene mucho que agradecer a su conexión ideológica con Trump. No necesariamente porque quienes le votaron participen de ella. Se trata de una política de gestos más que de una ideología propiamente dicha; o de ruidosos aspavientos, como el de presentar su programa empuñando una motosierra. Si su compatriota Laclau intentó dotar de respetabilidad teórica al populismo de izquierdas latinoamericano, Milei se conformó con reducir el libertarismo a mera caricatura escénica. Lo cierto es que el primero se empantanó en el clientelismo, la corrupción y la quiebra económica, mientras que el conservadurismo tradicional de Mauricio Macri solo consiguió elevar la deuda a niveles estratosféricos. Faltaba encontrar algo distinto y ahí estaba Milei para ofertarlo. Así ganó la elección presidencial.
Todavía no ha conseguido desterrar el calificativo de “el loco”, sigue pesando el escándalo de corrupción de su hermana o el abandono de los grupos sociales más afectados por sus recortes, pero su relativo éxito a la hora de domar la inflación y apuntalar algún crecimiento económico le ha permitido obtener este nuevo crédito electoral. Eso y las palabras de Trump del “si pierde no vamos a ser generosos”, trasunto, por su efecto performativo, del whatever it takes de Draghi. En un país todavía necesitado de ajuste en sus principales ejes macroeconómicos, no es cuestión de despreciar esos 20.000 millones prometidos.
Lo interesante de esta última elección ha sido, pues, observar cómo el trumpismo comienza a funcionar como mercancía de exportación ideológica apalancada sobre eso que hoy recibe el nombre de geoeconomía. Se trata de satisfacer los intereses geopolíticos de los Estados Unidos mediante el uso de herramientas económicas, a la vez que se ofertan los valores de la ideología MAGA en el mercado de las guerras culturales. Sobre esto último fue interesante leer la entrevista de The Economist a Steve Bannon, uno de sus máximos promotores, donde habla sin pelos en la lengua de la existencia de algo así como una internacional nacionalpopulista en perfecta sintonía respecto a sus fines.
Por geoeconomía habría que entender, sin embargo, algo distinto, aplicado también por China, ese uso de las relaciones económicas para establecer su área de influencia. Trump lo utiliza a trompicones, pero detrás ese aparente caos marca de la casa, y con los aranceles como principal amenaza, hay un claro diseño estratégico. Respecto a América Latina parece más que evidente que se desea reubicarla bajo las tradicionales coordenadas de la teoría de la dependencia, ha vuelto a concebirse como “patio trasero” del gigante del norte. La defensa de Milei o de otros candidatos de extrema derecha —a ver que ocurre en Chile en sus próximas elecciones— así lo atestigua. Pero también, y sobre todo, esa teatral escenificación de fuerza naval en el Caribe dirigida a derrocar a Maduro con la excusa del ataque al narcotráfico, o las graves amenazas a Petro, el líder de izquierdas colombiano.
Sí, volvemos a la geopolítica de las zonas de influencia, impulsada ahora también por la necesidad de obtener un fácil acceso a recursos estratégicos, las tierras raras en particular, pero también a los hidrocarburos de toda la vida. El potencial de América Latina a este respecto es casi ilimitado, algo de lo que ya se percató China hace años y cuya proyección en el continente se desea ahora atajar. Es importante tomar conciencia de las consecuencias de esta nueva “doctrina” en la que el interés estratégico prima sobre el respeto al autogobierno, un imperialismo de nuevo cuño.
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