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tribuna
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De flores y balas

El poeta birmano Ko Maung Saungkha encarna a la perfección lo que dijo el filósofo Henri Bergson: “Hay que actuar como hombre de pensamiento y pensar como hombre de acción”

Jordi Soler

“Necesitamos que todos se unan a nuestra revolución, incluso los poetas”. La sentencia es del poeta birmano Ko Maung Saungkha que, haciendo gala de una inapelable coherencia, también es comandante, con mil soldados a su cargo, del Ejército de Liberación del Pueblo, las milicias rebeldes que luchan contra la dictadura militar en Myanmar. Esta guerra civil ha desplazado, y desperdigado por todo el territorio, a 3,5 millones de personas.

Otra de sus sentencias completa su idea del poeta como guía y hombre de acción: “La revolución es trabajo de poetas y artistas. La política es trabajo de los demás”.

Antes del combate el poeta Saungkha, seguro de que las palabras son dispositivos mágicos para transformar la realidad, lanza una ristra de versos para animar a su tropa.

Ya hubo en la antigüedad un poeta, Virgilio, que ayudó a Dante a cruzar las puertas del infierno y a internarse en él, que es precisamente lo que hace Saungkha con sus soldados. “Poeta que me guías, mira si mi virtud es bastante fuerte antes de aventurarme en tan profundo pasaje”, dice Dante en la Comedia y lo mismo podrían decir los soldados del Ejército de Liberación a su comandante.

Saungkha es parte de una tradición, muy arraigada en su pueblo, que instituyeron hace siglos los reyes birmanos, cuando mandaban batallones de poetas a enardecer, con sus versos, el espíritu guerrero de los soldados.

En las fotografías, que publica él mismo en la red X o en Facebook, lo vemos con unos folios en la mano, frente a sus soldados, lanzando esos dispositivos mágicos que inciden en el espíritu, no sólo de sus soldados, también en el de la selva espesa que los rodea y en el de las criaturas que viven ahí, lo cual es importante porque es en esa selva, en ese “profundo pasaje” transfigurado en manto protector por los versos de Saungkha, donde tienen lugar los combates.

Saungkha encarna a la perfección el apercibimiento del filósofo Henri Bergson: “Hay que actuar como hombre de pensamiento y pensar como hombre de acción”. Más adelante, al hilo de este razonamiento, Bergson abunda, y viene al caso con lo que estamos contando aquí: “La especulación es un lujo mientras que la acción es una necesidad”.

Quizá Saungkha no conozca este apercibimiento y puede ser que ni haya leído a Henri Bergson, pero lo cierto es que poetiza y poetizar es especular a gran altura, como lo sugiere esta otra sentencia suya: “Las palabras son armas poderosas; pero contra los militares necesitamos armas reales, porque juegan sucio”. Aquí tenemos al poeta pensando como hombre de acción, pero también reivindicando la utilidad de la poesía, que a veces es capaz de iluminar el rumbo de una colectividad.

Gabriele D’Annunzio, aunque con otra orientación y de un espectro político muy distinto, era otro poeta con un ejército a su mando. El teniente coronel D’Annunzio luego de batirse, como poeta y hombre de acción, en la Primera Guerra Mundial, y después de ser soldado, marinero y aviador, y de quedarse tuerto y maltrecho de tanta acción, tomó con su ejército la ciudad de Fiume y la convirtió en el Estado Libre que sería, esta era la pretensión, la primera pieza del renacimiento imperial de Italia que su pupilo, Benito Mussolini, miraba con anhelo.

Saungkha tiene 32 años y, antes de convertirse en comandante, leía sus versos instigadores en el sitio en el que más resonancia podían tener: en las escaleras de los edificios gubernamentales. Lanzaba esos dispositivos que iban poniendo a su gente en la tesitura de la resistencia, mientras él se iba acercando, verso a verso, a la celda en la que estuvo encerrado seis meses. Al presidente de entonces, Thein Sein, le molestó un famoso verso de Saungkha, que circuló profusamente por las redes sociales: “Tengo el retrato del presidente tatuado en mi pene/qué disgustada está mi mujer”. Desde aquella celda escribió: “Sólo puedes arrestar a los poetas, no a los poemas”.

El régimen militar de Myanmar restringió durante años el internet y los teléfonos móviles; esta prohibición produjo un efecto secundario positivo: nacieron unas cuadrillas de poetas y actores, una especie de juglares del siglo XXI, que iban de pueblo en pueblo proveyendo el entretenimiento que la red ya no ofrecía. Una flor en la tierra quemada.

Entre los soldados de Saungkha hay varios poetas, dos con libros publicados y una legión de lectores, Ko Rakkha y Linn Htike, hombres de pensamiento y acción que combaten con las balas y las flores.

“El objetivo de nuestro adiestramiento es aprender a no morir”, escribió Saungkha hace unos meses en su cuenta de X, y tuvo la deferencia de hacerlo en inglés, para sus lectores extranjeros. En esa cuenta y en la de Facebook lleva un diario electrónico de combate, donde cuelga fotos y poemas en lengua birmana.

“La poesía comunica aun cuando no se entiendan las palabras”, escribió T.S. Elliot, redoblando así la magia del verso. Hay que contemplar la preciosa caligrafía de los poemas de Saungkha, como quien se rinde ante un pájaro fabuloso.

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