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El laboratorio del Dr. D’Annunzio

El poeta y militar italiano invadió la ciudad croata de Fiume e instauró una república cuya transgresora constitución anticipó hace justo 100 años las grandes revoluciones del siglo XX

El escritor italiano Gabriele D`Annuncio durante su estancia en Fiume, hoy Rijeka (Croacia), entre septiembre de 1919 y diciembre de 1920.
El escritor italiano Gabriele D`Annuncio durante su estancia en Fiume, hoy Rijeka (Croacia), entre septiembre de 1919 y diciembre de 1920.Vittoriale degli Italiani
Daniel Verdú

Un poeta al frente de una banda de más de 2.000 soldados italianos rebeldes conquistó una ciudad sin disparar un solo tiro el 12 de septiembre de 1919. Aquel tipo, un hombre bajito capaz de modular su voz metálica cuando veía a una mujer o hipnotizaba a las masas, era lo más parecido a una estrella del rock en una época escasa de mitos. Gabriele d’Annunzio entró ese día a una ciudad escondida entre bosques y abocada a un golfo en la costa oriental Adriática en el asiento trasero de un Fiat T color granate rodeado de carros de combate robados al ejército italiano. “Adelante, disparad a estas medallas”, desafió a los soldados que le apuntaron para impedírselo. En lugar de eso, recibió un abrazo.

Rijeka, conocida entonces como Fiume (ambas significan río), es hoy la tercera ciudad más importante de Croacia y un puerto que alimentó a toda la Yugoslavia de Tito. Ahí cristalizó ese día la sed de aventuras, nacionalismo y vanguardia. Pero también la reivindicación de lo que Italia no había logrado anexionar en los despachos a su territorio tras la Primera Guerra Mundial: la victoria mutilada, como la definió el poeta profetizando su empresa. Su herencia, tras 16 meses de estrambótica ocupación y una república libertaria, fue una de las constituciones más revolucionarias de Europa, de la que ahora se cumplen 100 años. Vista con la luz actual, más que al fascismo, como el régimen intentó hacer creer durante años, La Carta del Carnaro anticipó más bien fenómenos como el Mayo del 68.

El escritor italiano Gabriele D`Annuncio durante su estancia en Fiume, hoy Rijeka (Croacia), entre septiembre de 1919 y diciembre de 1920.
El escritor italiano Gabriele D`Annuncio durante su estancia en Fiume, hoy Rijeka (Croacia), entre septiembre de 1919 y diciembre de 1920.Vittoriale degli Italiani

Una carretera de curvas serpentea ladera abajo por una montaña boscosa llena de chiringuitos de cerdo asado y viejas oficinas de cambio de moneda que anuncian la entrada en Croacia. La cuesta llega hasta el Canal Muerto, una entrada de agua que acuchilla Rijeka (128.00 habitantes) desde el Adriático y que durante un tiempo ejerció de frontera en uno de tantos pasajes de su violenta historia. La ciudad, frustrada capital europea de la cultura 2020 a causa de la pandemia, vive hoy según las leyes y las tradiciones croatas. Pero una pequeña comunidad de 2.500 personas, inscrita en el registro como “italiana”, reivindica todavía los 500 días que conformaron la empresa de Fiume. La ciudad ha pertenecido a siete naciones en 150 años y ha atravesado cruentas guerras. La aventura de D’Annunzio, pese a las incontables cicatrices y a que algunas calles conservan todavía su nombre en italiano y en húngaro, sigue siendo tabú entre el resto de ciudadanos. Un hito en el que no ven más que una probeta del fascismo que acabaría imponiéndose en Italia y sacudiendo una Europa a la deriva.

El alcalde de Rijeka desde hace 22 años, el socialdemócrata Vojko Obersnel, no tiene dudas. “Hay grandes discusiones sobre D’Annunzio. El año pasado se cumplieron los 100 años de la ocupación, aunque algunos lo llamen liberación. Aquí muchos croatas sufrieron enormes vicisitudes. Se cometieron crímenes, fuimos luego ocupados por los italianos durante el fascismo… pero todo empezó con D’Annunzio”, apunta en su despacho en el centro de la ciudad a finales de octubre. Una visión que imperó en Italia durante años sobre aquella empresa y que viró con el estudio de historiadores como Renzo de Felice sobre las peripecias que la conformaron. Pero, sobre todo, con la constitución en la que desembocó. Un documento redactado por el sindicalista socialista Alceste de Ambris, donde se recogía el sufragio universal femenino, el libre consumo de drogas, divorcio, libertad de credo o el derecho a las relaciones homosexuales. Nadie vio nunca algo parecido.

Antonio Scurati, autor de los dos volúmenes de la trilogía que conformarán una titánica biografía novelada sobre Mussolini —M. El hijo del siglo (Alfaguara, 2020) y el recién publicado en Italia M. el hombre de la providencia— no duda en desvincularlo del fascismo. “La lectura que debemos dar hoy en una fase posideológica es que fue una auténtica aventura, en todos los sentidos. Hubo algo de audacia en un inaudito viaje a lo desconocido. Fue una gran apertura, como si el tejido histórico se agrietase y se crease un agujero que habría podido llevar a lugares impensables. Anticipó tendencias, sucesos y cambios que llegarán 50 años después, como el Mayo del 68. Era una vanguardia de artistas que experimentaba prácticas y costumbres sociales para que se convirtieran en patrimonio de todos. Su significado no era unívoco en el momento que sucedió. Podría haber dado lugar a un futuro distinto. Podía haber sido algo progresista y de emancipación”. Lo que vino luego, sin embargo, no fue así

Gabriele D’Annunzio, apodado Il Vate por su capacidad de liderar a las masas, es la coctelera donde mezclaron las pasiones, angustias, hambre de horizontes y nuevas certidumbres de la Italia que incubó al monstruo. Escritor y poeta, piloto de avionetas que quedó tuerto en un amerizaje y sobrevoló Viena en tiempos de la Gran Guerra para cubrirla de octavillas, se puso al frente de un grupo de hombres con “sed de viento y tormenta”, como decía el aviador, dandi —viajaba en su aeroplano con una taza de té y galletas— y compañero de andanzas, Guido Keller. Las vanguardias en Italia se manifestaban de forma agresiva a través del futurismo de Filippo Tommaso Marinetti y encontraban en esa pasión por la guerra una intersección con las pulsiones nacionalistas de Enrico Corradini. También por recuperar las tierras irredentas bajo el dominio Austro-Húngaro: Trentino, Venezia Giulia y la Costa oriental del Adriático, donde se encontraban la Dalmazia y Fiume. Una promesa incumplida por el americano Woodrow Wilson que el poeta quiso remediar.


El escritor italiano Gabriele D`Annuncio durante su estancia en Fiume, hoy Rijeka (Croacia), entre septiembre de 1919 y diciembre de 1920. / Vittoriale degli Italiani
El escritor italiano Gabriele D`Annuncio durante su estancia en Fiume, hoy Rijeka (Croacia), entre septiembre de 1919 y diciembre de 1920. / Vittoriale degli Italiani Vittoriale degli Italiani

En 1914 D’Annunzio tenía 51 años y ya era uno de los italianos más célebres del mundo. Había publicado novelas apreciadas por Robert Musil, Marcel Proust o Henry James. Escribía en periódicos —especialmente en Il Corriere della Sera— sobre cualquier argumento con una prosa punzante y había publicado ya gran parte de su obra poética. Obsesionado con las mujeres y el sexo, ciego de un ojo y con solo 1,64 metros de altura, se adentró en el mundo de la aristocracia de la mano de notables representantes femeninas. En 1915, cuando en Italia pocos sabían quién era Mussolini, D’Annunzio era ya un mito. Emilio Gentile, uno de los máximos expertos en historia del fascismo, coincide en que la experiencia fiumiana y la Carta del Carnaro no pueden considerarse un ejemplo protofascismo. “Cuando Mussolini transformó el movimiento en partido en 1921 dijo que el fascismo no tenía nada que tomar de aquella Constitución. De hecho fue mucho más duro y aseguró que no servía absolutamente para nada como documento político. No tienen nada que ver”.

El origen de ambos personajes, también su profundidad intelectual y su trayectoria política, era ya entonces diversa. D’Annunzio sintetiza ese mezcla de poeta y guerrero. Mussolini, en cambio, un periodista que acababa de fundar sus Fascios Italianos de Combate, esperaba su oportunidad política y no quiso participar en aquella contienda para no mandarla al garete. Giordano Bruno Guerri, presidente de la fundación Vittoriale degli Italiani (en el lugar que fuera la casa del poeta en el lago de Garda) y autor de Disobbedisco, el trepidante relato de la conquista de Fiume, cree que eso, y la negativa del Gobierno italiano —entonces presidido por Giovanni Giolitti— a apoyar aquella locura, cambió el rumbo de la expedición. “Transformó una empresa nacionalista en una revolucionaria. El problema para D’Annunzio en 1920 ya no era anexionar Fiume a Italia, sino anexionar Italia a Fiume: hacer la revolución en todo el país”.

El escritor italiano Gabriele D`Annuncio durante su estancia en Fiume, hoy Rijeka (Croacia), entre septiembre de 1919 y diciembre de 1920. / Vittoriale degli Italiani
El escritor italiano Gabriele D`Annuncio durante su estancia en Fiume, hoy Rijeka (Croacia), entre septiembre de 1919 y diciembre de 1920. / Vittoriale degli ItalianiVittoriale degli Italiani

Aquella comuna en el Adriático, a la que peregrinaba gente atraída por esa promesa de libertad, duró poco más de un año. A D’Annunzio le costó una adicción a la cocaína y otra herida de guerra. Italia se hartó del invento, bombardeó la ciudad y uno de los proyectiles impactó en el Palacio del Gobierno donde vivía el poeta. Fue obligado a ceder el poder a un Estado libre, reconocido por el Reino de Italia y Yugoslavia. En 1924, ya con Mussolini, volvió a pasar a manos italianas. Para entonces, el Duce ya había copiado todo lo que necesitaba de D’Annunzio: los discursos desde el balcón, el famoso “me ne frego”, la idea de dialogar con la masa desde un balcón en una ilusión de horizontalidad. “Mussolini dio a Fiume un carácter fascista. Pero todos sus protagonistas no lo fueron. De Ambris murió en Francia en el exilio, Mario Magri, el capo de los piratas de D’Annunzio, cumplió 17 años de cárcel durante el fascismo. La historia la escriben los vencedores, pero a veces hay extravagancias que hacen que Italia y mucha gente crea todavía en la versión de Mussolini. Ningún histórico de la mitad de la 1950 piensa así”, señala Guerri.

La ciudad entró en crisis. Pasó de unos 180.000 habitantes a finales del siglo XX a los 128.000 actuales (un 82% son croatas y un 6,5% serbios). La pulsión italiana llega solo desde ese 2% que se asoma a aquellos recuerdos con cierta melancolía. Muchos, como Moreno Vrancic, miembro de la Comunidad de los Italianos, se queja de que no se respete lo suficiente su identidad, que consta en el registro como “nacionalidad italiana”, aunque no posean la ciudadanía del país al que se sienten unidos. “El alcalde prometió poner el nombre en italiano de la ciudad a la entrada. Pero sigue sin hacerlo”, lamenta en la sede su asociación. Los tiempos de Fiume quedan cada vez más lejos de Rijeka.


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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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