Bolivia vuelve a las urnas
El poder que conserva Evo Morales fuera de las instituciones tendrá un peso relevante en la gobernabilidad del país sea quien sea el ganador de la segunda vuelta


Este domingo, los bolivianos decidirán cuál de los dos candidatos mejor situados en las elecciones de agosto —Rodrigo Paz y Jorge Tuto Quiroga— gobernará el país andino en los próximos años. La crisis social y política es profunda; la situación económica, dramática. El déficit fiscal ronda el 7%-8% del PIB, la inflación interanual se acercó en julio al 25%, las reservas de hidrocarburos se agotan, conseguir combustible es una pesadilla, no hay manera de poder cambiar dólares, salvo a precios muy elevados en el mercado negro. Alimentarse cada día sigue resultando un inmenso desafío para capas muy amplias de la población. El horizonte pinta negro. También por la inestabilidad política. Las tensiones en el MAS, el movimiento político que ha gobernado Bolivia durante casi 20 años, se han exacerbado y eso se tradujo en la monumental debacle de la izquierda en la primera vuelta: su representación en las Cámaras es ridícula. Hace unos meses, se produjo una ruptura radical entre los partidarios del presidente saliente —Luis Arce— y los de Evo Morales, el líder cocalero que llegó en 2006 al poder con la voluntad de cambiar las dinámicas que mantenían marginada y en la miseria a buena parte de la población, y que hoy vive enclaustrado en su bastión del Chapare, protegido por sus seguidores. A Morales, el Constitucional no le permitió presentarse a las elecciones —lo inhabilitó con carácter definitivo—, y pesan sobre él diferentes denuncias por abusos sexuales a menores.
En las elecciones de agosto —donde se registró una participación de cerca del 87%—, Morales recomendó el voto nulo, y fueron nulos más del 19% de los votos; esta vez no se ha pronunciado por nadie. No son pocos, pues, los que lo siguen apoyando de manera incombustible, así que su influencia pesará en el rumbo que ponga en marcha el Gobierno que se forme tras los resultados del balotaje. Tuto Quiroga, que defiende impulsar el libre mercado o proteger la inversión extranjera y que es un enemigo acérrimo del MAS, parte por delante en las encuestas, pero se presume que son muchos los que al final se inclinarán por Rodrigo Paz, quien apuesta por la descentralización del país o por el cierre de las empresas públicas deficitarias y que ha sintonizado con parte de los antiguos votantes de izquierda.
Nadie se atreve a adelantar quién será el nuevo presidente. Hace unos días, en la Casa de América de Madrid, conversaron un sociólogo boliviano, Salvador Moreno Ballivián, y una socióloga española, Esther del Campo, moderados por la periodista Laura Vilamor. Coincidieron en que el gran desafío del nuevo mandatario será abordar la crisis económica. ¿Cómo?, ¿hacía dónde?, ¿con qué energía? La sociedad está pidiendo cambios, harta de una inmensa corrupción que dilapida los recursos del país. Pero los costes serán muy grandes, sobre todo para los más pobres.
Las cosas le han ido rematadamente mal a esa izquierda masista que se fue corrompiendo en el poder y que terminó por devorarse hasta el punto de facilitar que esta vez en las urnas la mayor parte de las papeletas fueran a las derechas: de la más extrema de Quiroga a la más moderada de Paz. El problema es que las recetas económicas —sean las que sean— tienen que aplicarse a un país partido, roto, polarizado al máximo (como casi todos en estos tiempos) y en el que las emociones pueden incendiarlo en cuanto se encienda una mecha. En ese contexto, el poder que conserva Evo Morales, al margen de las instituciones, será determinante. No es un panorama esperanzador.
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