Ir al contenido
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La sonrisa de Marine Le Pen

La desesperación de los ciudadanos franceses frente al caos político se convierte en el mejor combustible para la ultraderecha

Carla Mascia

Si una imagen pudiera capturar el estado de ánimo de los franceses ante la inextricable crisis política desencadenada por su presidente, Emmanuel Macron, esa bien podría ser El desesperado de Courbet. El icónico autorretrato ha regresado a Francia este martes tras 20 años fuera del país, prestado por Qatar al Museo de Orsay, en un momento en el que su simbolismo resuena irónicamente con el sentir de la población. Sin embargo, hay alguien a quien la peor crisis de la V República parece no haberle arrebatado la sonrisa, ni siquiera después de que su moción de censura contra el Gobierno fracasara este jueves, y que hace tan solo unas semanas acudía tan pancha a su cita en Matignon con el primer ministro, Sébastien Lecornu, acompañada por un gato recién nacido metido en un transportín. Una persona que, como explican los analistas políticos en las tertulias, usando una expresión proveniente de Estados Unidos, está literalmente “viviendo su mejor vida” con la crisis actual. Hablamos, obviamente, de Marine Le Pen. ¿Cómo reprochárselo? Sin tener que hacer nada prácticamente, y como si su condena judicial por haber desviado 4,1 millones de euros del Parlamento Europeo no tuviera el mínimo impacto sobre sus votantes, el partido de Le Pen lidera ampliamente las encuestas de opinión, con un 35% de intención de voto tanto en unas legislativas como en unas presidenciales y con una proyección de escaños en la Asamblea Nacional que le haría pasar, en el peor de los casos, de 140 a 200 diputados.

Le Pen ha sabido capitalizar como nadie la incapacidad enfermiza de Macron de ceder poder y asumir que la mayoría de los franceses rechaza tanto su figura como sus políticas. Aprovechando que cada vez más ciudadanos piden la dimisión del presidente y ven la convocatoria de elecciones como la principal alternativa para afrontar la crisis actual, la líder ultra lleva días intentando imponer el relato de que su partido es el único que no tiene miedo a someterse al veredicto de las urnas. El único que no teme el hastío, la ira del pueblo. Siempre según el storytelling frentista, el RN conservaría una pureza intachable: ajeno a pactos, leal a sus principios y sus electores, cuando el resto de partidos —con la excepción de la Francia Insumisa de Mélenchon— son descritos como una panda de oportunistas sin escrúpulos, dispuestos a traicionar a sus votantes y a sus ideales con tal de esquivar el colapso electoral.

Con la inteligencia política que le caracteriza, Le Pen ha conseguido de esta forma erigirse como la única política realmente preocupada por el malestar de los franceses. Mientras en los pasillos del poder se tejen “alianzas contra natura” para evitar una repetición electoral, ella, con calculada teatralidad, se da a ver en sus redes sociales con la gente de verdad, con esos franceses “cansados por el circo político”, con esa Francia que sufre mientras sus representantes “se reparten sillones” para “salvar al macronismo”. En X no faltan los vídeos de su visita al salón de la ganadería de Cournon-d’Auvergne ―yo tampoco sé donde es― para “reunirse con el mundo agrícola y encontrar soluciones a las crisis que están sufriendo”; o los de su paso por el congreso nacional de los bomberos en Le Mans, donde aseguró que su partido tendría en cuenta la penosidad de ese oficio en la discusión presupuestaria. Sin olvidar los vídeos en los que la líder xenófoba encadena decenas de selfis con sus simpatizantes y que acompañan frases del tipo: “Hay quienes están en el Elíseo para salvar sus puestos. Y hay una mujer de Estado, junto a los franceses”.

Ni siquiera la decisión este miércoles del Consejo de Estado, que rechazó su solicitud de suspender de manera inmediata la inhabilitación política derivada de su condena, debió torcer demasiado la expresión triunfal que últimamente exhibe la líder del RN. Esta medida la deja fuera de cualquier elección hasta que el Tribunal de apelación resuelva su situación, en junio de 2026. La decisión frena de facto sus aspiraciones políticas inmediatas en caso de que el Gobierno de Lecornu fracase nuevamente en los próximos meses y se convoquen elecciones legislativas. Además, pone en serio riesgo su candidatura en las presidenciales de 2027. Pero por mucho que Le Pen tenga que renunciar a sus veleidades presidenciales y ceder el paso a su delfín, el muy popular Jordan Bardella, la líder es perfectamente consciente de que su situación judicial es pan bendito para su formación en un contexto de desmoronamiento democrático y de creciente desconfianza hacia la institución judicial. La batalla cultural que persigue el RN está prácticamente ganada. Solo le falta lograr el apoyo de la derecha clásica, con la que la fusión ideológica parece cada vez más un hecho consumado. En ese sentido, puede dar las gracias al expresidente Nicolas Sarkozy, cuyas declaraciones recientes contra la jueza que instruyó su proceso, de una virulencia y una desfachatez inusuales para alguien que en su momento fue el primer magistrado de Francia, no hacen más que dar fuerza al relato trumpista de Le Pen, la única que sonríe en el caos de la política gala.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Carla Mascia
Periodista franco-italiana, es editora en la sección de Opinión, donde se encarga de los contenidos digitales y escribe en 'Anatomía de Twitter'. Es licenciada en Estudios Europeos y en Ciencias Políticas por la Sorbona y cursó el Máster de Periodismo de EL PAÍS. Antes de llegar al diario trabajó como asesora en comunicación política en Francia.
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_