Edmundo González Urrutia, un hombre tranquilo
Maduro confía en que el desorden internacional de Trump terminará por hacer que Venezuela pase a la cola de los temas que merecen atención


Este hombre tranquilo, sencillo y afable, que no encarna para nada esa imagen de poder palaciego que tanto hemos padecido en América Latina, es el presidente legítimo de Venezuela, ganador por una inmensa mayoría de votos de las elecciones del 28 de julio de 2024 que le robaron con brutal descaro, y ahora se halla en el destierro en España.
Nos encontramos por primera vez. Está sentado al fondo de esta cafetería de uno de los barrios de Madrid, donde hemos convenido vernos, y se adelanta con los brazos abiertos para recibirme. Edmundo González, quien nunca deja su humilde sonrisa, aparenta lo que realmente es, un diplomático de carrera, ensayista autor de varios libros, y profesor universitario de larga trayectoria.
Y como no pocas veces ocurre en un continente donde todo se trastoca, está aquí solo, sin asistentes, ni asesores, ni fanfarrias, después de haber derrotado en las urnas al dictador Nicolás Maduro con el 70% de los votos, según el recuento verdadero, avalado por el Centro Carter.
No puedo dejar de recordar, al abrazarlo, que hace muchos años, siendo estudiante, me senté también a compartir un café en San Isidro de Coronado, Costa Rica, con otro prócer en el exilio, el profesor Juan Bosch, uno de los grandes cuentistas de América Latina. Hablamos esa vez de dictaduras y democracia, y de literatura. Ameno y didáctico, todo el mundo lo llamaba el profesor. Tras la muerte del Generalísimo Rafael Leónidas Trujillo, llegaría a ser electo presidente de la República Dominicana en 1962, también por mayoría abrumadora, sólo para ser depuesto nueve meses después por el ejército trujillista, que seguía allí.
Fraudes colosales, golpes de Estado descarados. ¿Cuál es la distancia entre Trujillo y Maduro, salvo la del tiempo, pues han pasado más de 60 años y estamos en otro siglo? Ninguna. ¿Y la distancia entre Somoza y Ortega? Ninguna tampoco.
Y aún podemos ir más atrás. En 1947, el viejo Somoza, matrero consumado, como se hallaba impedido de reelegirse, organizó unas elecciones amañadas para que las ganara su candidato, el doctor Leonardo Argüello, quien le guardaría la banda presidencial para mientras reformaba la Constitución. El fraude se consumó, pero su propio candidato, apenas se vio en el despacho presidencial lo destituyó del cargo de jefe del Ejército. Él, a su vez, destituyó al presidente, que se fue al destierro. Fraude y golpe de Estado en jugadas sucesivas.
Al año siguiente, en 1948, los militares venezolanos derrocaron al presidente constitucional, el novelista Rómulo Gallegos, electo nueve meses atrás, golpe que abrió paso a la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez.
Los presidentes democráticamente electos obligados al exilio, y las mafias armadas que consuman la burla, instaladas en los palacios presidenciales. Se quedan en espera de que el mundo se olvide del fraude, mientras dentro de las fronteras imponen el terror y el silencio.
Maduro confía en que la irrupción de Trump, al desordenar cada día que amanece el panorama internacional con chantajes y amenazas a sus propios socios y aliados, creando incertidumbres y zozobra, terminará por hacer que Venezuela pase a la cola de los temas que merecen atención. La normalidad de facto, que termina siendo, al fin y al cabo, lo que las dictaduras necesitan. Que las olviden, que nadie se ocupe de sus desmanes, que no se metan con ellas.
Más inquietante y perturbador para Europa es que Putin gane la guerra de Ucrania, una amenaza letal para su integridad, o el destino de la franja de Gaza y su población, clave en el futuro de Oriente Próximo, que la permanencia de un dictador tropical, que, por muy torpe que sea, puede sobrevivir mientras tenga en sus manos las llaves del petróleo, y sus vecinos miren hacia otro lado.
Maduro tiene un sueño dorado, y es que, si las dictaduras y los gobiernos autoritarios se convierten en los mejores aliados de Estados Unidos, y Rusia en el socio preferente del Gobierno de Trump, Putin pueda extender sus alas protectoras sobre él, sobre Ortega en Nicaragua, y hasta sobre Díaz Canel en Cuba; y en esta nueva repartición mundial de poderes, lograr que se les otorgue, a los tres, una patente de corso.
Mientras tanto, las cárceles seguirán llenándose de prisioneros, y los destierros se multiplicarán. Y el presidente legítimo Edmundo González, se convierte en otra de las tantas víctimas de la represión, que lo castiga a él y castiga a su familia, porque el orden legal no es sino mofa.
Su yerno, Rafael Tudares, me cuenta, fue secuestrado el 7 de enero de este año en Caracas por paramilitares encapuchados y vestidos de negro. Sus dos niños, que lo acompañaban, quedaron abandonados en plena calle cuando se llevaron al padre.
Toman de rehén a su yerno, para que él se calle. Es lo que le han mandado a decir. Despojado del triunfo legítimo que obtuvo, despojado de su patria, ahora quieren despojarlo de la palabra. Pero no todo lo pueden las dictaduras.
Contra la dignidad de este hombre tranquilo, nada pueden.
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