La ‘perestroika’ inacabada
El 40º aniversario del nombramiento de Mijaíl Gorbachov como líder soviético recuerdan que hay partes de su pensamiento que siguen muy vigentes


Vladímir Putin y Donald Trump buscan un nuevo y utilitario entendimiento a partir de míticas ideas sobre el poderío de Rusia y EE UU, mientras Europa, insegura y sola, incrementa su gasto militar cuando se cumplen 40 años de un suceso que inauguró una época de esperanza. Se trata de la llegada al poder en la Unión Soviética (desaparecida como Estado en 1991) de Mijaíl Gorbachov, el hombre que rechazó la doctrina imperial de su país, que abogó por el humanismo como medida de la política y que defendió un “nosotros” global como base de un “nuevo pensamiento”. Consciente de la capacidad destructiva de las armas nucleares y de la fragilidad de nuestro ecosistema, Gorbachov apoyó el desarme (que plasmó en sucesivos acuerdos con EE UU) y defendió un rumbo basado en la interdependencia.
La economía de la URSS estaba lastrada por los gastos militares, y su desarrollo tecnológico iba rezagado en relación con Occidente, cuando el 10 de marzo de 1985 falleció Konstantín Chernenko, secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética y líder de hecho del sistema, que estuvo en su cargo apenas un año. Los miembros del Politburó (el máximo órgano de dirección colegiada de la URSS) querían a alguien más dinámico para sustituirle y el 11 de marzo, a las cinco de la madrugada, se reunieron y eligieron a Gorbachov, de 54 años, como secretario general, que era el primus inter pares. “No se puede seguir viviendo así”, le había dicho la víspera el nuevo líder a su esposa Raisa. “Gorbachov tenía algunas ideas sobre cómo se podía vivir mejor, pero no trascendían el marco de la sociedad existente por entonces”, escribió Anatoli Cherniáev, ayudante de Gorbachov durante décadas. “Se necesitaron años de fatigosa lucha, para entender que no era posible renovar aquella sociedad, que estaba condenada y que debía ser transformada totalmente”
El cambio, bautizado como la perestroika (en ruso “reestructuración” o incluso “reconstrucción”), se fue definiendo sobre la marcha, entre impulsos contradictorios, y se impuso tras reiteradas constataciones de los límites del sistema. La URSS redobló sus ataques en Afganistán en 1985, antes de que Gorbachov anunciara la retirada de sus tropas, completada en febrero de 1989. Aquella guerra, comenzada en 1979, costaría a la URSS unas 15.000 vidas, una cifra muy inferior a los más de 100.000 muertos tras la invasión rusa de Ucrania en 2022. Pocos meses antes de que la URSS legalizara la actividad económica privada en 1986, Moscú había lanzado una ofensiva contra esas mismas actividades, y poco antes de que liberara a los presos políticos, comenzando por Andréi Sájarov, en diciembre de 1986, Gorbachov había negado la existencia de disidentes represaliados. Al convencerse de que el cambio radical era inevitable, Gorbachov comenzó una democratización paulatina y creó un gigantesco parlamento, el Congreso de los Diputados Populares de la URSS, que llevó la glasnost (trasparencia informativa y capacidad de expresarse libremente) a su cima. La perestroika causó furor en Europa, pues suponía que Moscú renunciaba a imponer su voluntad a sus aliados del Pacto de Varsovia (la doctrina Breznev). La política de Gorbachov hizo caer los muros que dividían el continente.
Aquel proceso ambicioso y multidimensional descarriló cuando la URSS dejo de existir en diciembre de 1991. Gorbachov no movilizó al Ejército para salvarla. Durante los años en que dirigió el país, no llegaron a producirse las sinergias capaces de transformar la Unión Soviética en un solo Estado democrático. Dada la enorme cantidad y variedad de actores e intereses en juego, la tarea tal vez era imposible.
En los años noventa, al compás de la ardua adaptación a un mundo distinto, prosperó en Rusia un resentimiento que esquivaba las responsabilidades propias por la desintegración de la patria soviética y las transfería a Gorbachov (y también al primer presidente de Rusia, Boris Yeltsin). La perestroika quedó arrinconada a foros de debate para especialistas. Hoy, un 20% de los rusos valora positivamente la figura de Gorbachov y un 60% lo hace negativamente, según una encuesta realizada por el centro Levada para la revista Gorby con motivo del 40º aniversario. Entre la población de 18 a 24 años, esta relación es del 33% al 31%. Paradójicamente, una pregunta sobre la actitud hacia los valores que Gorbachov promovió (sin mencionar su nombre), indica que un 95% está por la propiedad privada, un 74% por la colaboración con Occidente, un 89% por la libertad de expresión y un 75% por elecciones con alternativas.
Para escribir estas líneas, rescaté el libro ‘Perestroika’: Nuevo Pensamiento para nuestro país y para todo el mundo. Los principios morales y filosóficos desarrollados en aquella obra firmada por Gorbachov y publicada en ruso en 1987 adquieren nuevas dimensiones sobre el telón de fondo de la degradación de la política internacional y la guerra de Rusia en Ucrania.
Parte de los temas tratados caducaron ya, pero el desarrollo de conceptos como “el nuevo pensamiento”, “la casa común europea” y las limitaciones impuestas por el arma nuclear merecen ser leídos hoy, porque pueden ayudar a revisar la validez de argumentos marginados y también a ponerse en guardia frente a los discursos frívolos. “El núcleo del nuevo pensamiento es el reconocimiento de los intereses de toda la humanidad y más exactamente la supervivencia de la humanidad”, escribe Gorbachov. “Con la aparición de las armas de destrucción masiva, ha aparecido un límite objetivo para la confrontación de clases en el campo internacional”, señala.
La realidad, prosigue, es que “en este mundo, ahora todos estamos unidos por un único destino: que vivimos en un solo planeta, utilizamos sus recursos, intercambiamos estos recursos y vemos que no son ilimitados y que hay que cuidarlos”. “La humanidad ha perdido la inmortalidad”, porque “una guerra nuclear no puede ganarse” y porque “la carrera de armamento nuclear, en la tierra y en el espacio, puede hacer que la situación en el mundo deje de depender de los políticos y pase a ser un rehén de la casualidad”.
“Ha llegado la hora de acabar con las visiones de la política exterior desde posiciones imperiales”, afirma Gorbachov. “La seguridad no puede ser garantizada actualmente por medios militares, ni por el uso de las armas, ni por la disuasión, ni por el constante perfeccionamiento de la espada y el escudo. Los intentos de conseguir superioridad militar parecen ridículos y absurdos”, escribe, para añadir que este “anacronismo” se ha conservado “gracias al excesivo papel que los círculos militares juegan en política”. “El único camino hacia la seguridad es el de las decisiones políticas y del desarme”, agrega.
En 1982, la URSS renunció a tomar la iniciativa en el uso del arma nuclear, pero aquel compromiso solo fue tomado en serio cuando Gorbachov comenzó a plasmar su nueva política. En los años noventa, Rusia cambió esta doctrina, primero para compensar la debilidad de su ejército y más tarde, ya bajo el mandato de Putin, elaboró una lista de casos que, a su juicio, justificarían un primer uso del arma nuclear. Según la doctrina nuclear de 2024, Moscú se reserva el derecho a usar armas atómicas si recibe información fidedigna sobre un ataque a su territorio o el de sus aliados con misiles balísticos y también de un ataque a sus unidades militares fuera de su territorio.
Para Gorbachov, la historia de Rusia era “una parte orgánica de la historia europea”. Al telón de acero de la Guerra Fría, él opuso “la Casa Común Europea” y, en 1987, pedía a Europa Occidental “que se libre lo más pronto posible de los miedos que le han inculcado en relación con la URSS”. Europa vuelve hoy a tener miedo de los dirigentes rusos que recuperaron la idea imperial y sofocan las frágiles libertades alentadas por Gorbachov en su país.
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