Banda sonora para un tiempo nuevo
La reacción colonialista a las independencias africanas produjo una explotación de los recursos naturales que todavía sigue


Cuando conocí al guionista Rafael Azcona estaba arrinconado, bastante olvidado y sobre todo fuera de la moda dominante en el cine. El empuje por revalorizarlo lo capitanearon algunos directores veinte años más jóvenes que él, en una demostración de que las revisiones las hacen los propios profesionales cuando se quitan de encima la esclavitud de la fidelidad generacional. A Azcona se le echa de menos en las buenas sobremesas, entre otras cosas, porque siendo un hombre de un fatalismo negrísimo gozaba de un ramalazo optimista apabullante. Cuando nos contábamos los desmanes de los líderes políticos de aquel momento, con sus invasiones apoyadas en mentiras e intereses bastardos, solía responder con algo contundente: “No os hagáis mala sangre, ahora estamos mejor que cuando Alejandro Magno arrasaba sin piedad a un pueblo y no había nadie que se atreviera a protestar y ni tan siquiera a contar su crueldad”. Contar y denunciar es la obligación principal cuando alguien se asoma a las injusticias que nos rodean. Los valencianos afectados por la riada ya no se quedan en casa a esperar que en el No-Do les venga a explicar cómo el jerarca nacional les dedica un rato de su inagotable paternalismo. Han salido cinco veces masivamente a la calle y se reivindican con cada detalle que suman al analizar el desastre asistencial y preventivo que padecieron.
En los Estados Unidos, el desmantelamiento de las instituciones de control y salvaguarda se está vendiendo como una de las maravillosas ventajas de sacar a pasear la motosierra. Con qué alegría se despiden guardabosques y sanitarios y se sacrifican funcionarios si queda bien lejos el desamparo y la desprotección que traerán las catástrofes ambientales y los accidentes. Todos los males del mundo se deben al esfuerzo inclusivo y hasta los aviones se caen porque se intentó integrar a algunos desfavorecidos en el sistema. La agencia de ayuda al desarrollo, que ha significado un poder blando y en ocasiones rotundamente extractivo, se ha desactivado porque ahora se sueña con influir desde los titulares en mayúsculas de las redes sociales. Pero cuando nos invade la desazón conviene recordar como hacía Azcona que al menos hoy lo sabemos y hay informadores que nos lo cuentan con detalle. Para ver cómo funcionaban las cosas setenta años atrás ha llegado un documental belga titulado con acierto Banda sonora para un golpe de Estado.
Es un montaje sacudido por la fuerza de la música negra norteamericana en los tiempos de la lucha por los derechos civiles. Tiempos que, por cierto, no han acabado. Pero el poder musical de la generación de John Coltrane y Thelonius Monk, reformulando a sus mayores, Louis Armstrong o Duke Ellington, sirve para introducirnos en la reacción colonialista a las independencias africanas. Aquel enorme paso atrás plagado de terrorismo de los servicios secretos internacionales significó la condena de un continente, personificado en el asesinato del presidente electo de Congo Patrice Lumumba. Los reaccionarios de entonces trajeron consecuencias inevitables que hoy reconocemos en forma de emigración masiva y que pagan sobre todo en el continente africano, sometido a golpes de Estado casi constantes y unas cotas de corrupción sostenidas con la explotación de sus recursos naturales, siempre imprescindibles para el poderío tecnológico y militar de las grandes potencias. Hoy llamamos grupo Wagner, infraestructura china, coltán, tierras raras, diamantes de sangre y trumpismo a lo que es el más persistente de los colonialismos.
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