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TRIBUNA
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Razones para no abandonar la energía nuclear en España

Mantener operativas las centrales supone una cuestión esencial de independencia y soberanía

Central nuclear de Trillo (Guadalajara) en una imagen cedida por Foro Nuclear.
Central nuclear de Trillo (Guadalajara) en una imagen cedida por Foro Nuclear.JORGEZORRILLA

En un artículo publicado ayer en este periódico, la diputada socialista Cristina Narbona explica las razones para el abandono de la energía nuclear en España. Son las tradicionales y bien conocidas: su peligrosidad y el problema milenario de los residuos radiactivos. Presentaré otras razones en el sentido opuesto en unos terrenos en los que la diputada no se adentra. Pero antes es imprescindible rebatir los dos famosos argumentos.

Ha habido tres accidentes serios de centrales eléctricas nucleares: el de Three Mile Island en 1979 fue causado por errores humanos técnicos con el resultado de ningún afectado y mucho menos víctimas mortales. El de Chernóbil de 1986, desastre más político y organizativo, se cobró 57 víctimas durante el accidente y entre 4.000 y 6.000 posteriores entre los afectados, según informes oficiales de Naciones Unidas y otros organismos y universidades internacionales, todos ellos coincidentes en el margen referido. El de Fukushima lo causó un impresionante tsunami generado por el mayor terremoto detectado en las cercanías de Japón. La catástrofe provocó más de 18.000 muertos, que a menudo se achacan a la central nuclear afectada, que causó exactamente cero muertos y el mismo número entre los pocos afectados. Reconozcamos que la diputada Narbona en cualquier caso reconoce que el riesgo de accidente nuclear es bajísimo.

Sobre los residuos radiactivos se dice que son peligrosos durante miles de años. Lo que se obvia es que posiblemente sean los únicos residuos industriales que permanecen localizados y gestionados. Y, sobre su peligrosidad, no se compara con otros mucho más letales, como pueden ser los metales pesados y otras sustancias venenosas. ¿Recuerda o sabe alguien dónde están los de la mina de Aznalcóllar esparcidos tras el vertido de lodos tóxicos en 1998? Estamos hablando de arsénico, cromo, mercurio, plomo e incluso uranio. Estos no duran miles de años, sino lo mismo que el planeta, porque son estables. Tampoco menciona la diputada los proyectos tan avanzados que existen hoy para la transmutación de esos residuos y, mucho menos, de los modelos de reactores que se están desarrollando para utilizarlos como combustible. No parece bien conocido que los famosos residuos contienen un 95,6% de uranio un poco más enriquecido del que se obtiene en las minas. Los almacenes de esos residuos bien pueden considerarse futuras minas de uranio.

En cualquier caso, lo que nunca se explora desde el punto de vista político ajeno a la intrigante división entre pronucleares de derechas y antinucleares de izquierda es el problema esencial de la soberanía y la independencia. Hablemos de España primero, como propone la diputada. Olvidemos que llevamos produciendo electricidad de origen nuclear sin problema alguno durante muchas décadas (por cierto, casi todas las centrales fueron inauguradas durante el más largo mandato socialista, aunque también entonces se detuvo el programa de UCD ante la presión de ETA, error que Felipe González considera el más grave que cometió). Algo que no se sabe bien es que en Juzbado (Salamanca) producimos combustible nuclear en una modélica fábrica que aprovisiona cinco reactores españoles y 17 europeos. Y que en Santander otra empresa igual de estatal que la anterior fabrica los componentes esenciales de un reactor nuclear de cierto modelo. Lo estratégico del asunto es que en España tenemos una ingeniería extraordinariamente acreditada. Perderla sería un dislate, porque la avalancha nuclear que se nos viene encima en todo el mundo resulta imparable. Las razones no son solo ecológicas (la energía nuclear es, simple y llanamente, escasamente contaminante), sino estratégicas.

El inevitable respaldo a las deseables renovables no puede venir más que del carbón, el gas y el petróleo, a los que Estados Unidos tanto apego tiene, o de la nuclear, hacia la que los chinos están lanzados imparablemente. Entramos así en nuestro gran problema actual: Europa.

Alemania ha cerrado unas centrales que eran joyas de la ingeniería; Francia tiene 56 reactores operativos e Italia ninguno; Finlandia ha construido la mayor central del continente; Portugal no tiene; Bélgica pasó de decidir cerrar los que tenía a construir nuevos; Suecia, Suiza, Chequia… para qué seguir. Se puede argüir —a la diputada también se le ha pasado— que el uranio acabará extinguiéndose. Claro, pero, por una parte, recuérdese el contenido de los residuos y por otra, mucho más interesante para Europa, está la alternativa del torio, del dios nórdico Thor. Resulta que solo en Noruega tenemos torio suficiente como para abastecer un nutrido parque nuclear por muchos, muchos siglos. El uso del torio no se ha afrontado hasta ahora, salvo en India, por la sencilla razón de que el uranio sigue siendo abundante y barato. Además, estamos hablando de una energía de transición, la fisión, porque las posibilidades de que consigamos la fusión son cada vez más realistas.

Si se sigue atacando a la energía nuclear ideológica y fiscalmente, lo pagaremos caro los españoles y, peor aún, los europeos. Es un problema de soberanía e independencia a resolver tratando de bordear el abismo de la irrelevancia al que están llevando a Europa.

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