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El debate | ¿Abusamos de las comparaciones históricas con los años treinta y la II Guerra Mundial?

La sucesión de crisis económicas, el resurgimiento de movimientos extremistas y la erosión de las democracias ha convertido en lugar común el recuerdo de los acontecimientos que desembocaron en la catástrofe de 1939

Los equipos negociadores de Estados Unidos, a la izquierda, y Rusia se reúnen este martes en Riad en presencia de dos ministros saudíes.
Los equipos negociadores de Estados Unidos, a la izquierda, y Rusia se reúnen este martes en Riad en presencia de dos ministros saudíes.Telegram Ministerio de Exteriores ruso (Telegram Ministerio de Exteriores ruso / EFE)

El inicio de las negociaciones entre Estados Unidos y Rusia sobre la guerra en Ucrania es el último episodio que nos ha llevado a recordar el convulso siglo XX y, en concreto, la conferencia de Yalta, en la que EE UU, el Reino Unido y la Unión Soviética acordaron las fronteras de Europa tras la derrota nazi. Unas comparaciones que han ido a más en los últimos años ―otra fue la Conferencia de Múnich― por las consecuencias de la crisis financiera de 2008, el auge de los partidos ultraderechistas y la creciente desconfianza hacia la democracia.

Sin embargo, no todos coinciden en que esas comparaciones sean apropiadas. La historiadora Pilar Mera Costas sostiene que sí existen similitudes entre ambas épocas. Para el filósofo Santiago Gerchunoff, las analogías solo conducen a la parálisis porque nos ahorran pensar la particularidad de cada tiempo.


Los paralelismos imperfectos sí son útiles

Pilar Mera Costas

La Historia no se repite, pero a menudo rima. Desde el amanecer del siglo XXI, esta frase de Mark Twain ha repiqueteado con recurrencia en el discurso público. Y lo ha hecho desde un presente que casi siempre se mira en el mismo espejo: el primer tercio del siglo XX. Este juego de paralelismos escudriña el pasado en busca de pistas para el presente, pero también ha sido una excusa para discutir tensiones actuales, enmascaradas de reflexión histórica. Se trata de una tendencia común en el contexto occidental y España no ha sido ajena a ella. El 15-M y su discurso contra la corrupción y el “turnismo” de los gobiernos del PSOE y el PP, por ejemplo, revivieron cien años después el regeneracionismo costista. Mientras, la irrupción de fuerzas políticas como Podemos y Ciudadanos certificaba la segunda muerte del bipartidismo, completando los ecos de la Restauración.

Las crisis son las grandes impulsoras de las miradas al pasado. Crisis políticas ligadas a cambios y vaivenes del sistema, o momentos donde un incremento de tensión entre partidos lleva a rastrear referentes negativos con los que identificar a los rivales. Pero quizás nada haya generado tantas miradas hacia el periodo de entreguerras como las crisis económicas que sacudieron el mundo en 2008 y 2020.

La Gran Depresión de 1929 se convirtió en ambos casos en el gran referente. ¿Fue la quiebra de Lehman Brothers un reflejo del hundimiento de Credit Anstald en mayo de 1931? ¿Anunciaba la misma cadena de consecuencias? ¿Se habían cometido los mismos errores? Economistas y especialistas en Historia Económica plantearon estas y otras preguntas intentando comprender el fenómeno y buscar soluciones. El objetivo: evitar que sucediese lo mismo. Porque la Gran Depresión y la destrucción de la democracia van de la mano en nuestra historia y memoria colectiva.

Pablo Martín Aceña nos tranquilizaba entonces señalando diferencias que nos protegían de las similitudes con el pasado. En el siglo XXI el mundo era más próspero y sufría menos tensión ideológica, por lo que su capacidad de resistencia era mayor. Había consensos básicos asentados, como la defensa del sistema de mercado, pero también del papel del Estado como garante de la estabilidad. Otro factor diferencial era la cooperación internacional, inexistente en los años treinta, lo que había impedido llegar a acuerdos para paliar la crisis o salvar el patrón oro. Por último, la consolidación del modelo keynesiano había transformado la macroeconomía moderna, un modelo fruto, precisamente, de la Gran Depresión y que en 2020 fue clave en la resolución de la crisis derivada del parón de la economía por la pandemia.

“No obstante, debemos ser cautos y no proclamar victoria prematuramente porque no debe olvidarse que las crisis financieras dejan profundas cicatrices”, advirtió entonces Martín Aceña. Esta es una reflexión compartida por la mayoría de los análisis históricos que buscan en la crisis de entreguerras claves de interpretación útiles para el presente. Las diferencias no deben llevarnos a la complacencia, sino a la precaución. Porque nada es eterno, la desigualdad genera desafección y la desafección y la erosión de las instituciones ponen en peligro los consensos.

Ese aviso cobra más peso cuando nos adentramos en un terreno que pone en duda precisamente las diferencias que nos protegen de la peor cara de los años treinta. La nueva etapa de Trump, su intento de dinamitar el orden internacional, su alianza con Putin, su visión imperialista, la injerencia en procesos electorales de otros países para promover el auge de la extrema derecha, las políticas populistas que manipulan la realidad para reactivar un nacionalismo xenófobo, el auge de consignas como el “primero los nuestros” o la persecución de lo cosmopolita y lo extranjero son señales para ponernos alerta y responder. El pasado nos recuerda que, frente al discurso destructivo, la apuesta decidida por la democracia, los valores cívicos, el refuerzo del Estado del bienestar y la unión internacional son claves. Contra el populismo, política, historia y pedagogía.


El peligro de confundir un tigre con un gato

Santiago Gerchunoff

La analogía es una herramienta del conocimiento tan útil como peligrosa. Aristóteles advertía que descubrir semejanzas certeras es un talento que pocos tienen, pero que, al mismo tiempo, estando como está al alcance de cualquiera, es un juego muy tentador porque crea la ilusión de que robustece nuestro conocimiento. Le propongo al lector la imagen inversa: lo que robustece el conocimiento es encontrar el matiz, la diferencia, allí donde parece primar la semejanza (y aun la identificación). No está mal descubrir que el tigre y el gato se parecen. Pero podría ser letal, en ciertas situaciones, confundir un tigre con un gato.

Si nos asomamos a cualquier diario, televisión o red social, constatamos que la analogía de nuestra época con el siglo XX, sobre todo con lo que va de 1914 a 1945, es ya no especialmente tentadora, sino irresistible. ¿Pero por qué lo es?

En primer lugar, porque es una analogía cuya motivación es predictiva. Cuando nos valemos de ella, por ejemplo, usando la palabra “fascista” para designar a nuestros adversarios políticos, o identificando una conversación de Trump y Putin para poner fin a la guerra de Ucrania con el pacto Ribbentrop-Molotov de 1939, estamos haciendo un uso profético de la historia. Observamos el presente con el mapa del pasado, creemos reconocer las señales que nos permiten anticipar “lo que vendrá” y así corregir el rumbo, y evitar los “errores” que quizás cometieron nuestros antepasados.

Pero en segundo lugar, nuestra educación ética y política está en gran parte conformada por las narraciones, novelas, películas, documentales, y en general por todos los registros históricos del desastre de la primera mitad del siglo XX, de las dos guerras mundiales, de los exilios, del Holocausto y de la derrota final del fascismo. Todo ese periplo y las narraciones en las que está plasmado permean profundamente nuestro espíritu. Del mismo modo que la narración de las heroicas aventuras de Aquiles o de Ulises constituían la fuente de la educación ética y moral para los antiguos griegos, y las narraciones de las epopeyas como La Iliada y La Odisea eran las fuentes de las que obtenían los modelos para actuar, sus ideales de bien, mal, justicia o heroicidad, nosotros enraizamos nuestra educación política y moral en el macizo cultural que narra las vicisitudes, el drama y la gloria, el espanto y la liberación que supuso la primera mitad del siglo XX. Allí están Senderos de gloria, La lista de Schindler, Maus, Si esto es un hombre entre una infinidad de productos culturales de toda índole para ilustrarlo. Lo repito: hay demasiada potencia histórica en ese cuadro histórico, demasiado dolor y demasiada sangre. Es un tour de force evitar las analogías con las oscuridades tenebrosas del presente. Es casi imposible eludir la identificación. No podemos evitar la tentación de vernos a nosotros mismos como los posibles héroes partisanos o como las posibles víctimas del fascismo.

Y, sin embargo, esta compulsión a la analogía predictiva catastrofista no parece, más allá de sus componentes alucinatorios, conducirnos a la acción, al estímulo de la imaginación política, a la capacidad para interpretar el presente y buscar formas de organización y de acción adecuadas a los fenómenos contemporáneos, sino más bien al revés; es una emoción de sofá y parálisis. Porque la analogía tiende a velar, a tapar las particularidades, las diferencias, la idiosincrasia propia del siglo XXI, nuestro siglo, el que nos resulta tan confuso, tan abstracto y en el que nuestro propio lugar como actores en la historia está muy difuminado y muy poco claro. La analogía con el siglo XX tiene algo de hipnosis colectiva, nos narcotiza; consumiéndola, nos sentimos a la vez héroes o víctimas, pero arquetipos épicos, en cualquier caso, como personajes de una película que ya conocemos, bendecidos por su épica y protegidos por su irrealidad. Nos excita tanto creer que nos dirigimos al abismo como que tenemos el mapa, la historia, para evitarlo. Pero no nos engañemos: vamos a tener que descubrir nuestro propio tigre, por mucho que nos emocionen los gatitos.



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