Un cuento con moraleja desde Alemania
La lección que dejan las políticas de Scholz es que la izquierda debe ser más inteligente en política fiscal
Tal vez sea una coincidencia de calendario que los gobiernos británico y alemán estén considerando la posibilidad de aumentar las cotizaciones a la seguridad social de determinados grupos: las empresas en el Reino Unido y las personas con ingresos más altos en Alemania. Dejando a un lado la coincidencia en el tiempo, existe una extraña similitud en la forma en que ambos responden a la presión fiscal. La ministra británica de Economía, Rachel Reeves, hablaba la pasada semana de un agujero negro que necesita llenar. La austeridad vuelve a estar de moda en Europa, especialmente en la izquierda.
Debemos recordar que la austeridad fue una asesina en serie de gobiernos europeos en la última década. Nicolas Sarkozy y François Hollande solo duraron un mandato cada uno. Cuento seis primeros ministros italianos y cinco griegos en esa década, todos víctimas de la austeridad. Olaf Scholz podría ser el próximo líder sacrificado en el altar de la austeridad.
El Gobierno de un solo mandato es el mayor trofeo de la austeridad. Tanto el Reino Unido como Alemania están acostumbrados a ciclos políticos largos. Es demasiado pronto para hacer apuestas sobre las próximas elecciones británicas. Pero solamente falta un año para las elecciones alemanas. Según los sondeos actuales, Scholz podría acabar como un canciller de un solo mandato, algo que Alemania no ha tenido desde la década de 1960. Su auge y caída deberían servir de moraleja para otros partidos de izquierdas.
La tragedia de las reglas fiscales es que las inventó la izquierda. Cuando los laboristas llegaron al poder en 1997, Gordon Brown introdujo sus reglas. El Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) fue el coinventor del freno constitucional a la deuda en 2009, una de las normas presupuestarias menos flexibles del planeta.
Hay una vertiente brutalista en el ADN de la política económica en una parte de la izquierda europea. Mi teoría es que superaron la década de 1970, cuando el establishment financiero se burló de ellos por su supuesto despilfarro fiscal. El Partido Laborista y el SPD estaban en el poder en aquella década. Desde entonces, ambos han intentado redimirse. Pero en su afán por complacer a la élite financiera conservadora se han encontrado con un desastre creado por ellos mismos. Las reglas son ahora tan estrictas que ya no pueden cumplir las promesas por las que fueron elegidos.
Merece la pena recordar el espectacular cambio de fortuna de Scholz y su Gobierno. Scholz ganó en 2021 porque la gente quería un relevo tras el largo reinado de Angela Merkel. Él y sus socios de coalición hicieron campaña en favor de la modernización. Su Gobierno empezó bien —mucho mejor que el de Keir Starmer—, con un gran programa de inversiones y un montón de dinero que desvió de la parte no utilizada de un fondo que anteriormente se había reservado para la covid.
No ha sido Scholz quien ha impuesto la austeridad. Se la han impuesto a él. El pasado noviembre, el Tribunal Constitucional alemán dictó una sentencia explosiva. Decidió que el atraco al fondo de la covid era inconstitucional y ordenó al Gobierno que buscara el dinero en otra parte. La coalición ha acordado un presupuesto de austeridad justo a tiempo para las Navidades. Una de las muchas decisiones que han tomado empujados por el pánico ha sido la supresión de un día para otro de las subvenciones a los coches eléctricos. Como era de esperar, la gente ha dejado de comprarlos.
Hay más austeridad en camino. Este año, el Gobierno alemán ha recortado el presupuesto de ayuda militar a Ucrania más allá de lo ya asignado. Se conforma con lo que hay. Juntos, los tres socios de la coalición han perdido casi 25 puntos en los sondeos en comparación con sus resultados electorales de hace tres años. Se autodenominaron la coalición del semáforo por los colores de los tres partidos. Ahora los semáforos se han apagado y el país está paralizado. Incluso es posible que Scholz y Christian Lindner, su ministro de Finanzas, pongan fin a su carrera política dentro de un año, a menos que ocurra un milagro.
En un año pueden pasar muchas cosas, pero me cuesta ver cómo podría Scholz conseguir una victoria electoral. Estamos en el segundo año de una recesión sin un fin a la vista. Scholz no es un gran comunicador ni un activista nato. Su mejor baza para la reelección sería una sólida trayectoria en el Gobierno.
Puede que sea demasiado tarde para Scholz, pero aún no lo es para Starmer. La lección de Alemania es que la izquierda debe ser más inteligente en lo que respecta a la política fiscal. Los gobiernos tienen que ser sostenibles, pero no es necesario y suele ser contraproducente que intenten equilibrar las cuentas un año sí y otro también. Y es aún más contraproducente hablar de agujeros negros, como ha hecho Reeves.
Alemania ha aplicado la austeridad de una forma especialmente tóxica: mediante recortes en la inversión. Las inversiones que no se realizan gritan menos que los votantes que reciben menos prestaciones o pagan más impuestos. Menos inversión hoy significa menos crecimiento mañana, menos recaudación del Gobierno, déficits más elevados y más austeridad.
La forma de salir del bucle de la fatalidad fiscal consiste en impulsar el programa de uno con reformas económicas estratégicas para aumentar la productividad, y hablar de ello, no de las medidas dolorosas que va a tomar. El crecimiento de la productividad del Reino Unido nunca se recuperó de la crisis financiera mundial. Si uno empieza a reformar la economía, gana margen de maniobra para sus normas fiscales.
Esto es lo que hizo el entonces canciller alemán Gerhard Schröder en 2003. Reformó el sistema de la seguridad social, pero acabó reventando las reglas fiscales. Nunca pensé que las reformas de Schröder fueran las correctas. Pero acertó en hacer ese intercambio.
La Ley de Reducción de la Inflación de Joe Biden es un ejemplo de política que hace ambas cosas a la vez: una reforma para fomentar la inversión verde y pagarla con deuda. No intenten esta variante concreta en casa, pero la idea de compensar las reformas con una expansión fiscal es sensata. Mi consejo al centroizquierda es: menos Tío Gilito, más san Agustín: “Dame templanza, pero no ahora”. Pongan eso en el presupuesto.
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