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Tribuna
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Vuelve la austeridad y no hay dinero para las ambiciones geopolíticas de la UE

Las matemáticas de las reglas fiscales simplemente no cuadran. Estamos llegando al límite de lo que puede hacer una UE descentralizada y basada en normas

El ministro de Finanzas alemán, Christian Lindner, en una rueda de prensa el día 5.
El ministro de Finanzas alemán, Christian Lindner, en una rueda de prensa el día 5.TOBIAS SCHWARZ (AFP)
Wolfgang Münchau

Lo he llamado el peor error político que he visto en mi vida: la austeridad tras el estallido de la crisis de la zona euro. Deterioró permanentemente la resiliencia económica de la eurozona, contribuyó al auge de la extrema derecha y abrió una brecha entre los países de la UE que utilizan el euro. Están a punto de cometer el mismo error.

La austeridad no es un compromiso entre el dolor a corto plazo y el beneficio a largo plazo. También empeora la situación de la gente a la larga. La Fundación para una Nueva Economía (NEF), presentaba no hace mucho un cálculo del coste total de la austeridad durante todo el periodo: un déficit de 533.000 millones de euros en inversiones en infraestructuras, incluidas las energías renovables. Podemos verlo en todas partes: en forma de fuerzas armadas y policía mal financiadas, de ferrocarriles deteriorados y de autopistas cerradas.

A favor de la Comisión Europea podemos decir que ha propuesto una reforma del antiguo régimen fiscal: el Pacto de Estabilidad y Crecimiento (PEC). Se trata de un conjunto de normas para garantizar la convergencia fiscal dentro de la zona euro. La Comisión afirma que quiere aplicar las normas de manera más flexible y adaptarlas a la situación económica de cada país. Pero el ministro de Hacienda alemán, Christian Lindner, no se fía de la Comisión ni de muchos de sus colegas europeos. El ministro alemán quiere volver al antiguo régimen, con solo unos cuantos cambios. Supongo que se alcanzará un acuerdo. Pero hasta eso significaría que se avecina mucha más austeridad.

Y va a ser peor que la última vez por la situación desde la que partimos. En Italia, la economía registró un déficit del 8% el año pasado, y se prevé que descenderá hasta el 3,7% el año que viene. A partir de ese momento, Italia necesitará un ajuste fiscal adicional. Ambas cosas juntas suponen una presión fiscal increíble. Francia, que padece más disturbios civiles de lo normal, también se ve obligada a efectuar recortes fiscales de una magnitud similar.

Consideremos ahora la política. La agenda del cambio climático de la UE está entrando en una fase en la que empieza a costar dinero de verdad. El Gobierno alemán está a punto de aprobar una propuesta de ley sobre la calefacción doméstica que obligará a los propietarios de viviendas a sustituir las baratas calderas de gas por caras bombas de calor. Y Bruselas prepara una normativa medioambiental mucho más costosa. La eliminación progresiva del automóvil de motor de combustión supondrá un coste para los propietarios. La oposición a las políticas verdes es una de las causas del aumento del apoyo a la extrema derecha en Alemania.

Añadamos ahora la austeridad a esta mezcla. Con el regreso de las reglas fiscales vuelven las restricciones presupuestarias rigurosas. La agenda verde es el proyecto más caro de toda la historia de la UE. Afectará a los ciudadanos de forma desigual. Los propietarios de viviendas, las personas que viajan a diario entre su hogar y el trabajo y los agricultores saldrán mucho peor parados que los habitantes de las ciudades que viven en pisos alquilados. La austeridad hace que a los gobiernos les resulte más difícil compensar a los que salen perdiendo. Se están abriendo divisiones entre el campo y la ciudad parecidas a las que provocaron el Brexit.

Hay bastantes similitudes con la economía política previa a la salida de Reino Unido de la Unión Europea. Por término medio, el rendimiento del país británico en la UE fue razonablemente bueno, pero los beneficios se distribuían de forma desigual. Si no se compensa a los fracasados, estos registran su descontento en las urnas.

La austeridad también coartará otros grandes compromisos financieros, como la ayuda financiera y militar a Ucrania. Ahora que han vuelto las reglas fiscales, esta ayuda competirá con el gasto interno. En marzo, justo después del aniversario de la invasión rusa, el coste de la reconstrucción de Ucrania se cifró en unos 400.000 millones de dólares, una cantidad que podría duplicarse fácilmente a medida que avance la guerra. La plena adhesión a la UE implicaría costes adicionales, ya que la Unión tendría que apoyar a Ucrania durante mucho tiempo después de la adhesión.

Si Ucrania ingresara en la UE, se convertiría en el mayor receptor neto de fondos comunitarios, desplazando a los actuales receptores, en su mayoría países del este y el sur de Europa. Las aportaciones netas de Alemania, que ya son las más elevadas, aumentarían sobremanera. Me cuesta ver cómo será posible todo esto una vez que vuelvan las restricciones fiscales.

La UE podría recurrir a la magia financiera. Es una maestra en el oscuro arte de las cortinas de humo fiscales. Pero eso también tiene sus límites. La UE podría poner en marcha un mecanismo de reconstrucción de Ucrania parecido al fondo de recuperación que creó al principio de la pandemia, pero este mecanismo se vendió como algo excepcional y no cuenta con el apoyo de todos. También podría intentar incorporar a las instituciones internacionales y al sector privado, e incluso desviar los activos rusos congelados, unos 200.000 millones de euros en las reservas del banco central. Pero esto último resulta problemático desde un punto de vista legal y podría llevar a los inversores internacionales a evitar la zona euro. No hay decisiones fáciles. La mayor parte de la financiación para la reconstrucción tendría que estar garantizada por los gobiernos nacionales, y todo requeriría unanimidad. Ese es el cuello de botella.

La combinación de austeridad fiscal y necesidades de financiación contrapuestas me hace desconfiar de cualquier propuesta grandiosa sin coste, como el apoyo financiero a gran escala a Ucrania o un ejército europeo. La cuestión clave no es si son buenas ideas. Yo creo que lo son. Sin embargo, no veo cómo se puede organizar una mayoría política a favor de ellas y seguir haciendo todo lo necesario, y más, para que la UE funcione.

La austeridad tiene muchas repercusiones económicas, pero los efectos secundarios políticos son extremadamente tóxicos. Nuestros déficits son mucho más elevados ahora de lo que lo eran entonces; tenemos una inflación elevada; la extrema derecha es mucho más fuerte; y la UE se ha comprometido de antemano con una costosa agenda verde. Todo ello limita las opciones de política exterior de la UE justo en un momento en que esta empieza a descubrir su protagonismo geopolítico.

Las matemáticas simplemente no cuadran. Estamos llegando al límite de lo que puede hacer una UE descentralizada y basada en normas.

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