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Columna
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Los campos de concentración de Ursula

El asalto a los valores europeos de Meloni y sus cortesanos es el peor envite jamás afrontado por la UE

Ursula von der Leyen y Giorgia Meloni
Ursula von der Leyen y Giorgia Meloni, el miércoles durante la cumbre conjunta de la UE y el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG), en Bruselas.Johanna Geron (REUTERS)
Xavier Vidal-Folch

El primer viaje al fondo de la noche europea ha sido abortado. La Italia ultra de Giorgia Meloni ha debido readmitir a los 16 inmigrantes que envió a un limbo en Albania para reexpulsarlos a sus países de origen (Bangladés y Egipto). El primer gran intento de fascistizar la política migratoria europea, jibarizando la protección de los derechos humanos y yugulando el de asilo, ha fracasado.

El éxito es de la jueza Luciana Sangiovanni, presidenta de la sala de inmigración y derechos civiles del Tribunal de Roma. Experta en derechos humanos (Il diritto alla protezione internazionale e l’impegno de la giurisdizione; Special QG, 2021), encabeza la sala “más eficiente y organizada” de Italia, reconocen sus críticos. Y con otros configura otra gran generación de jueces radicalmente democráticos tras los Di Pietro y colegas que en los años noventa acosaron la corrupción de Tangentópolis.

Su impacto llega a toda Europa. Porque aplica una sentencia del Tribunal de Justicia de la UE (la C-406/22). Esta niega a la mayoría de terceros países presuntamente “seguros” en derechos humanos ―y pues, susceptibles de recibir inmigrantes retornados― por el protocolo Roma-Tirana justo su carácter de seguros, al no serlo en todo su territorio. Este engarce europeo-nacional de la justicia continental es antídoto clave contra la creciente deriva antidemocrática en muchos países miembros de la UE. El Parlamento de Estrasburgo debería otorgar a Sangiovanni su Premio Sájarov de derechos humanos.

Laurel a los resistentes, sí. Pero ninguna autocomplacencia. El asalto a los valores europeos de Meloni y sus cortesanos es el peor envite jamás afrontado por la UE. Seguirá. Su especie de molokai leprosero en Albania para inmigrantes indeseados es un campo de concentración: cerrado y amurallado, priva de libertad sin apenas garantías; sin fecha final real de estancia para los detenidos; sin transparencia; sin acceso de la prensa.

Lo trágico, más que la propuesta de Meloni, es que la ampare la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, blanqueando con pátina europea el terrible universo concentracionario como mero hub (centro logístico): “Debemos seguir explorando posibles vías de avance en lo relativo a desarrollar hubs fuera de la UE”, escribe a la cumbre (14 de octubre). ¿Hubs? El centro albanés está, sí, financiado y monitorizado por un Estado comunitario, pero radica en un aspirante a serlo, Albania, para nada “seguro”. Es un “país de origen, tránsito y destino” del “tráfico de seres humanos”, con “impacto significativo en mujeres y niñas”, denuncia el dictamen de los 27 en la Conferencia sobre el acceso de Albania a la UE, del 11 de octubre.

O Von der Leyen vuelve a su raíz democristiana y reasume la jurisprudencia y los valores europeos o prosigue su empeño de “revisar el concepto de terceros países seguros”, incluido en el anuncio de su próxima propuesta legislativa. Revisar, siniestro sucedáneo ultra de degradar.

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