Con Kamala Harris en el corazón
El amor, la esperanza, la alegría y la ilusión sostienen el guion de la convención demócrata de Chicago


Un telón de fondo azul con estrellas blancas y delante, una elegante pareja vestida de negro —él la coge a ella por la cintura, los dos sonríen— y, si se pone un poco de atención, con solo ver la imagen ya se pueden escuchar los violines y a la orquesta in crescendo, cada detalle transmite la ilusión de un culebrón con final feliz. Barack Obama ha dicho que “ella sí puede”, refiriéndose a Kamala Harris; su mujer, Michelle, ha apuntado a “la alegría de su risa y de su luz”. Es el estadio de los Chicago Bulls, agosto de 2024, convención del Partido Demócrata y una misión: ganar las elecciones de noviembre. Con un montón de corazones recibió el público al presidente Biden el lunes y le gritó “te queremos Joe”. Su esposa Jill subió a la tribuna y contó que se volvió a enamorar de él cuando lo vio “escarbar en lo más profundo de su alma” para cederle al fin el testigo en el combate contra Trump a Kamala Harris. Han participado los Clinton, Bernie Sanders, Alexandria Ocasio-Cortez, Tim Walz dijo al aceptar su candidatura a la vicepresidencia que están “unidos por una sola y preciosa razón”: la de amar Estados Unidos. Pasaron también por ahí Stevie Wonder, Oprah Winfrey, la joven poeta Amanda Gorman, hay rumores de que aparecerá Beyoncé. Todos compiten por dar con la expresión más almibarada y, en algún lugar del recinto, debe de haber un puñado de matones contratado por el partido para dar una buena panda de azotes al que no haya incluido en su intervención varias veces palabras como amor, ilusión, esperanza o alegría. Kamala Harris dio anoche el que, según algunos, es “el discurso de su vida”. Todo es superlativo, todo produce cosquillas de emoción.
Joseph Conrad cuenta de un personaje de El agente secreto que “la presencia cercana de ese extraño fenómeno emocional llamado opinión pública abrumaba su espíritu y lo alarmaba por su naturaleza irracional”. La historia en la que estaba envuelto aquel caballero sucedía en Londres a mediados de la década de los ochenta del siglo XIX, así que la cosa viene por lo menos desde entonces. Y no hay otra que complacer a ese monstruo, salvo que uno se arriesgue a ser devorado por sus inclementes fauces.
Aquel personaje de Conrad lo sabía bien, pertenecía a la policía, tenía entre manos un caso delicado, así que sentía en el cogote el aliento de la opinión pública. Y la opinión pública se pronuncia, aplaude, grita, inclina las elecciones de un lado o de otro, puede llegar a llevar corazoncitos en una bandera, pero también es capaz de sacar el cuchillo y el tenedor y merendarse a cualquiera que haya dejado de gustarle.
Los políticos y los medios viven de seducir a la opinión pública —ese fenómeno emocional de naturaleza irracional—. Donald Trump ya ha empezado a contraprogramar la estrategia de la convención demócrata y se presentó protegido por un vidrio blindado en su primer mitin al aire libre desde el atentado que sufrió hace unas semanas. Entonces se levantó justo delante de una bandera de Estados Unidos con rastros de sangre en la cara y con el puño en alto —no podrán conmigo venía a decir en plan épico—. Veremos por donde se inclina finalmente la opinión pública cuando toque votar, si prefiere el punto empalagoso de los demócratas o la bravuconería —y zafiedad— del candidato republicano. Es posible que existan quienes, invitados a escribir un guion del tenor del de la puesta en escena de Chicago, hubieran dicho “preferiría no hacerlo”, pero ojalá que gane Kamala Harris (aunque eso pueda llevar a atragantarse de sonrisas y amor).
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